"Steve Jobs fue el mayor inventor desde Thomas Edison. Puso el mundo en nuestras manos". La frase que Steven Spielberg dedicó al co-fundador y presidente ejecutivo de Apple tras fallecer víctima de un cáncer de páncreas en 2011 resume a la perfección una personalidad tan fascinante como llena de claroscuros. Es por ello que, de entrada, el casi desconocido Joshua Michael Stern merece todos mis respetos por enfrascarse en Jobs (2013), un biopic a todas luces suicida. Soy consciente de la animadversión de buena parte de la crítica hacia este proyecto, por lo que intentaré valorarlo como procuro hacer siempre en este blog: sin injerencias externas ni dejarme llevar por corrientes mayoritarias. Y bien: Jobs ha superado mis expectativas. Y lo dice alguien que nunca ha sentido especial fascinación hacia la figura de este gurú de la tecnología. La película consigue que desde el primer minuto -esa conferencia en plena sede de Apple en la que Jobs presenta el Ipod, en la que se nos regala uno de los mejores y de los más significativos fotogramas del año: el rostro del genio reflejado en la carcasa de su poderosa creación- te sientas fascinado por su personaje central. Un prólogo avasalladoramente emocional que apunta maneras.