. Aunque imagínense que fuera cierto, la cara que se
les iba a quedar a tanto sinvergüenza que no para de enriquecerse a nuestra
costa, al ver que tanto robar, mentir y acumular poder se pierde en minutos por
el sumidero de una catástrofe natural, convirtiéndose en figurantes de una
tragedia que les iguala al resto de los mortales, que al igual que ellos
pierden su poder, su riqueza y su soberbia, dejarían de ser esclavos
hipotecarios, sufridores de recortes sociales y sobrevivientes en una crisis
que está destruyendo las esperanzas de la mayoría de la población. Claro que si
usted es cristiano puede interpretar este fin colectivo de nuestros días como
el Juicio Final, y sopesar en qué lado del mural pintado por Miguel Ángel con
este nombre, que se encuentra en la Capilla Sixtina, se situaría: en el que de
los que ascienden al Cielo o en el del que caen al infierno.
Pero esté
tranquilo. Si usted está leyendo estas letras plácidamente mientras se toma un
café, estaremos salvados de la apocalipsis anunciada, no sabemos si por impacto
de un meteorito, por una tormenta solar o por la bajada del Dios justiciero a
la Tierra, y podremos seguir soñando con que mañana nos toque la lotería, que
eso sí que supondría una nueva época, por lo menos, para los afortunados que
les caiga “el gordo”. Sin embargo, es
posible que Los Mayas no anden tan desencaminados en sus augurios, aunque quizá
se hayan equivocado de fecha y el fin de nuestra civilización no se vaya a
producir de una manera tan drástica. Si ustedes se fijan en la ciencia, los
cambios ambientales que afectan al clima o la geología de la Tierra se producen
progresivamente en el tiempo, incluso cuando están provocados por el hombre,
como puede ser el cambio climático. Tardan años o siglos, o miles de años, a pesar de que científicos hay
que sostienen que una glaciación se podría producir por una bajada drástica de
las temperaturas en cuestión de meses, o días si es usted fan de la película
“El día de mañana” que aventura una glaciación en todo el polo norte, por la
conjunción de varias tormentas que cambiarían el clima de la tierra en menos de
una semana. Pero al margen de estas teorías o de que un desconocido meteorito
impacte en la tierra y acabe con todos nosotros, al igual que lo hizo hace 65
millones de años con los dinosaurios, la naturaleza nos da tiempo a que vayamos
adaptándonos, como ya nos enseñó Darwin con su teoría sobre la evolución de las
especies. Lo que nos da un plus de tranquilidad, para que usted pueda seguir
leyendo este artículo u otros durante muchas semanas.
Al igual
que esta evolución al medioambiente que adapta a los humanos a los nuevos
escenarios que progresivamente se van produciendo, la sociedad también va
cambiando paulatinamente a lo largo de la historia. Desde el neolítico hasta la
actualidad muchas han sido las transformaciones que la humanidad ha tenido, en
función de la adaptación social a las nuevas necesidades que han ido surgiendo.
No vamos a entrar aquí en cómo y por qué se han producido esos cambios, pero lo
cierto es que las sociedades antiguas nada tienen que ver con la sociedad moderna actual. Con
que lean cualquier libro de historia se darán cuenta. Por eso Los Mayas no
están tan equivocados y lo que puede estar sucediendo es que ya estamos
inmersos en un proceso de cambio que va a suponer un salto cualitativo en
nuestra civilización durante los próximos años. Si este salto va a ser a para
bien o para mal, lo veremos, pero en nuestras manos está que sea de una forma u
otra. Y de lo que no cabe duda es que ese cambio tiene que ver con el
desarrollo de las nuevas tecnologías que están alterando el mercado de trabajo,
nuestros hábitos, nuestras relaciones sociales y la manera que tenemos de
situarnos ante el mundo. Nos encontramos en plena III Revolución Industrial,
que al igual que las anteriores, provocará que surja una nueva sociedad, que
hará que miremos este principio de siglo XXI igual que ahora lo hacemos cuando
miramos el final del siglo XIX, con la II Revolución Industrial en pleno
desarrollo.
Pero
volviendo al fin del mundo, para los españoles empezó el año pasado, cuando en
una suerte de haraquiri colectivo elegimos, para que nos gobernasen, a aquellos
que llevan en su ADN ideológico la destrucción de la sociedad y el modo de vida
en la que vivíamos. Un acto de penitencia colectiva que tiene que ver mucho con
nuestra idiosincrasia católica que nos avoca a la resignación y al fatalismo
histórico como seña de identidad, que ahora estamos pagando, a pesar de que no
fueran esas nuestras intenciones. Volvimos a pecar de inocentes, poniendo
nuestro destino en manos de quienes sólo piensan en salvarse a sí mismo.
Ahora, con
la Navidad encima vivimos en un estado de ataraxia colectiva, de felicidad
epicúrea que nos induce a experimentar un placer virtual, bien dirigido por el
poder y los mercados, que nos exigen ser felices, falsamente felices, para que
nuestra precepción de encontrarnos ante el fin del mundo real, que está
destruyendo todos nuestros valores y nuestros bienes públicos y privados, se
aplace unas semanas. No está mal que tengamos un respiro, que participemos en
este juego de deseos compartidos, que nos dejemos anestesiar durante unos días,
para descomprimir la presión que nos asfixia. Pero no debemos caer en el
olvido, porque el cambio está en marcha, y si nosotros no tomamos las riendas del
carro de la historia, sino sabemos aprovechar las sinergias positivas de este
tiempo de transformaciones, para mejorar, otros lo harán por nosotros y,
entonces, Los Mayas habrán acertado plenamente y la metáfora del fin del mundo
será una sombra que oscurecerá a las futuras generaciones.