Recuerden esta fecha: 04/10/2013. Es el día en el que el cine cambió para siempre. Comparable a lo que en su momento se vivió con la transición del mudo al sonoro, o al terremoto entre el paso del blanco y negro al color, esta fecha del calendario pasará a la historia como el de la plena constatación del 3D para llevar al séptimo arte a, literalmente, otra dimensión. El artífice de semejante proeza, esta de convertir incluso al más profano de este revolucionario método narrativo, es un Alfonso Cuarón que ha parido un proyecto que ha logrado una unanimidad crítica a la que este cronista es incapaz de encontrar precedente tras siete años de sequía cinematográfica. Gravity (2013), la excelsa criatura del mexicano, ha venido no sólo para quedarse, sino también para sentar un precedente del que dentro de unos años se hablará en las escuelas de cine. Auténtica sinfonía para los sentidos, esta obra magna del celuloide se erige como una hiperrealista experiencia capaz de dejar al espectador más experimentado en los terrenos del thriller y la ciencia ficción agotado. Exhausto. Rendido ante un espectáculo visual que el cine ofrece con cuentagotas. En cualquier caso Gravity no es cine. Es algo más: es una experiencia (vital, emocional, física) de primer orden, dueña de la fuerza visual y narrativa necesaria para transportarnos a territorios nunca antes conocidos.