Las víctimas olvidadas

Hoy, 1 de Noviembre, es el día que en las sociedades católicas homenajean a sus muertos queridos. Aquellos que nos dejaron el vacío de su ausencia, a pesar de llevarlos siempre impresos en la memoria, como un recuerdo de lo que una vez nos pareció que sería eterno: el cariño de un padre o de una madre, la presencia del hijo, o del amigo del alma, que por las circunstancias que fuesen nos dejaron. Muchos tendrán la oportunidad de acercarse al cementerio y rendirles el homenaje del recuerdo imborrable, otros no podrán hacerlo, posiblemente, porque la vida les ha llevado a lugares lejanos de donde reposan los restos de sus seres queridos, y otros, simplemente, se bastan con el espacio que ocupan en su memoria aquellos que un día amaron y hoy faltan. Pero hay un importante número de personas que han sufrido durante décadas el desgarro de no poder honrar a sus muertos, simplemente porque nunca les pudieron dar el adiós que les hubiera gustado. Son aquellos que la barbarie del totalitarismo hecho carne en España durante el régimen del dictador Franco y bendecido por la jerarquía de la Iglesia Católica, abandono en cunetas y tapias de cementerio, o bajo los arrayanes de algún bosque del sur, o en descampados de muerte, por el odio de los vencedores de aquella guerra incívica que sufrimos los españoles, y de la que todavía no nos hemos recuperado.

 

. Aquellos que nos dejaron el vacío de su ausencia, a pesar de llevarlos siempre impresos en la memoria, como un recuerdo de lo que una vez nos pareció que sería eterno: el cariño de un padre o de una madre, la presencia del hijo, o del amigo del alma, que por las circunstancias que fuesen nos dejaron. Muchos tendrán la oportunidad de acercarse al cementerio y rendirles el homenaje del recuerdo imborrable, otros no podrán hacerlo, posiblemente, porque la vida les ha llevado a lugares lejanos de donde reposan los restos de sus seres queridos, y otros, simplemente, se bastan con el espacio que ocupan en su memoria aquellos que un día amaron y hoy faltan. Pero hay un importante número de personas que han sufrido durante décadas el desgarro de no poder honrar a sus muertos, simplemente porque nunca les pudieron dar el adiós que les hubiera gustado. Son aquellos que la barbarie del totalitarismo hecho carne en España durante el régimen del dictador Franco y bendecido por la jerarquía de la Iglesia Católica, abandono en cunetas y tapias de cementerio, o bajo los arrayanes de algún bosque del sur, o en descampados de muerte, por el odio de los vencedores de aquella guerra incívica que sufrimos los españoles, y de la que todavía no nos hemos recuperado.
                En estos días que las víctimas del terrorismo están ocupando las portadas de los medios de comunicación, nadie quiere acordarse de aquellas otras víctimas que sufrieron la venganza planificada del horror más cruel que puede darse en un país: el de la aniquilación del adversario político y religioso, organizado desde el poder del Estado.

                No tienen las víctimas del franquismo audiencia en la sociedad, anestesiada por un discurso falso y torticero de reconciliación nacional, que lo único que ha supuesto es el olvido y la impunidad de un régimen que cometió delitos de lesa humanidad. Ni tienen oídos en el poder político, que los ignora y les niega la justicia del restablecimiento de su honor en condición de ciudadanos que lucharon por la libertad y la democracia. Incluso la derecha más rancia tuerce el discurso sobre las víctimas del franquismo hasta presentarlos como una banda de pérfidos asesinos, que sólo pretendían acabar con los valores eternos que imperaban en España, cuando lo cierto, es que la inmensa mayoría de esos casi doscientos mil asesinados por el franquismo, eran personas corrientes, que tuvieron por todo delito ser republicanos. Son esos mismos que ahora jalean a unas asociaciones de víctimas de ETA cada vez más rendidas a la extrema derecha y más alejadas de la sociedad por una intransigencia que les lleva a cuestionar cualquier decisión que el estado de derecho democrático adopte, si no es acorde a sus intereses. Unas asociaciones que han perdido el norte, expulsando a todas aquellas, también víctimas de otros terrorismos, que no comulgan con su intolerancia, y mucho menos desean ser las que dicten la política antiterrorista al Estado. En definitiva, unas asociaciones que están más cercanas a la defensa de los intereses políticos de sus mentores ultraconservadores, que pendientes de la defensa de los intereses de las víctimas, sean del terrorismo que sean, o del color político que profesen. A las que jamás se les ha oído reclamar justicia para las víctimas del franquismo. Es más, callaron con un silencio propio de los cementerios cuando la derecha del país inició su cruzada contra el juez Garzón, una vez que este empezó a investigar los crímenes del franquismo, hasta que lo expulsaron de la carrera judicial.

                El olvido de las víctimas de la dictadura tiene una versión inhumana, de ausencia absoluta de sensibilidad hacia la búsqueda que miles de descendientes de aquellas siguen llevando, para poder hacer el sepelio que consideren a cada uno de sus deudos. Esta es una actitud cruel, indigna de una sociedad avanzada y democrática. Pero hay otro lado oscuro que tiene que ver con el olvido que la sociedad y el Estado tienen hacia estas víctimas. Con la negativa a buscarles y la institucionalización del abandono del que son objeto, para no tener que reconocer el crimen que se cometió con ellos. Este comportamiento del poder, en un país que lleva treinta y cinco años de democracia, no es sostenible y nos tiene que hacer pensar que la Transición postfranquista sirvió, en su momento, para traer la democracia a España, pero dejó muchas heridas sin cerrar o mal curadas, que con el tiempo supuran más. Nos debería hacer pensar que mientras el franquismo siga vigente en el pensamiento político de la derecha, actualmente gobernante casi como si de una dictadura se tratase, y sociológicamente sigamos sin romper las amarras que nos atan a él, será imposible que la democracia española sea una democracia sin ataduras. Produce vergüenza ver los codazos de la derecha nacional por aparecer en primera fila de la beatificación de mártires de la Iglesia en Tarragona (curiosamente sólo los asesinados por el bando republicano y ninguno de los que dio paseíllo el bando franquista), en un acto que volvía a ser el reconocimiento de los suyos por los vencedores de la Guerra Civil.

La Transición, que jugó un papel fundamental en la normalización de la sociedad española, está agotada, y las imposiciones que hizo en su momento deberían revisarse. No se nos permitió decidir entre monarquía o república, ni qué modelo territorial creíamos más apropiado, ni qué tipo de democracia queríamos, o si estábamos de acuerdo en que la Iglesia y el Estado siguieran unidos por un Concordato, altamente beneficioso para el Vaticano. Todo se gestó entre los diferentes grupos de poder nuevos y viejos: políticos, económicos, religiosos, nacionalistas…, presentándonos un paquete cerrado, en el que había que aceptar el todo para que tuviéramos democracia. Incluso cayó sobre las víctimas del franquismo una losa institucional, que todavía pesa sobre la conciencia de los demócratas del país.

                Si queremos que España deje de ser un país de vencedores y vencidos y la normalización de las víctimas de la violencia política, incluidas todas: las de ETA, las de Franco, las del terrorismo islámico, y las de la violencia de género, sea una realidad democrática, sólo lo alcanzaremos si somos capaces de hacer una Segunda Transición que liquide el franquismo de la política española y de la mentalidad de la sociedad. De esta manera, los cementerios civiles dejaran de ser lugares de encuentro el día 1 de Noviembre, para reivindicar la memoria de las víctimas olvidadas.  

UNETE



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