Ayer,
en el silencio monacal de mi casa, terminé de leer el último libro
que me quedaba pendiente de la serie de los viajes al Polo Sur. No
creí que el tema me fuera a interesar tanto. Y tampoco es que haya
leído muchos libros sobre estas exploraciones. Hasta ahora sólo me
he enfrentado con el de Cherry-Garrard, El peor viaje del
mundo; el de Ernest Shackleton,
Sur; y el del capitán
Robert Falcon Scott, Diario del Polo Sur. El
libro de Cherry-Garrard es bastante voluminoso. Los otros dos son
menos gruesos. Aunque he de reconocer que es El peor viaje
del mundo el mejor de todos, al
menos desde el punto de vista literario. Eso sin desdeñar el libro
de Shackleton. El menos interesante de los tres, insisto, desde el
punto de vista literario, es del capitán Scott. El interés de este
reside en que es el diario de una persona que lucha por llegar al
polo sur, y regresar; y lo hace tarde y mal, pues se les había
adelantado a todos los exploradores Roal Amundsen, lo que les causó
una honda frustración. Es muy interesante, también, por contar
todas las vicisitudes del viaje de regreso, viaje en el que, por una
serie de circunstancias no previstas, así lo repite una y otra vez
el capitán Scott, los cinco miembros de la expedición perdieron la
vida. Murieron de agotamiento, hambre y frío. Es tristísimo leer
todas las penalidades que sufrieron, el intenso frío que tuvieron
que soportar, y cómo, poco a poco, se va degradando la situación.
Conservan la entereza hasta el final; pero sufren congelaciones,
caídas, mala nutrición, pérdida de fe en lo que están haciendo;
tienen pocos alimentos, no consiguen entrar en calor nunca,
las ventiscas les impiden avanzar en busca del campamento base...
Toda acción humana es discutible,
o, cuanto menos, es factible de ser observada desde diversos puntos
de vista. Y esta, la de los viajes al Polo Sur, no iba a ser menos.
Máxime cuando la expedición de Scott acabó en tragedia. A partir
de estas muertes hay dos planteamientos: el primero de ellos acusa al
capitán Scott de una mala planificación, haciéndolo responsable,
al mismo tiempo, de las muertes de sus compañeros. Baste con
recordar que su equipo estaba constituido por cinco personas, en
tanto que Amudsen, que llegó al Polo sin que muriera nadie, iba
acompañado de una sola persona. Este, entre depósito y depósito de
alimento, cada cien metros, dejaba señales para no desviarse de la
ruta. El equipo de Scott se desvió varias veces teniendo que volver
atrás y reemprendiendo la marcha de nuevo. Y si tenemos en cuenta
que estamos hablando del Polo Sur, con unas temperaturas entre -12º
y -40º, por poner un ejemplo, ya podemos colegir lo que supone
perderse o desviarse o quedarse sin alimentos. En esas
circunstancias, 20 ó 30 kilómetros de distancia marcan la
separación entre la vida y la muerte. El equipo del capitán Scott
murió, hambriento y debilitado, en la puerta de la cocina, por
decirlo de una forma gráfica. Pero a veces un metro es una distancia
insalvable.
Cuántas veces me he acordado,
leyendo estos libros, de los viajes que he hecho yo a lo largo de mi
vida. Nada tienen que ver con estas exploraciones, desde luego. Pero
leyendo esas penalidades en el hielo, me acordaba de cuando, con el
coche, llegaba a un pueblo o ciudad donde no había un lugar donde
comer, o este no me gustaba. El problema se solucionaba de una forma
muy sencilla: subía al coche, ponía música, y el aire
acondicionado o la calefacción, y al cabo de media hora estaba en
otro lugar, y con un plato de comida delante. Eso cuando viajaba con
el coche. Antes, mucho antes, de joven, lo hacía con la bicicleta. Y
con este medio sí, con este medio, 20 kilómetros y una pequeña
montaña de por medio se podía convertir en un pequeño drama. En el
caso del Polo el drama es el intenso frío y la muerte.
Una cosa he echado a faltar siempre
en estos libros, pues rara vez se dice en ellos cuál era la
finalidad de esas exploraciones tan sumamente penosas y trágicas.
