Desde hace muchos años, tal vez unos treinta años, la
humanidad occidental se ha ido desarrollando de un modo hipertrofiado en la
lucha por los "derechos individuales" y por los "derechos
grupales", por un aumento ostensible de las libertades, y un abuso del
principio de la tolerancia en materias de conductas impropias de seres
civilizados.
La libertad ha pasado a ser libertinaje, y el discurso
acerca de los "deberes del hombre y del ciudadano" a pasado a ser una
prédica desagradable para las mayorías. Las relaciones humanas, sociales,
familiares, de pareja, profesionales y educacionales, están marcadas por un
sentimiento de agresividad y de falta de respeto. La moral individual se ha
eclipsado, los deberes se han olvidado, y la búsqueda del bien común también ha
sufrido un menoscabo notable.
Destruir los bancos de un colegio, o un paradero de
buses, o derribar las señaléticas del tránsito, romper libros y las
instalaciones del alumbrado de las calles, no es un pecado ni un atentado
contra el bien común. En la educación de las generaciones anteriores se nos
enseñaba a respetar y a cuidar esas cosas del bien público, que se hacen con el
dinero de todos, pues todos pagamos impuestos directos e inderectos para
contruir un país.
Y hoy tambien no se considera una falta el reirnos de
lo sagrado, ensuciar las paredes de un templo, hacer dibujos obcenos, o hacer
mofa de los mandamientos divinos y de las personas consagradas al servicio de
la Divinidad. O romper, sin mayor problema, la palabra dada delante de Dios.
Como también emitir libremente juicios inmisericordes y perversos acerca de las
personas y de las instituciones más venerables, sin sentir culpa por ello, y
sin hacer la correspondiente autocrítica de nuestros juiicios a cada momento.
Nuestras palabras destruyen y ensucian el mundo, más que limpiarlo y
edificarlo. Queremos que se nos respete, pero no respetamos a los demás.
Podríamos perdonar muchas conductas
equivocadas bajo el pricipio de que "nadie hace nada por amor al mal,
todo se hace por amor al bien". Sin embargo se hace muy necesario definir,
entonces, cual es nuestro concepto del bien, y en particular, del bien común. Y
allí es donde está el problema, pues el bien en que yo creo puede ser el mal
para ti, tal como sería el bien de una serpiente, sus colmillos y su veneno,
ellos son un bien para ella, y son el mal para el raton o el pájaro dormido que
cae en sus fauces.
De allí que para unir espíritus y voluntades,
corazones y grupos humanos, se debe definir claramente el bien que buscamos y
que proponemos a las conciencias de los seres humanos. Si ese bien no está
correctamente definido somos como un buque sin brújula o como una lancha sin
timón, y la desorientación hará presa de nuestra mente y de nuestros actos y
palabras, opiniones y proyectos.
Un buen concepto del bien común ha de ser incluyente
de todos los planos de realidad en que se mueve el ser humano, internos y
externos, espirituales y materiales, familiares y políticos, educacionales,
laborales, religiosos, ambientales, morales, científicos y filosóficos, y
atender a todo tipo de necesidades, de corto y de largo plazo, objetivas y
subjetivas.
Diversos grupos filosóficos y políticos han intentado
definir las grandes metas para el ser humano, pero han terminado por ser
incompletos en su concepto del ser humano, mutiladores de la naturaleza humana,
como es el caso del Nazismo, del Marxismo, del Positivismo, del Evolucionismo
Darwiniano, o del materialismo en general.
Mejor parados salen los evolucionismos espiritualistas,
enfocados en la expansión de la Conciencia, pasando por el pleno desarrollo de
la noosfera planetaria en la dirección del Punto Omega, en el Seno del Cristo
Cósmico, al estilo de Teilhard de Chardin, o en el crecimiento del reino de
Budha, y la Soka Gakkai de los japoneses, que ofrece bienes espirituales y
materiales a sus seguidores, aplicando las normas del Dharma para unir lo de
Arriba con lo de Abajo.
Salen mejor parados por su inclusividad, amplitud y
universalidad, abarcando lo visible y lo invisible de la naturaleza humana, sin
mutilar al ser humano, absteniéndose de mirar sólo a la carne, como hacen los
totalitarismos históricos del siglo XX.
