Acudir a una consulta de psicología supone
para algunas personas un trauma. Una especie de asunción de que han fracasado
en la vida y no encuentran la solución. Entre eso y la sobredimensión de la “psicología
de cafetería” como solución (habría que pensar si también como “fuente”) de
todos los problemas mundiales, iniciar
un proceso de psicoterapia se convierte en una utopía.
También está lo de la pasta, obvio. Y es
cierto que el precio, a priori, puede
parecer excesivo. No es tangible el trabajo y los beneficios pueden ser a medio
plazo. Sabiendo además que al final es la persona que viene la que tendrá, la
que podrá alcanzar sus objetivos. Pero en el gimnasio tampoco el hecho de apuntarte supone un cambio físico y se tiene asumido como "normal".
No me gusta dar consejos más allá de aquellos
universales que cualquiera podría dar y que en mi opinión son básicamente tres:
“No
te preocupes, ocúpate.”
“Dale
calidad a tu tiempo libre.”
“Ten
una perspectiva positiva de las cosas que suceden, al menos, neutra.”
Para mi, mi trabajo es similar al de un
sherpa. Ayudo a subir a la persona que quiere alcanzar la cima. Al final el
hecho de llegar, el mérito de esa hazaña será suyo. Le acompañó en el camino e
intentó facilitarle las cosas. Pero es absolutamente libre de querer bajar,
subir, probar otro camino, acelerar o descansar unos días. Y subir la montaña
es un proceso que todo el mundo debe hacer. Debería. Obviamente bajo, sin
intentarlo se vive en comodidad. Si es que a eso se le puede llamar vida y no un mero pasar por el mundo.
También hay otras cosas, otros problemas por
los que acudir a consulta. Pero muchos de ellos requieren por parte del
terapeuta un trabajo más directivo aunque la última decisión será del paciente.
Pero si quiere arreglarlo no tendrá tanta libertad de acción. Esos casos no
son “comunes” a todo el mundo.
Y hoy quería hablar de un motivo
universal para justificar el título. “Alcanzar la cima” me parece suficiente
razón para intentarlo, para probar.