. Es la estación de la mirada interior, en
la que nos dejamos llevar por el ambiente de fin de ciclo que se instala en la
naturaleza, que empieza su repliegue sobre sí misma tiñéndolo todo de colores opacos
y luces de ocaso. No puede ser de otra manera, pues al final nuestra condición
animal hace que tengamos ritmos estacionales no ajenos a los ciclos de la
naturaleza, a pesar de la soberbia que tenemos al considerarnos seres
especiales, por encima de todo aquello que nos rodea. Por eso en el otoño
buscamos respuestas a nuestras incertidumbres personales y, en esta época de
sombras sobre el presente y el porvenir, a la falta de certidumbres sociales.
En cualquier caso el otoño siempre trae nuevas sensaciones físicas y
psicológicas que no debemos menospreciar y buscar en ellas el lado bueno,
aunque algunas veces el otoño traiga dosis letales del lado oscuro de la vida.
Fue en el otoño de 1936 cuando
Franco, en un hábil golpe de mano, se autonombra “Generalísimo", dando
comienzo la dictadura fascista que gobernó España, hasta que en otro otoño,
treinta y nueve años después, los cimientos del Régimen se tambalearon tras su
muerte, después de una larga y expectante enfermedad. También fue un otoño de
1940, cuando Walter Benjamin, filósofo y ensayista alemán, al que su identidad
de judío le vino otorgada por la mirada que los otros tenían de él, pues
Benjamin nunca se sintió algo más que un ciudadano alemán, recaló en Portbou
huyendo del nazismo, tras pasar por Ibiza o París, para morir cansado de tanto
vagar por Europa como un paria, con el único fin de poner su vida a salvo de
los nazis. En el otoño de 1928, cuando en Madrid las tardes se tiñen de un
dorado líquido que impregna el aire, Antonio Machado y Pilar Valderrama, la
Guiomar de sus poemas, esconden su amor entre las mesas de mármol de café
Franco-Español de Cuatro Caminos, lejos de las miradas censoras de sus
conocidos.
Es en otoño, como ven, cuando el
ocaso impone su luz: el de La República española, que vio como un militar
golpista se autoproclama dictador y el mundo asiste a ello impertérrito,
sentando las bases de la derrota republicana; o como el régimen dictatorial que
impuso a hierro y sangre el “Generalísimo” cae como un edificio arruinado por
la carcoma cuando su muerte deja huérfanos a sus seguidores. También se produce
la pérdida de uno de los pensadores alemanes más preclaros que ha habido en el
siglo XX, por el simple hecho de ser judío. Y está en la pasión madura y otoñal
que al gran poeta Antonio Machado vive devolviéndole la ilusión del amor.
Pero el otoño lleva en su ADN el
espíritu de la renovación. No todo termina con la caída de las hojas, pues la
vida sigue, incluso cuando una carrera política se encuentra en su crepúsculo
otoñal. Así debería entenderlo el otrora poderosísimo Carlos Fabra, el hombre
que tuvo en sus manos el destino de la provincia de Castellón y presumió, con
razón, de ser un prócer de la derecha valenciana y española, sosteniendo
siempre a aquel que estuviera en el poder de su Partido, o codeándose en agotadoras
tardes de pádel con el insigne prohombre del tea party español, cuando era
presidente del gobierno, José María Aznar. En este otoño ha llegado su momento,
el de poner a salvo su dignidad y su honor, después de muchos otoños de
proclamarla y sentirse herido por la envidia izquierdista de sus opositores. Ha
llego el momento de sentarse ante el tribunal que tiene que dictar sentencia,
diez años y nueve jueces de instrucción después, y aclarar si todos los palos
puestos por sus abogados y amigos en las ruedas del carro de la justicia, para
retrasar el proceso, eran simplemente la proclamación de su inocencia, ante la desafuero
de verse en boca de acusadores, fiscales, ciudadanos e inspectores de Hacienda,
como un presunto delincuente; o escondían una intención más aviesa que pudiera
impedir un juicio justo o, quién sabe, si la prescripción de los delitos por
los que se le acusa.
Es difícil aguantar tantos
otoños viendo tu nombre vituperado por los medios de comunicación, o por un
número, cada vez más creciente de ciudadanos. Incluso ver como aquellos que
lanzaban vivas a tu persona en sonadísimas cenas de homenaje, han ido, con el
tiempo, escondiéndose ante tu presencia o, simplemente, cambiando tu inocencia
por la palabra presunto, que en tan buen lugar les deja. Por eso, ahora, tienes
que estar feliz, viviendo un otoño de placidez espiritual, viendo que tu
angustia y desazón por lo largo del proceso de instrucción ha llegado a su fin.
No importa que la acusación y la fiscalía se hayan vuelto locos pidiendo no sé
cuántos años de cárcel, multas disparatadas y años de inhabilitación, a ti que
siempre te has tenido como un ciudadano honrado, que todos los otoños hacía
despliegue de una generosidad sin límite entre aquellos que te veneraban y
tenían como un “cavaliere” de la política y el buen hacer. Aunque no sé si esta
palabra “cavaliere” es la más apropiada, viendo cómo este otoño está suponiendo
el fin de otro gran hombre, al que nunca llegaste a conocer, si bien ya te
hubiera gustado hacerlo, por una conjura de todos aquellos, malos italianos,
que llevan años confabulándose para hundir su imagen y acabar con su carrera
política. Quizá sea mejor eliminar el término “cavaliere” por el de “caballero”,
para que nadie piense que estamos intentando hacer una metáfora entre tu
persecución y la suya, a pesar de que te sientes plenamente identificado con su
pena y su rabia. Salvando las distancias claro: Il Cavalieri ya está condenado
y tú todavía eres presunto inocente ¿O presunto culpable? Uno ya se pierde con
tanta jerga jurídica.
¡Ay los otoños! Con su monotonía
de lluvia tras los cristales. Qué oportunidad tan buena nos brindan para
respirar con pausa, para detenernos a reflexionar sobre nuestra vida y pensar
sobre nuevos proyectos con renovada ilusión, como este otoño estarás haciendo
tú, ya sabiendo que el final de tu calvario judicial está próximo.