. No tenía manías, le
gustaba lo que tenía a pata: hierba fresca verde. No había
variedad, ¿pero para qué más? Si estaba buena y daba lo que todos
sus caprichosos estómagos pedían, que no era poco. Ni siquiera se
había planteado tener hijos, mas que nada porque no había ningún
toro cercano que la quisiese empujar.
Un día,
entre tanto pastar, llegó a un límite. No era que se hubiera
acabado nada, era sólo algo sólido frente suya, insistente en
quedarse en el sitio. María tardó días, quizás semanas, en
analizar y terminar de comprender qué era aquello, todo con cara de
campeón de poker, masticando de una forma que hasta parecía que
rumiara todo el tiempo la misma brizna de hierba. Por fin fue que,
como inspirada por la luna de aquella noche como demostró una
sonrisa dentada de mamífero entre graciosa e intimidante, se dio
cuenta de que eso se podía mover hacia delante, como una especie de
pared que se convertía en agujero móvil, balanceándose impaciente
como si la invitara a pasar con deseo y de forma muy nerviosa pero
hipnótica. Hizo caso a ninguna palabra que se oyera y avanzó...
La
cronofagia se define como la acción que realiza un cronofago,
alguien que devora el tiempo, ya sea el propio o incluso ajeno. Es
entonces que relacionado con ello existe un arte elemental del ser
humano que durante generaciones hemos ido perfeccionando: ser
enemigos de uno mismo. En este caso trataremos específicamente una
de sus mil maneras de auto-matarse (que no suicidarse, aunque
también), como lo es el arte de crear zonas de comodidad.
Toda persona
en su búsqueda de la perfección necesita de seguridad, de saber que
tendrá para comer y mantener a su familia, de darle de beber al
coche y a la garganta con agua embotellada o de los bares. Se añade
asuntos como el ocio o los cursos que ayudan a ganar dicha seguridad;
incluso temas que poco aportan pero sin los cuales no podríamos
vivir, como lo son el tabaco, el sexo o la hipoteca.
El dinero es
lo que lo permite, es el invento definitivo del ser humano que nos ha
acompañado desde siempre. Primero tenía forma de trueque o metales,
llegando hasta al papel en una ironía de que cuanto menos sea el
material más valor equivale. El dinero lo puede todo, y por ello es
la excusa definitiva que convence y calla, que da poder y cumple
sueños, que permite el bien y el mal por muy débil o fuerte que se
sea o la moral que se tenga. Se comenta que es excusa porque a partir
de la búsqueda de seguridad encontramos enseguida el resultado de la
fórmula. Aunque, si se piensa mejor, las zonas de comodidad nacen
con o sin dinero, resultando que el señor verde simplemente lo
facilita y asegura entre redundancias.
El ser
humano es animal de costumbres, y en parte es por el tipo de
aprendizaje que tenemos. Si todos fuéramos como Einstein, esta
costumbre de repetirse no estaría tan acentuada gracias a que
entraría todo a la primera o segunda. Pero no es tan bonito, y el
cerebro necesita de convencerse una y otra vez de lo mismo para
llegar a aprender, o por lo menos a memorizarlo como es debido.
Se crea
entonces la costumbre de la que se habla, y la repetición de esa
convicción de tenerlo todo controlado, de ser pequeños dioses que
manipulan todo a su antojo en Universos a medida que perfectamente
caben en pequeñas zonas. Los hay incluso que son capaces de
guardarlos en un cajón, pero no suelen ser valorados como merecen
por tal imposible, quedando de cerrados o incluso simples tontos.
Poco a poco
éste método se apodera de uno hasta el punto de definirnos, y ¡con
el ego hemos topado! Y de ahí ya no sacas a ese dios, que de tan
cabezón le han salido orejas de burro, de las que ni puede
percatarse debido a la anatomía de sus ojos y su equino cuello que
no se llega a doblar tanto, o al menos de esa forma. Aunque, no nos
mintamos, tanto esfuerzo será demasiado y seguro que ni merece la
pena.
Por lógica
se llega al punto de crearnos nuestra propia ley, y ya se sabe de
sobra que hecha la ley hecha la trampa, poniéndonos con esmero las
nuestras propias para caer una y otra vez. Surge que podemos darnos
cuenta de tal actitud, pero seguimos insistiendo en que la próxima
vez no pasará. Pero peor es el caso de quien ni se acuerda (o es de
los de ojo de burro) y al caer en una propia hecha la culpa a otro.
Es entonces que ocurre el Big-Bang de las zonas de comodidad, un
cataclismo que no se recomienda a nadie y que tiene tantos resultados
como personas hay en este mundo.
Y es que las
zonas de comodidad son así, tienen sus méritos de hacernos maestros
de lo que nos propongamos, pero sobretodo de la rutina, todo gracias
a que son alimentadas constantemente con tiempo. Son capaces de crear
artistas si de verdad se proponen fusionarse con un hábito de echar
un grano de arena cada día, dejando montañas de ejemplo y legado
para las siguientes generaciones que quieran conquistarlas. Pero no
hay bien sin mal, y al igual que crea artistas, crea su anti-tesis,
formada por un ejercito de número superior de seres vivos
programados que ya hacen sus rutas automáticamente. El cerebro tiene
la única función de otorgar, de transformar el mundo en nuestro
beneficio, entonces ya depende de nuestras decisiones si dejar la
programación fija en una versión o permitir actualizarla a menudo.
