. Está lejos de ser ese curita bonachón que una parte de la prensa y
algunos sectores de Iglesia han buscado cultivar. Ya comenzó a hablar fuerte y
claro, sin tapujos ni anestesia. Y lo hizo donde más duele a la modernidad: en
las relaciones económicas. Se refirió a “un sistema económico que, de no ser
bien llevado, sin apelar a un mínimo ético, terminará jugando contra la
humanidad”. Y no solo contra los más pobres, sino contra todos. En efecto, el
orden económico mundial requiere de cirugía mayor.
Es curioso. Los grandes defensores de las
libertades personales dicen poco sobre los abusos en que caen algunos de esos
mismos paladines de la libertad. Los excesos se castigan pálidamente, lo termina
debilitando la credibilidad en el conjunto. El Papa no alega contra “el
sistema”. Se alega contra los abusadores de éste; los que, con malas artes,
buscan sacar una tajada del pastel más grande de la que legítimamente les
corresponde. Todo el sistema económico descansa sobre la confianza que
despierten “los mercados”, los que no son entes abstractos sino que compuestos por
personas.
Y a eso apuntaron las críticas del Papa
Francisco: la defensa desmedida de la libertad del mercado con una escasa
vigilancia de una eficaz distribución de la riqueza. Condenó así mismo, la "tiranía
del dinero" y la "dictadura de una economía sin rostro". "El
dinero tiene que servir, no gobernar", dijo Francisco.
A pesar de la bonanza que ha traído un
sistema de economía social de mercado, aún "la mayoría de los hombres y
mujeres de nuestro tiempo siguen viviendo situaciones de inseguridad". Mientras "los ingresos de una minoría
crecen exponencialmente, los de la mayoría se derrumban". Y este
desequilibrio no le conviene a nadie.
También condenó "la extendida
corrupción y la egoísta evasión de impuestos que ha alcanzado dimensiones
mundiales", así como la avaricia desmedida. "Esta actitud oculta un
rechazo de la ética, un rechazo de Dios".
Se requiere de "un valiente cambio de
actitud de parte de los líderes políticos". El Papa prevé un horizonte
oscuro de no abordar cambios urgentes en la forma de concebir las relaciones
comerciales. "Hemos creado nuevos ídolos. La antigua veneración del
becerro de oro ha tomado una desalmada forma en el culto al dinero", dijo
Francisco.
Benedicto XVI también pidió cambios en los
sistemas económicos. Recordemos las duras expresiones contra la avaricia y
acumulación de bienes en Deus caritas est,
donde señala que la codicia, el lujo insolente, constituyen una seria amenaza
contra la propia salvación. Somos meros administradores de los bienes, no sus dueños. Hugo Tagletw: @hugotagle