. El mensaje de
este año lleva por título "Bienaventurados los que trabajan
por la paz", en alusión al macarismo evangélico que relaciona
la paz, no con una intención o un deseo, sino con un trabajo, una acción humana
determinada que debe llevarse a cabo y sin la que es imposible que la paz se dé.
La paz, aunque don de Dios, don mesiánico, debe ser también labor humana. Si el
hombre no pone de su parte, el don se pierde, se desaprovecha, no da el fruto
para el que Dios lo otorgó y se pierde la oportunidad de alcanzar ese bien tan
esquivo en los últimos decenios.
Como bien indica el Santo Padre, la
paz no es un sueño, no es una utopía, la paz es posible (nº. 3). Pero
es posible gracias a que muchos seres humanos se comprometen en un trabajo, un
esfuerzo por asegurar lo que permite que la paz se dé: el respeto por los
derechos fundamentales del ser humano y la exigencia más alta del Bien común
como norma de vida en sociedad. No es de extrañar que el Santo Padre avise, en
el número 4 del peligro que amenaza a los que trabajan por la paz, peligro que lleva
a la persecución, sino física, sí ideológica, pues "el que trabaja por
la paz debe tener presente que, en sectores cada vez mayores de la opinión
pública, la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúan la
convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa
de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la
sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales". Esaideología
del liberalismo radical es el mayor peligro hoy día, y el Papa lleva
varios años denunciando su fuerza para imponer la falacia que propaga y que nos
ha llevado hasta donde estamos. De ahí que la propuesta que mantiene Benedicto
XVI en sus últimos documentos sobre la economía sea la que propone en el número
5 del documento: "Construir el bien de la paz mediante un nuevo
modelo de desarrollo y de economía".
Los puntos fundamentales serían los siguientes: lo
primero es que se necesita una nueva visión de la economía que sustituya la
búsqueda del lucro y el productivismo por una nueva escala de valores en los
que primen el desarrollo integral, solidario y sostenible. Donde la entrega a
los demás desplace al individualismo solipsista y donde el Bien común brille
como la luz que guía la construcción social. Ahora bien, si la dimensión
personal del cambio es importante, tanto o más lo es que se practiquen otras
políticas por parte de los Estados. Deben ser políticas que aseguren el
progreso social y universal, que regulen estrictamente el sector financiero, de
modo que no puedan hacer daño a los pobres, y, especialmente, que se asegure el
derecho a la alimentación, en riesgo por las mismas prácticas especulativas de
un sector financiero desbocado y sin límites. El Papa atribuye a los que
trabajan por la paz una cierta categoría de resto, los justos entre
las naciones desde los que se puede construir un mundo verdaderamente humano,
donde la justicia, la libertad y la solidaridad sean insignias visibles por
todos. En estos pocos puntos, el Santo Padre ha puesto el dedo en la llaga de
la crisis de civilización que vivimos. Y no está solo en eso, son muchos los
que siguen, seguimos, esa línea de reflexión, crítica con el modelo liberal
actual, de un lado, propositiva de nuevos modelos, de otro.
En la línea crítica y propositiva, no por
casualidad, se movieron las conferencias que conformaron en marzo de 2012
las XXV Jornadas de Teología celebradas
en el Instituto Teológico de Murcia OFM. En aquella ocasión todas
las conferencias, incluida la mía, iban en la línea propuesta en este documento
del Pontífice, pero especialmente la intervención deEnrique Lluch Frechina, revisada y ampliada en el Cuaderno
de Teología Fundamental 11, publicado en octubre de 2012. De forma
programática, nos dice el autor en la introducción a la obra: "este
cuaderno pretende describir cuáles son los valores económicos más importantes
en estos momento, centrándose sobre todo en aquellos que dirigen la política
pública en unos tiempos de crisis como los que estamos viviendo" (p. 8).
Como acaba de decir Benedicto XVI, lo importante son los nuevos valores y las
políticas públicas. En los primeros tres capítulos nos muestra la crítica
profunda y descarnada del modelo imperante que nos ha llevado hasta esta
situación. Coincidiendo punto por punto con el análisis del documentos
pontificio, detecta en la búsqueda del crecimiento económico a toda costa (p.
11-12), el afán de lucro (13-14), y la pérdida de legitimación de lo público,
especialmente el Estado (38-42), los principales males del modelo liberal
vigente, causante de la crisis social y económica que vivimos. Si esos son las
causas, los remedios deben ser parejos a los que el Papa propone.
Efectivamente, Lluch Frechina da una serie de "medidas anti-crisis"
(46-53), para torcer el curso de los acontecimientos, generar esperanza y
lograr la paz, meta de todo orden social que pretenda ser justo.
El diagnóstico de Lluch Frechina es claro.
La crisis y las medidas para solucionarla se nos han impuesto "con un aire
de irremediabilidad" (p. 53) que resulta incuestionable, sin embargo, ni
la crisis era irremediable, ni las medidas son incuestionables. Nada de lo que
se ha hecho para solucionarlo lo ha logrado, al contrario, la gente cada día
sufre más y los que de verdad causaron todo esto siguen aumentando sus
privilegios y sus fortunas. Por tanto, lo que hay que hacer es poner a
funcionar los valores verdaderamente humanos que coinciden con los valores
cristianos: poner la economía al servicio del hombre, establecer el desarrollo
humano como criterio prioritario frente al afán de lucro y la búsqueda de
productividad, dar prioridad al trabajo frente al capital, poner todo el modelo
económico al servicio del Bien común y garantizar que todos, especialmente los
más indefensos, se ven colmados en sus necesidades humanas.
Concluye el autor de este precioso texto 8
propuestas, a modo de aplicación de los macarismos evangélicos y en extensión
del adagio del Papa "los que trabajan por la paz". El trabajo por la
paz puede hacerse: 1. Modificando nuestro comportamiento económico cotidiano:
no basta con exigir que el modelo social cambie si nosotros seguimos
consumiendo desaforadamente y no respetando los límites del planeta. 2. Dando
formación económica a los jóvenes: sin esa formación serán fácilmente manejados
por el modelo productivista. 3. Cambiar los objetivos políticos: deben ser los
valores del bien común y de lo público los que se privilegien. 4. Crear
empresas que estén al servicio de la sociedad: en los últimos decenios se ha
ido desmontando el sector público y pasando toda producción al privado, regido
por el ánimo de lucro, se trata de torcer el camino y virar hacia una sociedad
que satisfaga necesidades, no que produzca riqueza. 5. Potenciar las finanzas
éticas y responsables: mediante la intervención pública y la regulación
estricta. 6. Cambiar la orientación de la investigación económica: convertir
los centros de estudio e investigación en lugares para la reflexión en el nuevo
modelo social que hemos de implantar. 7. Modificar los criterios de los mass
media en la comunicación económica: no prestando tanta importancia al
enriquecimiento y la productividad y sí a la satisfacción de las necesidades
reales de los hombres; valorando el esfuerzo y la entrega y no la especulación
y el egoísmo. Y 8. Aplicar estos principios en la labor parroquial y
catequética: si los cristianos no somos los primeros será difícil que otros lo
hagan, nuestra fe lo exige.
Como se puede colegir de lo dicho, la línea argumental del texto de Lluch
Frechina coincide punto por punto con lo expresado por el Sumo Pontífice el
pasado 1 de enero y con lo que la reflexión creyente cristiana debe hacer para
poner encima de la mesa las propuestas de cambio que se están necesitando. Es
urgente este cambio de modelo que nos permita construir una sociedad en paz.
La Economía de la Esperanza es el camino para ello.
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