Mientras
el emperador Hiroito agonizaba, centenares de periodistas se apostaban día y
noche a las puertas del palacio imperial de Japón para saber del curso de su
enfermedad y tener la noticia de su muerte. Semejante dedicación no la había
tenido el emperador desde mucho tiempo ha. A los partes oficiales se sumaban
las especulaciones de los corresponsales y comentaristas de todo el planeta. La
prolongación de la agonía obedecía, discurrían, a la necesidad de hacer una
transición de poderes conservando un equilibrio entre la imagen del imperio y la de formas más modernas de
administración del Estado.
No
fue la primera vez que Hiroito, su presencia y su imaginario, ocupaban el
centro de la historia de su país. Después de las explosiones de las bombas
atómicas en Hiroshima y Nagasaki, se dirigió a la nación por radiotransmisión
(en cadena, obviamente) para pedir la rendición y dar sus razones. El golpe de
escuchar la voz del emperador sacudió a los japoneses más aún que las terribles
consecuencias de las bombas. Por primera vez El Hijo de Amaterasu, diosa del
Sol, demostraba su humanidad, quebrantando de esa manera la idea del
linaje divino. Muchos se suicidaron ante esa realidad, cruda, simple,
humillante: el emperador era un hombre como todos. Y un hombre derrotado.
Cuenta la leyenda que
existió un anillo capaz de dar invisibilidad a quien lo portara. Giges, un pastor,
tras una tormenta y un terremoto, encontró en el fondo de un abismo un caballo
de bronce con un cuerpo sin vida en su interior. Este cuerpo tenía un anillo de
oro y el pastor decidió quedarse con él. Lo que no sabía Giges es que era un
anillo mágico, que cuando le daba la vuelta, le volvía invisible. En cuanto
hubo comprobado estas propiedades del anillo, Giges lo usó para seducir a la
reina y, con ayuda del ella, matar al rey de Lidia, Candaules, para apoderarse
de su reino.
De
hecho, Candaules buscó su propio mal: extasiado por la belleza de su mujer y
deseando compartirla con alguien, pidió a Giges que se hiciera invisible y
entrara en el aposento de la reina. Entonces era un delito penado con la muerte
ver la desnudez de la reina, así que ésta se percató del arreglo, más por
intuición que por otra cosa y aprovechó la vulnerabilidad de Giges para
extorsionarlo vengándose del rey por someterla a una mirada ajena, y quitándole
entonces vida y poder.
Platón,
divulgador de esta leyenda (en La
República, II) lo hizo para ejemplificar su teoría de que todas las
personas por naturaleza son injustas. Sólo son justas por miedo al castigo o
por obtener algún beneficio por ese buen comportamiento. Es decir, que los
seres humanos hacemos el bien hasta que podemos hacer el mal, haciéndonos
invisibles a las leyes. Otro aspecto que se deriva de la misma leyenda es el
rápido avance de un personaje incógnito hasta entonces, Giges, que ocuparía el
poder basándose en su posibilidad (fortuitamente adquirida) de hacerse
invisible.
Fé, Misterio y ejercicio del poder
El Hombre Invisible, de H.G. Wells, tuvo la
tentación de instaurar un régimen de terror basado en su invisibilidad. Al
final, es derrotado y muerto por los aldeanos que intentó robar y subyugar.
Pero el ejercicio del poder desde la invisibilidad es un asunto que tiende a
convertirse en arquetipal. En la novela de Roa Bastos, Yo el Supremo, el dictador desaparece de la vista pública y así el
pueblo es sometido porque la invisibilidad del jefe se transforma en una
potencial omnipresencia: él está
(puede estar) en cualquier parte, ve (puede ver) hasta los actos más
insignificantes y los sanciona o los recompensa, según su inmenso poder. De
nada sirve rebelarse, piensan los sometidos, porque la vigilancia aplacará
cualquier rebelión. El Gran Hermano
reina.
El
uso más habitual del término poder refiere al control, imperio, dominio y
jurisdicción que un hombre dispone para concretar algo o imponer un mandato. Así, el poder se relaciona con el gobierno de
una nación, pero también con la herramienta que da la facultad a un ser
humano para que, en representación suya, pueda
llevar a cabo un cierto plan. El poder se
potencia con la invisibilidad, uno de los componentes de la fé.
