. Porque Marcelo Díaz es un renacentista del siglo XXI,
no sólo por su manejo creativo en dos terrenos tan aparentemente distantes como
la poesía y la escultura, sino por la vasta cultura que tiene puesta al
servicio del arte y de la humanidad, en el convencimiento de que el hombre sólo
se salvará cuando se reconozca a sí mismo como un sujeto extraordinario, para
la bueno y para lo malo, esencial en el devenir de la vida.
“Sin cielo, sin cieno” recoge el espíritu de una manera de entender el arte, que
tiene que ver con cierto expresionismo poético, al transmitirnos a través de
los versos que surcan el libro, con una edición sumamente cuidada y original,
sentimientos profundos que van más allá de la pura belleza formal y académica.
Sus poemas son como paletadas de color poético, al igual que sus esculturas nos
hablan de la vida desde la abstracción de la forma, porque es una manera más
íntima y personal de transmitirnos las emociones y sentimientos que albergan en
su interior. Hay una intención deliberada de esculpir palabras con una belleza
que nos trastoca el alma, gracias a una poesía casi matérica, que cierra el
círculo de Marcelo Díaz como artista en permanente simbiosis entre la forma
escultórica y la forma poética, que nos hace recordar el espíritu informalista:
abstracción, expresionismo, materia e inconformismo, de los grandes artista
españoles de la segunda mitad del siglo pasado.
Pero “Sin cielo, sin cieno” no es un libro vacío, al modo parnasiano del
arte por el arte. Esconde una fuerza espiritual reivindicativa del hombre
frente a la codicia, la maldad, y la corrupción del poder. Alza la voz para
decirnos que el ser humano tiene esperanza cuando se levanta como defensor de
todo aquello: la bondad, la inteligencia, el valor, la justicia, el amor… que le
ha hecho la criatura más fascinante de la creación. “La carne se hace verbo y es la vida” nos declama en un verso de
uno de sus poemas; un aliento necesario para saber que la vida es un camino lo
suficiente hermoso y breve, como para no dejarlo en manos de facinerosos
cobardes, porque “llegas a la vida/y ya
es ineludible la muerte”.