Noguchi, que mantiene una web sobre autoayuda
y coaching (http://coaching.livedoor.biz/), nos anima a conocer la realidad de
nuestras vidas por medio de este cuento, en el que la moraleja podría ser que
dicha realidad se refleja en el espejo de nuestro corazón.
Afirma el autor, para empezar, que a lo largo
de nuestra vida ocurren acontecimientos que sintonizan exactamente con nuestro
interior y que se convierten en causa y efecto en sí mismos. En otras palabras,
como en un espejo, si miramos lo que nos pasa en la vida podremos conocer qué
tenemos dentro del corazón, al modo de lo que le pasaba a Dorian Gray.
Una aseveración nos advierte al poco de comenzar:
“Con el perdón se consigue la calma”. Noguchi lo explica del siguiente modo: si
se sienten remordimientos hacia alguien y nos repetimos “¡No se lo puedo
perdonar!”, no conseguiremos nunca la paz interior. En ese caso estaremos
trastornados, ya que una fuerza extra está actuando sobre y en contra de
nosotros y, si esta situación se prolonga, podría acabar convirtiéndose en
sufrimiento.
A estas alturas, algunos lectores ya tendrán
claro que la clave es el perdón, en concreto, que debemos perdonarnos a
nosotros mismos, aceptarnos como somos. Eso es lo difícil. Para ello Noguchi
nos aconseja seguir ocho pasos:
1.
Hacer una lista con aquellas personas a las que no podemos perdonar,
estén vivos o muertos. Luego plantéese pronunciar lo siguiente: “Me sentiría
mejor si pudiera perdonarle” y “Me gustaría tanto poder hacer las paces con él
(o ella)”.
2.
Exprese sus sentimientos, escribiendo lo que siente hacia esas
personas, calificándolos, sea bueno o malo.
3.
Busque los motivos de aquellos actos que tanto le molestaron o
dolieron por parte de aquella persona. Ayúdese, para ello, escribiendo
concretamente lo que hizo aquella persona, los motivos que llevaron a aquella
persona a actuar de tal manera, intentando comprender la inmadurez, la torpeza
y la debilidad de dicha persona y, finalmente, los motivos (placer o dolor) que
llevaron a actuar de aquella manera a esa persona.
4.
Escriba aquello que puede agradecerle. Piense el tiempo necesario:
seguro que habrá algo que agradecerle.
5.
Utilice la fuerza de las palabras, por ejemplo, “Para mi propia
felicidad, calma y libertad, perdono a….” o “Perdono a…”, durante unos diez
minutos al día.
6.
Escriba aquello de lo que querría disculparse con esa persona. Le
costará un poco, pero seguro que también usted tiene algunas razones para
disculparse, por no haber obrado correctamente o haber dicho algo inadecuado.
7.
Escriba aquello que haya aprendido. Llegados a este séptimo punto, es
importante sacar conclusiones del proceso, pues lo lógico sería haber
conseguido un avance hacia el perdón y una inicial descarga emocional.
8.
Declare “Lo perdono” o “Perdono a…”.
Finalice con un agradecimiento, mediante una
frase como esta: “Gracias, [NOMBRE DE ESA PERSONA]”, durante unos cinco minutos
diarios. Seguidos estos pasos estaríamos en condiciones de comprender la
trascendencia del último postulado, quizá como la segunda ley de la
termodinámica aplicada a la Filosofía, que puede denominarse la “Ley de lo
inevitable”, por la que se explica que todos los problemas que surgen en la
vida ocurren para hacer que nos demos cuenta de algo importante: no tendremos
nunca ningún problema que no podamos solucionar. Es más, los problemas ocurren
para que a través de las soluciones que les demos nos demos, a la vez, cuenta
de algo importante, que es que todos nosotros tenemos la fuerza necesaria para
resolverlos.