Aún a riesgo de no resultar políticamente correcto, creo que Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955), se vio enormemente beneficiada por la muerte de su actor principal: son muchos los que todavía hoy acuden a este gran clásico para acercarse de alguna manera a la figura de un James Dean que compartía con su rol Jim Stark el espíritu indómito, el compromiso por vivir la vida según sus propias convicciones y una cierta necesidad de consumir sus días a toda velocidad -y no me refiero sólo a la afición de ambos por las carreras ilegales de coches-. No obstante, a pesar de estar algo sobrevalorada y de que la aureola de misterio que rodea a este icono de la interpretación cuya carrera se interrumpía prematuramente en un trágico accidente de coche con tan sólo 24 años aún le siga beneficiando, Rebelde sin causa tiene tantas grandezas como imperfecciones. En primer lugar, señalemos lo más destacado: su impecable trío protagonista; Natalie Wood, Sal Mineo -ambos nominados al Oscar al Mejor Actor de Reparto por este trabajo- y el propio Dean no pueden estar mejor en unos papeles que tuvieron una trascendencia incomparable en sus carreras.