Decía
hace unos días la princesa Letizia Ortíz que “la crisis tienes su propio
lenguaje y la utilización puede ser intencionada”, añadiendo que “no es lo
mismo decir ayudas que rescate (…) o reestructuración en vez de recortes”.
En
lo esencial, si obviamos el “puede”, estoy de acuerdo con las declaraciones de
la princesa, pero con un matiz no menor. La crisis no tiene ningún lenguaje, el
lenguaje lo tenemos las personas, los grupos sociales, los pueblos, y lo
podemos utilizar, entre otras cosas, para convencer, para vencer, imponer,
someter, colonizar o justificar nuestras acciones.
El
profesor Thorsten Pattberg en su artículo titulado Mi lenguaje, tu prisión. Lenguaje e Imperio. (Global Research, mayo
de 2012) pone el foco de atención en la dominación que ejerce actualmente
“Occidente” frente a “Oriente” a través del lenguaje y la traducción, y el modo
en el que mutilamos su pensamiento y lo acomodamos al nuestro, como una forma
más de globalización. Entendiendo globalización como dominación.
No
es algo nuevo, a lo largo de la historia se ha utilizado el lenguaje como medio
para dominar a otros pueblos. El lenguaje como herramienta fundamental para
colonizar y dominar otros pueblos fue utilizado por el Imperio Romano, por la Monarquía
Hispánica, por el Imperio Británico, etc. Difícilmente se podía evangelizar e
integrar en la Monarquía Hispánica a los pueblos de América si no era a través
del lenguaje. La violencia es un elemento dominador inmediato, pero
difícilmente sostenible si lo que se quiere ejercer es una dominación
continuada. Al margen de que el lenguaje también puede constituir una forma de
violencia.
Pero
no sólo nos debemos quedar en la dominación de un pueblo hacia otro, también es
importante el lenguaje en la dominación que se ejerce dentro del mismo pueblo.
La dominación que determinadas élites políticas y económicas ejercen sobre el
resto de la sociedad. El lenguaje como forma de dominación se ha utilizado en
regímenes totalitarios, pero también en sistemas democráticos en los que se
renuncia a la violencia, pero no a la dominación.
Este
uso del lenguaje como herramienta de dominación interna lo podemos ver en
Europa a lo largo de la historia. En los ejemplos citados anteriormente, el
Imperio Romano, británico y español, al mismo tiempo que utilizaban el lenguaje
(y otros medios) para ejercer la dominación exterior, también lo utilizaban
para ejercer una dominación interior.
En
la actualidad podemos ver cómo las élites políticas y económicas europeas
utilizan el lenguaje para imponer su política de austeridad económica y su
ideología neoliberal o ultraliberal. Del mismo modo, el Gobierno español
también utiliza el lenguaje para imponer su ideología ultraliberal (más que
imponer podríamos hablar de diseminar su ideología) pero también para
justificar sus políticas.
Como
dice la princesa, no es lo mismo hablar de reestructuración que de recortes, no
es lo mismo hablar de ayudas que de rescate (y ya no digamos intervención) como
tampoco es lo mismo decir que las medidas de austeridad o recortes te los
imponen desde fuera que decir que simplemente estás actuando según tu
ideología.
Es
lo que en las redes sociales se ha dado en llamar neolenguaje. A causa del lenguaje utilizado por las élites
políticas y económicas europeas y españolas, y convenientemente trasladado por
los grandes grupos de comunicación, su mensaje va calando en la sociedad e,
incluso sin darnos cuenta, en nuestras conversaciones cotidianas estamos
justificando algo con lo que podemos estar de acuerdo o no. En cualquier caso,
estamos trasladando su mensaje, justificando su acción.
Detengámonos
en la idea del lenguaje como elemento justificador. Considero que en las
relaciones de dominación interior, es en la idea de justificación donde el
lenguaje adquiere un papel protagonista.
Un
ejemplo de esto lo podemos encontrar en la denominación que damos a la
dictadura que surgió tras la guerra civil española (1936-1939): Dictadura Franquista o Franquismo (1939-1975).
Con
esta denominación estamos personalizando en la figura del dictador una
dictadura que no fue tan personal. Pero la culpa de esto, no la tiene sólo la
utilización que hacemos del lenguaje.
Habitualmente
fechamos el final de la dictadura en noviembre de 1975, coincidiendo con la
muerte de Franco y obviando que la Ley para la Reforma Política no se aprobó
hasta noviembre de 1976 (entró en vigor el 4 de enero de 1977) y la Constitución
democrática no entró en vigor hasta el 29 de diciembre de 1978.
En
una suerte de pacto tácito con nuestra inteligencia, tendemos a creer que la
Dictadura Franquista se instauró a lo largo de casi cuarenta años porque había
un General que mandaba mucho y todos le obedecían. Con suerte, en el colegio e
instituto habremos aprendido que ese General que tanto mandaba estaba apoyado
por una serie de poderes tales como la Iglesia Católica o el Ejército; por élites
políticas como los falangistas, los monárquicos, los carlistas, además de por
los poderes económicos. Pero tendemos a obviar que un hombre sólo no puede
instaurar y, sobre todo, mantener una dictadura en un país, ni siquiera un
hombre o un grupo de hombres apoyado en ciertas élites o grupos de presión lo
puede hacer.
Para
instaurar y mantener una dictadura es necesaria la colaboración de amplios
sectores de la sociedad. La Dictadura Franquista es el General Franco, Carrero
Blanco, Serrano Suñer, Manuel Fraga, Arias Navarro, Quiroga Palacios, Morcillo
González, Pemán, y un larguísimo etcétera, pero también es, o no puso ser sin, el
director de El Alcázar, los
profesores de universidad que ganaron su cátedra en acto de guerra, los
miembros de los distintos tribunales de depuración política, funcionarios, jueces,
maestros, profesores y curas adeptos al régimen, líderes locales de la Falange
que denunciaron a sus vecinos, miembros de la DGS, sin olvidar a los grupos
empresariales de nuestros días que amasaron sus fortunas bajo el cálido manto
de la dictadura, y un larguísimo etcétera.
No
podemos obviar que, como recordó Jaime Mayor Oreja (La voz de Galicia,
14/10/2007), había gente que vivía muy bien durante el franquismo, como también hay gente que vive muy bien durante la
crisis económica actual. Más aún, hubo grupos económicos que aprovecharon la
dictadura franquista para enriquecerse, igual que hay grupos económicos que
están aprovechando la actual crisis económica para enriquecerse.
En
definitiva, vemos como una herramienta que surgió para unir, para crear lazos
entre personas, cuyo principal cometido debe ser aportar luz a los hechos, también
puede ser utilizada para dominar, imponer o desinformar.
Los
actores participantes en la dictadura encabezada por Franco utilizaron y
utilizan (entre otros medios) el lenguaje para imponer su relato. Relato que todos
asumimos y divulgamos sin querer por medio de ciertos lugares comunes tácitamente
asumidos. Aquel relato que dice que su colaboración con la dictadura no fue más
allá de la obediencia debida.
Hablando
de obediencia debida, ¿por qué
hablamos de nazismo y no de hitlerismo? ¿Por qué hablamos de fascismo italiano y no de mussolinismo? Quizá la respuesta no esté
muy alejada del hecho de que la Alemania nazi y la Italia fascista perdieron la
guerra y sus actores no pudieron escribir (e imponer) su relato.