“El arte de conducir bajo la lluvia”, de Garth Stein, por Eduardo
Rebollada.
“Mi nombre es Enzo y esta es mi historia”. Así empieza esta fábula sobre un
perro que comparte el nombre de pila del fundador de Ferrari. Enzo nos va
contando su vida, en la víspera de su muerte, una vida apasionada, acompañando
a Denny Swift, un piloto de carreras paciente y convencido de su recorrido
vital. Ambos, amo y perro, saben lo que quieren (“Vivo con Denny, y he
aprendido tanto de él…he aprendido los principios para ser un buen piloto de
carreras. Equilibrio, anticipación, paciencia. Éstas son lecciones muy
importantes, tanto para la vida como para una pista de carreras”). Denny,
por su parte, comparte todo con Enzo, como un verdadero amigo, como hacemos
todos con nuestras mascotas (“No tengo nada más que comentar sobre ese
viaje, porque nada hubiese podido ser más increíble que esas pocas vueltas
veloces que Denny me dio. Hasta ese momento, yo solo creía que amaba las
carreras. Mi intelecto me decía que me agradaría ir en un coche de carreras.
Hasta ese momento creía, pero no sabía. ¿Cómo puede uno saberlo, sin haber
estado en un coche a velocidad de competición, tomando las curvas al límite de
la adherencia, frenando en el espacio de un pelo, con el motor rugiendo de
ansiedad por cruzar la línea de llegada?”).
Enzo se nos aparece así, de pronto, como un experto filósofo de la
condición humana. Es un personaje humanizado que utiliza el autor, Garth Stein,
para hacer comprensibles paralelismos entre la vida real y la de las carreras
de coches. Enzo llega a un punto de comprensión de ese estado del ser humano,
que nos permite a los lectores valorar en su justa medida lo que significan
ciertas actitudes en la “carrera de la vida”, como la convicción (“Idealmente,
un conductor domina todo lo que le rodea. Idealmente, un conductor controla su
coche de manera tan completa que corrige un trompo antes de que ocurra, se
anticipa a todas las posibilidades. Pero no vivimos en un mundo ideal. En
nuestro mundo, a veces hay sorpresas, errores, accidentes, y el conductor debe
reaccionar”) o la tenacidad (“¡Ay! ¡Nuestro piloto no obtuvo el
resultado que buscaba! Pero sí sigue controlando su coche. Aún puede actuar de
forma positiva. Por lo menos le queda historia, y puede buscar un fin de la
historia en el que complete la carrera sin incidentes. Y, tal vez, si sabe
llevar bien las cosas, gane”), pero también el miedo y el amor (“Siempre
quise amar a Eve…, pero nunca lo hice, porque la temía. Ella era mi lluvia. Era
mi elemento impredecible. Era mi miedo. Pero un piloto no puede temerle a la
lluvia, un piloto debe amarla. Yo, por mi cuenta, podía cambiar lo que me
rodeaba. Al cambiar mi ánimo, mi energía, hice que Eve me viera de otra manera.
Y, aunque no sea el amo de mi destino, sí puedo decir que tuve un atibo de qué
es serlo, y sé cuál es el objetivo por el que debo bregar”).
Enzo vive momentos inolvidables con la familia. Uno, en especial, nos
enseña algo sobre el dolor, en un comentario de Eve, la esposa de Denny,
dirigido al perro (“No puedo quedarme quieta. No puedo estar sola con esto.
Necesito gritar y debatirme, porque se va cuando grito. Cuando me quedo en
silencio me encuentra, me rastrea, me perfora y me dice <¡Ahora de tengo! ¡Ahora
eres mía!>”).
Dejo para el final, curiosamente, lo que Stein nos dice para ponernos en
situación de comprender la trascendencia de lo que se avecina, mediante una
frase que define el peso del protagonista canino en esta novela y en la vida de
los seres humanos: “En Mongolia, cuando un perro muere es enterrado en lo
alto de la montaña para que nadie pueda pisar su tumba. El dueño del perro le
susurra al oído que desea que se reencarne, en su próxima vida, en un hombre.
Hasta entonces, el alma del perro es libre de vagar por la tierra y sus
paisajes, durante el tiempo que quiera. Sólo algunos perros se reencarnan en
hombres, únicamente los que están listos para ello. Yo lo estoy”.
Acabo con esta frase: “Tu coche va a donde van tus ojos. Es otra manera
de decir que tienes ante ti lo que preguntas”. La vida misma, en fin.