A puerta fría (Xavi Puebla, 2012) es uno de esos trabajos que, pese a su ambición temática y argumental, a su perpetua apelación al debate moral y a su saludable voluntad de hablar de la pérdida de valores de la actualidad, nacen predestinadas a pasar sin pena ni gloria por las carteleras. Al margen quedan reclamos publicitarios tan destacados como la presencia del internacional Nick Nolte -en su debut en el cine español- o su propio palmarés, en el que sobresale el Premio de la Crítica en Málaga -junto con el de mejor actor, para Antonio Dechent-, o su proyección en otros festivales como la Seminci. Nada de ello pareció ser motivo suficiente para que los distribuidores, rendidos al blockbuster de turno, a los agotadores efectos especiales o a la testosterona más insustancial, entendiesen la -urgente- necesidad de dotar a A puerta fría de una mayor visibilidad comercial: quizá porque es una película para pensar, y eso como que está pasado de moda. Lamentaciones aparte, estamos ante un film que se sirve de la figura del vendedor a pie de calle, aquel cuya labor consiste en cerrar una venta con alguien con el que no ha establecido ningún tipo de contacto previo, para hacer una radiografía de la decadencia moral de la sociedad actual, en la que muchos anteponen lo material a la propia dignidad o al honor.