Volatil socialdemocracia

Cunde el desaliento entre la izquierda europea. No puede ser de otra manera cuando cada día se anuncian nuevos recortes al estado de bienestar, y la socialdemocracia, otrora valedora máxima de aquel, languidece como una rosa marchita en el espectro político de Europa, su ámbito natural de actuación. De pequeño los mayores me decían cuando tonteaba con cosas peligrosas, que quien juega con fuego se acaba quemando o se hace pis en la cama, y en los últimos años no me puedo quitar de encima la sensación de que la socialdemocracia europea ha jugado demasiado tiempo con el fuego del neoliberalismo, incluso algunos dirigentes, entre los que se encuentran unos cuantos españoles de gobiernos socialistas, aplicaron recetas y nos dieron discursos sobre la sostenibilidad del estado de bienestar, que más tenían que ver con su liquidación, en línea con las recetas de la derecha continental; derecha que una vez muerta la bicha comunista, y lanzados los países del antiguo Telón de Acero a una carrera para ver quién era el alumno más aplicado de un capitalismo salvaje y desmembrador de la sociedad, intuyeron que ya no había razones para tener contenta a la clase trabajadora y, por tanto, se podía empezar a cortar todo el tejido de la Europa social construido a lo largo de los años de guerra fría, por temor a que los soviets se extendieran más allá del río Elba.

 

. No puede ser de otra manera cuando cada día se anuncian nuevos recortes al estado de bienestar, y la socialdemocracia, otrora valedora máxima de aquel, languidece como una rosa marchita en el espectro político de Europa, su ámbito natural de actuación. De pequeño los mayores me decían cuando tonteaba con cosas peligrosas, que quien juega con fuego se acaba quemando o se hace pis en la cama, y en los últimos años no me puedo quitar de encima la sensación de que la socialdemocracia europea ha jugado demasiado tiempo con el fuego del neoliberalismo, incluso algunos dirigentes, entre los que se encuentran unos cuantos españoles de gobiernos socialistas, aplicaron recetas y nos dieron discursos sobre la sostenibilidad del estado de bienestar, que más tenían que ver con su liquidación, en línea con las recetas de la derecha continental; derecha que una vez muerta la bicha comunista, y lanzados los países del antiguo Telón de Acero a una carrera para ver quién era el alumno más aplicado de un capitalismo salvaje y desmembrador de la sociedad, intuyeron que ya no había razones para tener contenta a la clase trabajadora y, por tanto, se podía empezar a cortar todo el tejido de la Europa social construido a lo largo de los años de guerra fría, por temor a que los soviets se extendieran más allá del río Elba.
                A veces me dejo llevar por las circunstancias y pienso que los ciudadanos de Europa estamos narcotizados o idiotizados porque no somos capaces de reaccionar electoralmente para defender los nuestro, que no es lo mismo que lo de esa nueva clases emergente de ricos que están fundamentando su ascenso en el empobrecimiento de la mayoría de la sociedad. Pero no, en frío, cuando la sangre vuelve a circular con la velocidad de crucero normal, uno se da cuenta de que no es una cuestión que tenga que ver con el varapalo que se ha llevado la izquierda alemana en las elecciones, o que todavía las encuestas den como partido más votado en España al PP. Entonces pienso que existen razones más profundas a esta situación que estamos viviendo la ciudadanía europea, que, con perdón, ya empezamos a parecer putas y apaleadas. El problema viene cuando la socialdemocracia, envuelta en un papel de celofán de colores liberales, sigue enmudecida, sin digerir todavía que el enemigo externo ya no existe y los tiempos de brindis y bailes con la derecha se terminaron; que ahora hace falta fajarse en un cuerpo a cuerpo con el liberalismo salvaje que se está imponiendo en nuestras vidas. Eso cuando no vuelven a las andadas, como ha sucedido en Holanda, certificando el fin del estado de bienestar en un discurso real escrito, como no es de otra manera, por el gobierno socialdemócrata del país. Lo que me llama la atención es que la Internacional Socialista no le haya pedido explicaciones, pues si la socialdemocracia europea tira la toalla en defensa del estado de bienestar, su seña de identidad, para qué nos sirve a los ciudadanos. Decía Iñaqui Gabilondo que la en puridad de su identidad debería denunciar las injusticias, enfrentarse a la desigualdad social y la brecha que se está abriendo entre ricos y pobres, porque si se acomoda a la realidad que nos dibuja el neoliberalilsmo se acabará evaporando.

                Pero no parece que esté la socialdemocracia en condiciones enfrentarse a la derecha triunfante en estos momentos, amarrada a los líderes de siempre, aquellos que de tanto barrer la frontera entre la derecha y la izquierda acabaron difuminándola a la vista de los electores, lo que, irremediablemente, les ha convertido en cómplices o actores de esta crisis que estamos intuyendo  sólo tiene como objetivo acabar con el estado de bienestar en Europa, para que no sea un mal ejemplo en el resto del mundo, y la esclavización de la clase trabajadora pueda consumarse con un  desfile triunfal de los nuevos esclavistas, en todas las grandes ciudades del planeta.

                Clase trabajadora, una expresión que ha desaparecido del vocabulario socialdemócrata, sustituida por “operarios”, “colaboradores” o “emprendedores”. Al igual que, en su huida del marxismo, de ese que no estaba impregnado de sovietismo, ni de dictadura del proletariado y represión, se olvidaron de conceptos como el de lucha de clases, pobreza estructural, división del trabajo y/o fiscalidad progresiva que distribuyera la riqueza. Por eso no nos ha de extrañar que en el pensamiento de muchos socialdemócratas el estado de bienestar sea insostenible y justifiquen su desaparición, para emprender un camino hacia no se sabe dónde, plagado de eufemismos como que cada uno debe hacerse responsable de su vida (esto encaja perfectamente con la idea de que una gran parte de la sociedad vive instalada en la vaguería y la sopa boba, y no en el sufrimiento del desempleo y los salarios bajos). Últimamente, también está de moda abrir espacios hacia una democracia más participativa, lo que en sí mismo es una buena propuesta de salud democrática, pero visto lo visto, uno empieza a temer que esto sea otro eufemismo detrás del que se esconde una oligarquizarían de la democracia, porque si la mayoría de los ciudadanos van a tener que estar preocupados por su escaso salario, o su situación de desempleo o perdiendo rentas porque han de destinar parte de ellas a su salud, pensión o educación, no va a quedar mucho tiempo para dedicarse a la participación política. No nos engañemos, el principio esencial de una democracia, para que funcione, es la distribución de la riqueza entre sus diferentes clases, fundamentada en la solidaridad, la justicia y la igualdad de oportunidades.

                Si la socialdemocracia no es capaz de plantear una acción política a la sociedad en la defensa y consecución de estos principios, entre otros, que son la esencia del  estado de bienestar, lo mejor que puede hacer es disolverse y dejar paso a otras izquierdas, que propongan un  nuevo pacto social entre las diferentes clases, que abra el camino hacia un modelo de sociedad no tan nuevo, pero sí que atienda a las nuevas necesidades y realidades de los ciudadanos. El siglo XXI ya está aquí y va a ser irremediable una etapa de convulsiones sociales en Europa, si no queremos sucumbir a los dictados del liberalismo salvaje que ahora se está imponiendo. Y el que no esté preparado para ello, mejor que se retire.

UNETE



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