Hay cintas que, el hecho de no aportar nada nuevo a su género, no es inconveniente para que puedan ser vistas con deleite y conserven su frescura con el paso de los años. Los cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984) es una de estas películas: a medio camino entre la ciencia-ficción, el terror y la comedia, este clásico de los 80 acerca de tres expertos en parapsicología que deciden montar una empresa para fumigar la ciudad de Nueva York de cualquier presencia paranormal y ectoplasmas, es una pieza que treinta años después adquiere gran valor nostálgico. Con un buen puñado de dosis de humor negro, agradables pinceladas de ironía y un carácter amable, sin pretensiones, Los cazafantasmas encandiló tanto a pequeños como a mayores, además de demostrar, a la larga, que es una de los films que mejor soporta el transcurso del tiempo y uno de los grandes exponentes del cine familiar. Da igual que sus efectos visuales -muy avanzados para la época, hasta el punto de recibir una nominación al Oscar- hoy nos parezcan arcaicos y desfasados o que su argumento se mueva entre lo infantil y ridículo. Lo que hace grande a esta película es que en ningún momento se toma en serio a sí misma, por lo que hay que disfrutarla como lo que es: una eficaz auto-parodia de películas de temática similar. No es casualidad, pues, la cantidad de películas que aparecen homenajeadas a lo largo de su metraje, desde El exorcista (William Friedkin, 1973) hasta Batman (Leslie H. Martinson, 1966), pasando por Alien el 8º pasajero (Ridley Scott, 1973).