. Cada día de votación es una fiesta. Debe ser así. En
ellas, cada ciudadano es igual al otro. Se nos lleva a tomar conciencia del
deber que implica cuidar la democracia, la que construimos entre todos. Nadie
puede ni debe sentirse excluido. Nada peor que tener gente dando vueltas a la mesa
sin posibilidad de sentarse a ella. Los que más sufren terminan siendo los
mismos comensales, que no podrán comer tranquilos. Y ese ha sido un problema de
los últimos lustros, no solo de este gobierno. No pocos sienten que Chile “no
es mesa de todos”. Craso error que se debe corregir rápidamente. Urgen
políticas de inclusión en un país segmentado como el nuestro. Quien haya
viajado por países similares a Chile lo comprobará rápidamente. De no aspirar a
una mayor integración, la convivencia resultará difícil y lo que podría
constituir un aliciente, se transformará en un freno. “La democracia se romperá
con las riendas tensas. Sólo podrá existir apoyada en la confianza” dice Gandhi.
Esto de restablecer las confianzas es tarea prioritaria ahora y siempre.
Harry Truman decía: “Ningún gobierno es perfecto. Una de las principales virtudes
de la democracia, sin embargo, es que sus defectos son siempre visibles y en
los procesos democráticos pueden señalarse y corregirse”. En efecto. No existe
el gobierno perfecto. Pero sí existe la posibilidad constante de corregirnos.
Pero uno de los problemas más acuciantes es el de la mayor
igualdad. No solo a nivel país, sino en términos globales. Las diferencias
entre quienes tienen mucho y la inmensa mayoría que dispone de muy poco, han
crecido peligrosamente. Urge un cambio de dirección. Ya lo advertía Benedicto
XVI en Caritas in Veritate: “La dignidad de la persona y las exigencias
de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan
aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades”. Y
continúa: “el aumento masivo de la pobreza relativa, no sólo tiende a erosionar
la cohesión social y, de este modo, poner en peligro la democracia, sino que
tiene también un impacto negativo en el plano económico por el progresivo
desgaste del «capital social», es decir, del conjunto de relaciones de
confianza, fiabilidad y respeto de las normas, que son indispensables en toda
convivencia civil”. A todos conviene un país más justo, igualitario e
integrado. Al final del día, si el otro está feliz, lo terminaré estando yo
también. De poco sirve que unos pocos estemos bien – me incluyo – cuando muchos
otros están mal. Cuidemos nuestra democracia. Es de lo bueno que tenemos.Hugo Tagletwitter: @hugotagle