Existen pocos eslabones tan destacados en la historia del cine de terror -por su condición de pionero en el subgénero del slasher, entre otros aspectos-, como La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974), la que varias décadas después de su estreno sigue siendo una de las cintas más terroríficas jamás rodadas. Gran parte del mérito lo tiene Hooper, que con tan sólo una película en su haber -la también de corte independiente Eggshells (1969), escrita por los mismos guionistas-, demostró una extraordinaria disciplina cinematográfica y una fe ciega en el proyecto. El director americano, que se especializó en películas de terror y fantástico de bajo coste -con algunas excepciones como Poltergeist (1984), su otra obra magna, donde gozó de más dólares-. La influencia que tuvo en futuras producciones esta historia de cinco amigos que viajan en furgoneta a Texas y terminan siendo víctimas de un desequilibrado clan familiar, presidido por el mítico pshyco-killer Leatherface -inspirado en el famoso asesino en serie de Wisconsin Ed Gein, como en su día hicieron Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) con Norman Bates o El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) con Hannibal Lecter-, resulta innegable: es posible que Michael Myers o Jason Voorhees nunca hubiesen existido de no ser por cara de cuero.