A pesar de ser su cuarto largometraje -quinto, si contamos Luces de Varieté (1950), trabajo que codirigió junto a Alberto Lattuada-, La Strada (Federico Fellini, 1954) supuso la primera gran obra que facturó el director italiano, de quien ahora se conmemora el 20º aniversario de su muerte. Magno ejemplo del neorrealismo italiano, este impúdico estudio sobre la degradación y posterior conversión humana le dio al cineasta el prestigio internacional, dejando en ella constancia del monumental talento que más tarde volvería a explotar en sus otras tres obras maestras: La dolce vita (1960), Fellini, ocho y medio (1963) y Amarcord (1973). Films que, como La Strada, fueron premiados con el Oscar al Mejor Film de Habla no Inglesa -a excepción de la primera citada, que ganó el de Mejor Vestuario-. No es fácil hacer una crítica de un ejercicio tan complejo y fascinante como La Strada pero, a grandes rasgos, podemos decir que su columna vertebral es la (profunda) catarsis de sus dos roles principales: el camorrista artista circense Zampanó, el Forzudo (Anthony Quinn, en uno de sus mejores papeles) y Gelsomina (Giulietta Masina, esposa y musa del director en la vida real), hermana de su fallecida mujer y nueva compañera de trabajo, la cual ha sido vendida por su madre al machista artista a cambio de unas monedas que le permitan hacer frente a los contratiempos de la época.