Son las 11 de la mañana en una consulta de la seguridad social madrileña,
los pacientes observan entre alucinados, preocupados y mosqueados, una especie
de pantalla futurista donde aparecen los números de los citados como si fueran
vuelos o números del bingo.
Una anciana se queja de no
entender el sistema, mientras su acompañante se pone las gafas e intenta
encontrar el número que le corresponde en el volante de la citación. A su vez,
su hija de unos cuarenta años, les comenta que la pantalla a lo R2P2
ó C3PO de La Guerra de las Galaxias,no es la única
novedad incorporada por la seguridad social madrileña recientemente, sino que
además, ahora, en lugar de pedir cita el paciente en ventanilla, te llama una
teleoperadora desde no se sabe dónde… para citarte con un especialista.
Iniciativa muy psicodélica a su entender, pero poco práctica si te pillan
inoportunamente sin papel ni boli para apuntar la cita, aunque lo arreglan
mandándote un sms al móvil. ¿Y a los abuelos desconectados del ciberespacio,
cómo les recuerdan la fecha? ¡Qué lio!... ¡Menos mal que si en 3 días no
te han contactado, uno tiene la posibilidad de llamar a un fijo y “marcar la
opción 3”, ¡Eso sí aportando el número del identificador que aparece en el
justificante que da el médico de cabecera! ¡Esto ya tranquiliza mucho!...
“¡Ay Manoli qué no me entero!
¡Con lo que me duele a mí la pierna y encima tengo que estar mirando este
cacharro que parece una tele a la vez que miro el móvil no sea que me llamen
para el especialista! ¡Y con los nervios de que no se me caiga el teléfono, ni
los papeles de la citación, ni el bolso y de que me dé tiempo a apagarlo antes
de entrar! ¡Si todavía siguiera una numeración normal, sería más fácil saber
cuándo te toca! ¡Cualquiera se va al baño! ¡Esto es inhumano!”...
Enfrente de las tres mujeres, un
señor, de unos sesenta años, lee el periódico mientras levanta la vista
pendiente de su turno. Está familiarizado con el sistema porque se
adaptó previamente en clínicas privadas madrileñas. ¡Lejos quedó el
trato del médico amable que salía a recibir a sus pacientes dándoles la mano, y
de la enfermera atenta que se tomaba el tiempo para preocuparse por la
evolución del enfermo! Ahora todo son prisas y automatización, en busca de
abaratar costes, pero ¿A qué precio?... ¿Cómo repercute este trato frío
en la predisposición del paciente a sanar? ¿Sería acaso una estrategia para
subconscientemente conseguir que la gente vaya al centro de salud lo
imprescindible por puro “mal rollo”?... Un pitido machacante le
saca de sus pensamientos a golpe de bocinazo, cierra el periódico y se dirige
al cardiólogo. La máquina le ha anunciado su turno.
Ocupa su asiento una inmigrante
latinoamericana de veinte años. Espera su tercer hijo sin casi haber tenido
acceso a una educación escolar. Apenas sabe leer y escribir, tuvo que dejar el
colegio de niña para trabajar. En su país hacía colas para ser atendida por los
médicos, algo que hacía agradecida y pacientemente. Los servicios médicos
españoles son el cúlmen de la modernidad para ella, pero no entiende por qué
ahora tiene que introducir su tarjeta, de persona sin recursos, en una máquina
para que el sistema reconozca que ya está en la sala y le puedan llamar desde
una pantalla. Su segundo hijo llora, mientras el primero juega escapándose por
los pasillos. El que lleva en su vientre dá patadas, quejándose ya de un mundo
desigual... ¡A ver si esa señorita tan amable del mostrador deja de
hablar por teléfono y le orienta a tiempo! ¡Hay que volver pronto a casa de la
señora a planchar!
Entre dos mundos, entre lo
visible y lo invisible, las personas más sensibles alcanzan a percibir la
presencia de “LA SALUD”, que sale por los poros de la piel de un adolescente y
se escapa en el respirar entrecortado de un anciano. Aquella que algunos buscan
y no encuentran y que vive dentro del ser humano. Su misión es “añadir años
a la vida y vida a los años”…
Lamentablemente, dentro de cada
cuerpo está expandido el virus del miedo a la enfermedad, a la muerte,
y la predisposición a sentirnos mal. Inconscientemente respondemos a un
psiquismo colectivo que hace al hombre muy vulnerable ante su propia manera de
pensar. Si aprendiéramos a cambiar el enfoque y las creencias con respecto a la
salud y tuviéramos unos pensamientos y hábitos más positivos seria beneficioso
para todos y cada uno.
Anochece, la jornada laboral ha
terminado y las pantallas de citación se apagan, la intención de recuperar la
salud, sin embargo, permanece encendida en la esperanza del hombre…