El camino
del bar no se va a mover, pero el cerebro nunca termina de
convencerse, y lo sigue comprobando entre la lista de cosas que hacer
periódicamente, que en su mayoría son tareas de comprobación de
que todo siga igual y en su sitio y, por lo tanto, de que todo vaya
bien.
Este
comportamiento natural pero irónicamente destructivo fue definido
con la fábula moderna de los ratones y los liliputienses, que de
positiva es irreal. Aquí no se muestra la realidad donde los ratones
son ratas que se abalanzan primero para que nadie les quite lo suyo,
y donde los enanos conspiran entre ellos con tal de salirse con la
suya. La vida es un laberinto, mayor acierto no puede haber, pero
también es competitividad. Aunque puede ser cierto que todo podría
ser un camino de rosas, pero la costumbre (que ni es buena ni mala,
es sólo eso mismo) se entrecruza con otros sueños y objetivos
ajenos para quedarse con la colina que tarde o temprano acabará
arrasada. Cuando se consiga y quede solo uno en pie, montará su
pequeña casita en lo alto y se dedicará a repetir sus patrones
hasta el final de los días.
Y ya que se
habla del final, siempre se ha creído que todo el sufrimiento
aguantado por rutina merecerá la pena, que al final del arcoiris
realmente está esa olla llena de oro o incluso la mismísima ciudad
de El Dorado. Y no se está tan equivocado, porque hay zonas de
comodidad y de rutas programadas con forma de vida entera que llevan
hasta una recompensa: el tópico. Pero no un tópico cualquiera, si
no el mejor de todos y por lo tanto el más sabio, aquel que reza de
forma atea algo como “Lo importante no es haber llegado, si no el
camino recorrido”. Tanto buscar la verdad y la filosofía suprema
con la que nadie nos pudiera debatir de una vez, y resulta que ya la
teníamos desde el principio. Los tópicos son la verdadera esencia,
lo que resume lo complejo en una línea y concepto, lo que va directo
al grano para responder cualquier pregunta existencial. Todos los
tópicos son puras verdades en sí, jamás se equivocan y se aplican
a absolutamente cada ser humano posible. Parece magia, lo que quiere
decir que es eso mismo: realidad.
Porque al
final no hay recompensa; nosotros somos la recompensa.
...no se
pudo creer lo que vio allí, sobretodo porque las vacas no tienen
capacidad de comprensión. Pero dentro de lo que cabe se sorprendió,
pues un nuevo color para su hierba se mostraba, expandiéndose hacia
otro infinito que insistía en guardar algún secreto, donde una
intuición aseguraba que podría ser otra de esas amables y nerviosas
paredes creadoras de agujeros.
Se centró
con recelo en lo que veía alrededor de sus patas, no pudiendo
aguantar más hasta que decidió comerse el miedo junto a una pizca
(acorde a su boca) de aquella extraña gemela malvada de su hierba de
toda la vida. ¡Qué grandiosidad! Por el sentido de aquel sabor y de
ser capaz de maravillarse con una palabra así. Aquel nuevo matiz
gustativo no era moco de pavo (menos mal), era un nuevo mundo que
devorar y cagar, un acento en una palabra mal escrita o incluso un
manjar digno de vacas indias.
Eso la
llevó a pensar, o más bien a soñar con los ojos abiertos, a
imaginar primero cómo sería mezclar su hierba de siempre con esa
nueva conquista. Enseguida se interpuso un pensamiento más grande
aún, lo que lo convertía en sueño, en un sentido que podría doler
si se trataba de exageración y utopía... pero por el otro lado, de
ser verdad, la llevaría entonces a otro concepto para su mente, y
por lo tanto para su vida... y todo ello no era más que el sentido
de que hubiese más clases de hierba ¡con todo lo que suponía!. La
simple idea le hacía estremecerse, por intentar tanto a jugar ser
Dios. Pero no importaba, soñar era gratis (por ahora) y se dijo, se
convenció, que seguramente merecería la pena...
Pasaron
los años y María seguía ahí rumiando en doble sentido, soñando
despierta y a punto de terminar su tesis sobre los átomos cuánticos
de las hierbas más pequeñas, esas que se quedan ahí
misteriosamente sin querer crecer hasta la altura de las más altas.
Ya se sabía cada centímetro de aquella zona y de la anterior a la
que a veces volvía. Y no le hacía falta más, era la más lista del
lugar y después de todo solo ella sería capaz de cumplir sus
sueños, así que tendría que seguir pensando y repasando aquella
hierba tan misteriosa que tanto le había brindado...
La cámara
comienza a alejarse, mostrando que la cerca separada por la valla con
portezuela está dentro de otra cerca más grande. Pero realmente
está mal aplicado el verbo, pues es pequeña en comparación a la
cerca que alberga a la cerca con cerca. Pero la cámara sigue volando
para mostrarnos que una vez más nos equivocamos y que... quién
sabe, seguía concluyendo María, incluso podría encontrar al toro
de sus sueños que la empujara una y otra vez, una y otra vez, una y
otra vez...