El concepto de
fé pasa por muchas vertientes e interpretaciones. En general se acepta que la
fé es la convicción total de un
individuo con respecto de una ideología, una moral, un fenómeno, o una
divinidad (la certeza de lo que no se
conoce, la convicción de lo que no se ve) Se
habla de fé moral cuando es impulsada
por el miedo a un castigo divino o por la ambición de alcanzar un cierto premio
(natural o sobrenatural). La fé
sentimental o emocional aparece cuando tiene su punto de partida en un
anhelo, en una emoción. De cualquier modo, la
fé es siempre una sensación de certeza y una confirmación interior de lo que es
veraz(y es preciso entender que
la veracidad no siempre se corresponde con lo verosímil)
A
menudo los gobernantes se apoyan en la fé de sus gobernados para ejercer su
poderío. Aquí es preciso anotar la relación de la fé con las verdades reveladas
y con el misterio. Una verdad revelada no admite discusión. Es y nada más. Un misterio es un fenómeno que no tiene
explicación razonada, pero que tiene que creerse, aunque sólo sea verosímil,
sólo parezca verdadero o creíble. El misterio tiene vínculo directo con el
dogma. Ni la verdad revelada ni el misterio son objetos de la Razón. Cuando la
Iglesia Católica dice que el Papa es infalible, ésa es una verdad aceptable
sólo por el dogma. Cuando se dice que Dios es Uno y Tres, es un misterio sólo
aceptable por la fé. Y ésta, generalmente, se relaciona con la revelación.
El poder como acto de fé
Afinando los significados, tenemos que el poder es la capacidad de las
personas o grupos para imponer su voluntad sobre otros, a pesar de la resistencia, utilizando el recurso del miedo, bien retirando
las recompensas regularmente ofrecidas para castigar, o bien otorgando
recompensas nuevas. Tanto lo primero como lo segundo constituyen un chantaje.
Así, se conceptúa el poder como algo inherentemente asimétrico que descansa en
la capacidad neta de una persona para retirar recompensas y aplicar castigos a
otros. Su fuente es la dependencia unilateral.
Cuando Hiroito rompió con su condición divina y habló a sus súbditos, justo
en ese momento, ante los micrófonos radiales, abdicó de la fuente de su poder:
la fé en la condición divina del emperador. Los japoneses más tradicionales
coincidieron en que el emperador debía haber renunciado en ese mismo instante.
Pero los políticos las tropas aliadas triunfadoras en la II Guerra Mundial,
prefirieron conservarlo con su poder disminuido, para ulteriores efectos políticos
y económicos. Esto fue más que evidente cuando prolongaron su agonía
dolorosamente en 1989 para tener tiempo de efectuar transacciones y negociados
que beneficiaron a los grupos que en verdad tenían el poder, no sólo del Japón,
sino del mundo global ya en puertas.
Que agonizantes y muertos sirvan para que los partícipes del poder
prolonguen su estancia y aseguren sus posiciones no es nuevo. El caso más
clásico es el del Cid Campeador, cuya leyenda, ya se sabe, lo hizo ganar
batallas después de haber muerto. Más cercanos en el tiempo, Juan Vicente Gómez
en Venezuela y Francisco Franco, en España, fueron pacientes terminales y
cadáveres insepultos mientras se acomodaban los herederos y las secuelas.
Este poder que se basa en el misterio y la invisibilidad sólo existe
mientras son válidos los términos de la metáfora que los sustenta. Cuando se
quiebran los significados, cuando la ficción verosímil es confrontada con la
verdad, una verdad universal en la que participan mayoritariamente los súbditos
o dominados, se quiebra la fé y con ella el dominio, la posibilidad de
continuar con los chantajes. Así ha sido desde el principio de la historia. Y
esta situación se acelera cuando la gente percibe que el invisible no está y el
poder se está ejerciendo por mampuesto.
La fé es un vaso de cristal. Cuando se quiebra o se rompe, no puede
reconstruirse jamás. La penumbra que necesitan los misterios no es para
siempre. En algún punto, la luz entra y desvanece los miedos o los rituales. En
un mundo tan gobernado por las imágenes, la invisibilidad no es precisamente
una ventaja. En este tiempo, Giges sería un prestidigitador de segunda, aunque
la enseñanza de Platón sea ilustrada por muchas experiencias. Y, sin embargo,
aún se mueven los hilos del poder desde umbrales misteriosos.
El asunto surgirá, la pregunta, el cuestionamiento surgirán cuando el
crédulo se pregunte si en verdad lo invisible ejerce algún poder real. Cuando
Hiroito hable por la radio y deje de ser divino.