A lo largo del Festival de San Sebastián, pocos han sido los galardones que han suscitado la disparidad de opiniones que generó el premio al Mejor Director otorgado al prestigioso cortometrajista Javier Rebollo por su segundo largometraje: la atrevida La mujer sin piano (2010). Mientras unos veían una obra con ínfulas posmodernas, más próximas al sinsentido que del argumento racional, excesivamente sosegada o soporífera, la otra mitad de la crítica se dejaba seducir por una afrancesada obra que se podría resumir como una de las más certeras aproximaciones a un sentimiento tan poco explorado en cine como la monotonía, la rutina más salvaje. Armada de una intensidad humana brutal, la película otorga todo su protagonismo a Rosa (Carmen Machi), fascinante rol que pondrá de relieve ese hartazgo con la cotidianidad, esa exasperación del día a día a la que progresivamente, y sin que nadie haya hecho nada por evitarlo, se ha visto abocada. Ante un marido que la ignora y una vida sexual y afectiva prácticamente inexistente, Rosa sólo encontrará compañía en la televisión... y más tarde en la figura de un joven polaco exiliado de su tierra natal que conoce en una estación de tren tras armarse de valor y hacer la maleta en busca de un destino mejor. Un plan, el de atravesar en canal la noche madrileña en busca de aventuras, que parece atender más a una necesidad vital que a un plan premeditado, para que no deja de ser igual de admirable. Como todo lo que hace Rosa.