La vorágine de películas acerca del fin del mundo y la extinción de la humanidad a la que estamos asistiendo en los últimos tiempos -hablo de Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007); The Road (John Hillcoat, 2009); Take Shelter (Michael Shannon, 2012), 2012 (Roland Emmerich, 2009) y un largo etcétera-, se han visto beneficiadas por el contexto social: por la incertidumbre generalizada de una población cada vez menos optimista ante un futuro incierto. El cine ha sabido aprovechar este filón materializando muchos de los (malos) presagios medioambientales, económicos o de cualquier otra índole que los expertos vaticinan. La última en sumarse a estas producciones nutridas de catástrofes nucleares y/o cataclismos varios ha sido Guerra Mundial Z (Marc Foster, 2013). Basada en la novela Guerra Mundial Z: una historia oral de la guerra contra los zombies, de Max Brooks -hijo del director Mel Brooks, responsable de El jovencitio Frankenstein (1974)-, la que ya es considerada como la primera superproducción zombie jamás rodada -y la más taquillera- aplica el avance de la tecnología y de los efectos digitales a este subgénero del terror iniciado hace casi medio siglo con esta pequeña maravilla titulada La noche de los muertos vivientes (1968), a cargo de un George A. Romero que introdujo por primera vez el concepto zombie en la industria del cine.La trama de esta historia épica producida y protagonizada por Brad Pitt -que se gastó casi un millón de dólares en comprar los derechos de la novela original-, gira en torno a un ex investigador de las Naciones Unidas (Pitt) experto en conflictos internacionales que se ve obligado a distanciarse de su mujer Karin (Mireille Enos) y sus dos hijos cuando se desata una pandemia global que está convirtiendo a los humanos en hambrientos muertos vivientes. Él será encargado de liderar la misión cuyo objetivo es encontrar remedio a tal terrible brote. La película se distancia de la novela al abandonar los diferentes puntos de vista y testimonios en la que se basaba la misma para concentrar toda la acción en el personaje de Brad Pitt, auténtica columna vertebral de un proyecto en el que se ha implicado al máximo, tanto a nivel de financiación -la friolera de 160 millones de dólares- como de promoción mundial. El resultado es una obra a la que no es difícil deducir una titánica labor de producción, con escenas grabadas en Filadelfia, Malta y una intachable recreación de la ciudad de Jerusalén; lugar, éste último, donde se desarrolla la escena más impactante del film: ese enjambre zombie que supone la mayor aportación -tanto visual como argumental- que hace el film al género y en donde fueron requeridos más de 1.500 extras.