Cherry-Garrard insiste en que fueron al fin del mundo, en busca de
los huevos del pingüino emperador, por motivos científicos. Al
parecer consideraban a este pájaro como el más antiguo de la
tierra; y, por lo tanto, como una buena fuente de información. A
través de él, de sus huevos, se podía saber cómo algunos seres
dieron el paso del mar a la tierra; estudiar parte de la historia de
la evolución. Y así en tanto el capitán Scott trataba de llegar al
Polo Sur, Cherry-Garrard y otros compañeros emprendieron el peor
viaje del mundo en busca de esos huevos del pingüino emperador.
Llevarlos a Inglaterra sin que se cascaran, alguno se rompió, fue
toda una hazaña. En el libro de Cherry-Garrard sí que hay un
informe en el que se detallan los análisis de dichos huevos. Y se
concluye que el peor viaje del mundo no fue un viaje en vano: ayudó
mucho a la ciencia por cuando permitió estudiar parte de la
evolución. Sin embargo, he oído decir que ni los pingüinos
emperador son los pájaros más antiguos del mundo, ni a través de
sus huevos se explica la evolución, la pérdida de aletas, parece
ser, y el nacimiento de plumas. Aquel terrible viaje, según algunas
versiones, no sirvió para nada.
Hace
muchos años un buen amigo, al que admiraba profundamente, me dijo
que en este país una persona se lee dos libros de Kant, y ya es
considerado neokantiano. Eso a mi buen amigo le molestaba mucho.
Estoy de su parte. Así que no me gusta pasar por lo que no soy. Y,
sinceramente, yo de todo esto de estas terribles expediciones, no
entiendo absolutamente nada. Soy un lego total en la materia. Y me
lamento muy mucho, cuando en estos libros hay alguna rara
explicación, por no tener la base necesaria para comprender el fin
último de estas penalidades cuando no muertes. Me parece una
verdadera necedad que se haga, si es así, por ser los primeros en
poner los pies en donde nadie los había puesto antes. Ahora bien, si
es un deporte de alto riesgo, y hay gente dispuesta a dejarse la vida
por llegar a lo alto de cierto pico, pues bien, mientras no sea
obligatorio, que hagan lo que quieran. No obstante, de vez en cuando
dicen que hacen mediciones o que toman muestras de rocas o del fondo
marino; pero nada se dice ni de esas mediciones que van haciendo, ni
de los análisis de las rocas que encuentran, etc. Así que, puestos
a escoger, y de lo poco que puedo hablar con alguna propiedad, me
quedo con Shackleton, que estuvo a 150 kilómetros del Polo Sur,
antes que nadie, pero que se volvió atrás porque comprendió que no
habría víveres suficientes para el regreso. La carta que le
escribió a su mujer, camino de Inglaterra, es modélica: supongo,
escribió, que
prefieres un burro vivo a un león muerto. Sí,
yo también creo que es preferible, aunque llegar el primero al Polo
le hubiera dado mucha gloria a Su Graciosa Majestad, si es que se
trataba de eso.
Es posible que las mediciones, los
análisis, y todo cuanto hicieron aquellos exploradores, nos haya
hecho la vida un poco más cómoda y llevadera. Insisto en dichos
libros sobre esto no dicen nada. Yo, en mi ignorancia, lo veo todo
como un enorme despropósito. Sí, está muy bien el afán por saber
y por conocer; pero creo que es fundamental, en todo momento, saber
reconocer los límites, y asegurarse antes de acometer algo que puede
tener consecuencias catastróficas. Al fin y al cabo, y sin
despreciar a estos hombres, ni mucho menos, no creo que aquellos
terribles viajes nos haya más felices, o el hombre sea mejor ahora
que lo fue entonces. No lo creo. Algunos de los expedicionarios de
Shackleton lucharon en la primera guerra mundial. Y hubo otra; y hay
más, y no cesan... Sí, claro no por eso se van a detener las
investigaciones. Ya lo sé.
