Con la victoria electoral del Partido Popular, por puro
agotamiento y hastío del maldito zapaterismo inaugurado con la matanza del
11-M, llegaron muchos chulos dispuestos a explotar inquisitorialmente la muy
mermada economía de los ciudadanos.
Algo debe de andar muy mal en las previsiones cuando al paso
del semestre se calcula que el déficit para este año será de un 8%, con un
gasto superior de 80.000 millones de euros más que lo ingresado. Menos chulería
y más eficiencia sería más que deseable.
No saben qué multas más imponer o impuestos sacarse de la
manga. Lo cierto es que estos miserables ni estrujando los hígados a los
gobernados, son capaces de mostrar unas cuentas acordes a lo que roban legalmente.
Ilusos fuimos al pensar que peores males no podían acontecer
y que la claridad del gobierno, en manos de un docto y calibrado Rajoy, nos
sacaría de los derroteros de la angustia permanente y nos dejaría a buen
recaudo con una gestión acorde a lo que se podía esperar de quien tanto
prometía, siendo consciente de la cruenta sangría practicada durante ocho años
de corrupción y oscurantismo que llevó a España a la cola de Europa.
Dimos un voto de confianza a Rajoy, conscientes del monstruo
hereditario de unos majaderos que bajo las siglas del PSOE alardeaban vilmente
de 100 años de honradez. Pensábamos que las cuentas claras nos sacarían del
abismo ante un amenazante rescate y apoyamos las duras iniciativas de quienes
dirigían nuestros destinos, lejos de la rendición de nuestro potencial
económico entregado ya entonces a los presupuestos europeos. En Europa ya habían vendido nuestro futuro, supeditando
nuestras vidas al embargo de una inmerecida autonomía económica que al día de
hoy está salvada, pero con la espada de Damocles de la inestabilidad económica,
social y política.
En absoluto se han cumplido los deberes que se esperaban de
gobernantes responsables y subsiste el riesgo de que los vaivenes económicos
nos vuelvan a colocar en una posición poco soportable y bajo la rígida
observación de los preceptos macroeconómicos con que nos controlan los socios
europeos.
Chulos de la talla de Montoro dan una idea de la ineficacia
del despotismo que pretende sanear las cuentas del Estado recortando las
prestaciones para el bienestar de los ciudadanos a base, precisamente, de
afligir impositivamente a las víctimas lastradas de la inoperancia del
Gobierno. No basta con ser chulo para convencer mediante el temor de que las
medidas restrictivas y saqueadoras son necesarias para salir de este atolladero
que va ya para largo con demasiadas oportunidades perdidas desde que el PP
accedió al poder. No basta la chulería para imponer drásticas medidas contra el
ciudadano que ha de pagar los perjuicios de la corrupción política, además hay
que ser efectivo siendo Ministro de Hacienda y Administraciones públicas. De lo contrario el
ciudadano se harta y termina por revolverse contra el inútil que látigo en mano
pretende imponer un orden sin demostrar que sirva para algo. Lo cierto es que
hasta este momento, Montoro ha demostrado ser un influyente inquisidor sin el
menor atisbo de eficiencia como para seguir confiando en sus severas maquinaciones
que, ahí está lo grave, pretenden esquilmar al ciudadano con tal de no tocar un
ápice de la infraestructura montada, parasitariamente, con las Administraciones
públicas.
La economía se sanearía si los miles de paniaguados,
familiares, amigachos y demás fauna
vampírica, fueran extirpados de empresas públicas que están siendo las
verdaderas causantes de que nos arrastre el peso de las rémoras que llevan
aprovechándose décadas bajo las siglas políticas; múltiples son los reinos de taifas
conformados tras el paripé democrático de los 30 años en que muchos, los
mismos, han vivido a tutiplén con la excusa del servicio al pueblo. Un germen
de corrupción que aflora ahora de manera inevitable al faltar esas riquezas de
las que se acostumbró a vivir el pesebre de los carnés políticos y sindicales.
La mejor prueba de que se acabó el chollo está en los
radicalismos independentistas que piden aún más que lo mangado, sencillamente
porque de algún sitio hay que sacar para seguir viviendo del cuento. Las formas
pueden diferir a la hora de seguir exigiendo la sopa boba, pero el fondo es el
mismo para todos los haraganes empleados en las empresas públicas que Rajoy no
toca, aunque tenga que mostrar a payasos recaudadores montándose el circo desde
instituciones cuyo carácter cobrador es tan elementalmente vergonzante que poco
importa la imagen de latrocinio; no hay disimulo del repugnante afán saqueador
con tal de mantener intacta la manada carroñera que se escuda tras las siglas
políticas para vivir a costa de los demás.
La gangrena es evidente en la Administración y no basta con
amputar las extremidades de los que mangonean los viáticos de nuestras
resistencias económicas. Hay que separar la cabeza del tronco y solo hay una
manera de conseguirlo: Meter un hachazo a las subvenciones y que los políticos
y sindicatos vivan solo de las cuentas de los afiliados. Son los políticos y
sindicatos los que han arruinado España y son esos los que pretenden ahora que
mantengamos el alto nivel de vida a base de penalizarnos brutalmente las
nuestras.
Decapitados los burdos
parasitismos se notaría una mejora espectacular desmontando el Estado
articulado de la holgazanería de altos costes, controlando el gasto público y
convirtiendo a los partidos políticos en ciudadanía sin privilegios y al
servicio del único poder soberano que reside en el pueblo. No como ahora que ser
político se basa en el privilegio soberano de poder contra el pueblo.
La Administración Pública es una monstruosa y
deficitaria Hidra a la que crecen cabezas por doquier sin necesidad de cortar ninguna. Es un monstruo abastecido de nuestras vidas y devora la oportunidad de un futuro.
Sin acometer una profunda reforma de las cuatro Administraciones, jamás
habrá una mejora económica porque el endeudamiento y el déficit serán
permanentes. O se corta la cabeza de la estafa administrativa o sucumbiremos
todos intentando alimentarla mediante los, cada vez, más escasos recursos con que nos jugamos nuestra supervivencia como país.