. Será por eso que España sigue
estancada en el puesto 31 de la lista de países menos corruptos del mundo, detrás de Barbados, Bahamas o Qatar,
por poner algún ejemplo, según la lista publicada por la ONG Transparencia
Internacional, para el año 2011. Un puesto sonrojante, para un país democrático
y económicamente avanzado, que traspasado en todos sus estamentos por la
corrupción hace oídos sordos a los llamamientos de transparencia que le llegan
del mundo y de una parte de la sociedad.
Hay tres tipos de corrupción que pueden
acabar infectando de tal manera a un país, que luego resulte casi imposible
buscarle remedio, salvo que se tenga que recurrir a la cirugía. En un primer
lugar estaría la corrupción moral, aquella que es una enfermedad que mina la
inteligencia de las personas y las vuelve tolerantes con las corrupción y los
corruptos, incluso aceptando que es algo natural y que todos haríamos lo mismo.
Este tipo de corrupción es devastadora, pues reduce a los individuos y a la
sociedad, por extensión, a la indignidad de la ignorancia consentida, del todo
vale si a mí me beneficia, al desorden de la ética y la moral que debe regir en
una sociedad de valores democráticos y de libertad. Ya Don Quijote le decía a
Sancho Panza, después de su incidente con unos cabreros: “No había la fraude, el engaño
ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se
estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del
favor y los del intereses que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen.”
Un segundo tipo
de corrupción es la económica, que tiene como fin aprovecharse del dinero
público, mayormente, pero también del privado, para el beneficio propio.
Ladrones de guante blanco, defraudadores fiscales, comisionistas de obra
pública, el extendido con IVA o sin IVA, economía sumergida, explotación
laboral, dinero negro, etc., constituyen el elenco de corrupciones que
habitualmente se producen en España, sin que parezca que nos preocupa, pero que acaban arrasando la
economía del país como una plaga de termitas que todo lo devoran. Hay muchos
ejemplos, pero el más paradigmático en estos días es del expresidente de la
CEOE, que proclamaba trabajar más y cobrar menos como receta para salir de la
crisis, y hoy está en la cárcel por ser uno de los mayores corruptos que ha
tenido este país.
Y por último
estaría la corrupción política, aquella que considera las instituciones como un coto privado en el que se puede hacer
y deshacer al antojo del político de turno. Algo que si bien ya lo sufrimos en
los tiempos de la dictadura de Franco, es absolutamente inadmisible en una
democracia. El beneficio económico a través del uso del cargo público; el
clientelismo político para obtener alguna dádiva o enchufe, a cambio de una
relación que recuerda mucho al vasallaje feudal; el uso de las instituciones
del estado: judicatura, medios de comunicación, Parlamento, Ayuntamientos,
Ministerios, empresas públicas, etc., para ponerlos al servicio de un Partido,
un político o un beneficio económico… toda una serie de despropósitos que han
conducido al aumento de la desafección política que está recorriendo España. Volviendo
a Cervantes, le decía a Sancho Panza: “Si
acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino
con el de la misericordia.”
Desgraciadamente
estos tres tipos de corrupción traspasan vertical y horizontalmente a la
sociedad española, consentidora y en muchos casos muñidora de la corrupción
existente en el país, que tiene como máximo exponente la Comunidad Valenciana,
aunque otras Comunidades no por tratar de ocultarla con distraimientos
políticos no le anden a la zaga. Pero en la Comunidad Valenciana estamos ante
un caso que debería estudiarse en las grandes universidades del mundo, como el
paradigmático de la corrupción consentida y depredadora de la riqueza y la
ética ciudadana. Un Parlamento como las Cortes Valencianas, que tiene en sus
escaños casi una docena de diputados procesados en casos de corrupción, dice
muy poco de la seriedad de dicha institución. Cuando un Partido Político está
minado por la corrupción de muchos de sus líderes, e investigado por presunta
financiación ilegal, algo cancerígeno está sucediendo en la política
valenciana. Cuando una sociedad sigue votando al Partido que día sí y día
también aparece implicado en algún caso de corrupción, es una sociedad enferma
y cómplice de la corrupción. Cuando el expresidente de la Comunidad,
responsable de la corrupción que ha destruido la riqueza económica de la
geografía valenciana imparte clases de ética en la Universidad Católica de
Valencia, algo no funciona en la moral pública de esta sociedad. Cuando un
expresidente de Diputación, como Carlos Fabra que lo fue de la de Castellón,
lleva casi diez años poniendo palos en las ruedas de la carreta de la justicia,
para que no se le juzgue por delitos que tienen que ver con la corrupción, algo
sucio pasa en la judicatura. Cuando en importantes sectores de la economía
valenciana se ha trabajado con porcentajes en negro, estamos ante un gravísimo
problema fiscal y económico
Todos son
ejemplos que nos llevan a una única conclusión: la tolerancia hacia la
corrupción de la sociedad valenciana es altísima y ha tenido como resultado los
recortes actuales y el empobrecimiento generalizado. Porque no nos engañemos,
la corrupción es letal para la democracia y mortífera para la economía, por
esquilmación de los recursos públicos y reducción de los ingresos tributarios
por fraude fiscal. Si a esto le añadimos la voluntad política de la derecha
valenciana y española de liquidar el estado el bienestar, llegamos a la
situación actual. Corrupción, engaño y capitalismo salvaje, un cóctel explosivo
que ha empobrecido a la sociedad a lo largo de la historia, y que ahora valencianos
y españoles estamos bebiendo.