A veces me despierto a altas horas
de la noche, y pienso, sin ninguna lógica y concierto, como un reloj
descompuesto podría caminar hacia delante o hacia atrás, que el
hombre, si de verdad fuera solidario, debería solucionar primero
todos los problemas de la tierra, misión imposible, y no salir fuera
de esta, del mundo conocido, en tanto en todos los países reinara la
paz y la concordia. Me río de mí mismo, por supuesto. ¿Qué
sentido tiene, sin embargo, ir a buscar huevos de pingüino cuando
Europa entera se está desangrando en una absurda guerra? ¿Para qué
quiero saber cómo evolucionó la especie humana si es incapaz esta
de comportarse como gente con altura de miras? ¿Escondían estas
expediciones un deseo de apropiarse de nuevas tierras, de buscar
nuevas fuentes de riqueza? Recuerdo que en uno de los pasajes, un
explorador dice que, en el fondo marino, hay oro. Cuando leí
aquello, maldije al autor por haberlo escrito y haberlo publicado.
Temí que, pese al frío, y con los adelantos de hoy en día, se
convirtiera el Polo en otra tierra prometida que iba a terminar por
convertirse en un vertedero, como, al parecer, ha quedado convertida
toda aquella estación ballenera que había por la zona.
Ignoro
cuál será la situación del Polo, y si, en verdad, se habrá
decidido protegerlo y no comenzar a hacer prospecciones por allí. No
me fío nada de los acuerdos de los gobiernos, pues estos, por
mantenerse en el poder, y con ningún interés por el futuro que no
sea el suyo, mandan
hacer prospecciones en cualquier sitio, por muy protegido que esté,
antes que investigar nuevas fuentes de energía, por ejemplo. Pero,
claro, si no hay dinero para educación ni para investigación, y
encima abogamos que haciendo prospecciones, vamos a terminar con el
paro, ya es otro cantar. Hay palabras mágicas que parece que abren
las puertas de todos los castillos
y fortalezas. Y la de
terminar con el paro, hoy en día, es como el Ábrete,
Sésamo de cierto cuento nada
infantil.
Ni voy a solucionar nada ni lo
pretendo; pero voy a leer unos cuantos libros más sobre aquellas
exploraciones. Hasta que consiga tener las cosas un poco claras, que
lo dudo, o hasta que yo me canse del tema, que es lo más probable.
Voy a hablar, ahora, con un viejo compañero de trabajo para que me
explique eso de la longitud y la latitud, lo de los grados, y todo lo
demás. Y a ver si puedo hacerme con un buen mapa del Polo Sur, pues
es lamentable que estos libros no ofrezcan ni eso. Y a mí me
intriga, y con esto verás hasta qué punto llega mi ignorancia, eso
de que, en medio del Océano, o de una enorme extensión de hielo,
sepan, en todo momento, dónde están. Esas cosas me llaman mucho la
atención.
Lleno de admiración,
en mis clases, les explicaba a los alumnos la importancia de la
civilización griega. Les decía que los griegos, en aquella época,
y sin prácticamente instrumentos, descubrieron no sólo que la
tierra es redonda, sino su diámetro. Al principio no sabía cómo
explicarlo, pero luego, gracias a este buen compañero, me convertí
en un “experto”. Y comencé a pensar que, en verdad, la vida es
demasiado breve: hay tantas cosas importantes que se deberían
conocer. Pero no podemos hacer otra cosa más que resignarnos. Tal
vez algún día el hombre sea capaz de abarcar más saberes y ser
mejor. Tenía razón Kant cuando dijo que el gran problema del hombre
es el tiempo. Sí, tenía toda la razón del mundo. Hoy en día, con
un móvil, el capitán Scott hubiera podido comunicarse con
Cherry-Garrard, que lo estaba esperando a pocos kilómetros de donde
falleció él y los compañeros que todavía estaban vivos; y este
los hubiera podido rescatar. Pero entonces no había móviles, y
estos hombres perecieron. Leyendo estos libros, con errores y sin
ellos, y por encima de manías y nacionalidades, la verdad es que he
llegado a estimar a aquellos exploradores. ¡Ah, la importancia de
los libros, querido Nemo, la importancia de los libros! Me costaría
mucho tener que vivir sin ellos, y sin la música. Descansen en paz
el capitán Scott y sus compañeros.