Pero en países de tradición cristiana se hace
necesario definir estos conceptos en términos de esa misma doctrina, como es el
caso de América Latina, Central, y Norteamérica. De allí que en la Encíclica
Mater et Magistra, y en la Pacem in Terris, del Papa Juan XXIII, aparecen
sendas definiciones del Bien Común: "ES EL CONJUNTO DE CONDICIONES SOCIALES
QUE PERMITEN Y FAVORECEN EN LOS SERES HUMANOS EL DESARROLLO INTEGRAL DE SU
PERSONA". (Art. 65 de M. et M.).
Y en la Pacem in terris, se amplian estos conceptos
con las siguientes aclaraciones y precisiones: "PERO AQUE HEMOS DE HACER
NOTAR QUE EL BIEN COMUN ALCANZA A TODO EL HOMBRE, TANTO A LAS NECESIDADES DEL
CUERPO COMO A LAS DEL ESPÍRITU. DE DONDE SE SIGUE QUE LOS PODERES PUBLICOS
DEBEN ORIENTAR SUS MIRAS HACIA LA CONSECUCIÓN DE ESE BIEN, POR LOS
PROCEDIMIENTOS Y PASOS QUE SEAN MÁS OPORTUNOS, DE MODO QUE RESPETADA LA
JERARQUIA DE VALORES, PROCUREN A LOS CIUDADANOS A UN MISMO TIEMPO LA
PROSPERIDAD MATERIAL Y LOS BIENES DEL ESPÍRITU....... .-
AHORA BIEN, EL HOMBRE, QUE SE COMPONE DE CUERPO Y DE
ALMA INMORTAL, NO AGOTA SU EXISTENCIA NI CONSIGUE SU PERFECTA FELICIDAD EN EL
ÁMBITO DEL TIEMPO; DE ALLÍ QUE EL BIEN COMÚN SE HA DE PROCURAR POR TALES
PROCEDIMIENTOS QUE NO SOLO NO PONGAN OBSTACULOS, SINO QUE SIRVAN IGUALMENTE A
LA CONSECUCIÓN DE SU FIN ULTRATERRENO Y ETERNO". (Art. 57-59 de P. in T.)
Y el Concilio Vaticano II, siguiendo esta doctrina, y
con la asistencia de observadores de la mayoria de las otras iglesias
cristianas, reformadas y ortodoxa, nos dice que el Bien Común comprende en
si todas las condiciones de la vida social con que los hombres, las familias, y
las asociaciones puedan conseguir más plena y más facilmente su
propia perfección. (Gaudium et spes, art. 26 y 74). Se entiende que una
parte de esa perfección se alcanza aquí en la tierra, y la otra, en planos
superiores.
Y así, el ideólogo, teólogo laico y filósofo
cristiano, Jacques Maritain, en su libro EL HOMBRE Y EL ESTADO, hace aterrizar
aún más el concepto de bien común, diciéndonos que "EL BIEN COMUN NO
ES SOLO LA COLECCION DE ARTICULOS Y DE SERVICIOS PUBLICOS QUE
PRESUPONE LA ORGANIZACIÓN DE UNA VIDA COMUNAL, SINO TAMBIÉN UNAS CONDICONES
FISCALES SANEADAS, UN APARATO MILITAR FUERTE, UN CUERPO DE LEYES JUSTAS, BUENAS
ADUANAS E INSTITUCIONES PRUDENTES. TODO LO CUAL LO ORGANIZA LA SOCIEDAD
POLITICA DENTRO DE SU PROPIA ESTRUCTURA. Y ASI MISMO LA HERENCIA DE LOS
GRANDES RECUERDOS HISTORICOS, SUS SIMBOLOS Y SUS GLORIAS, LAS TRADICIONES VIVAS
Y LOS TESOROS CULTURALES. EL BIEN COMUN INCLUYE IGUALMENTE LA INTEGRACIÓN
SOCIOLOGICA DE LA CONCIENCIA CÍVICA TOTAL, LAS VIRTUDES POLITICAS, EL
SENTIDO DEL DERECHO, LA LIBERTAD DE TODAS LAS ACTIVIDADES, LA PROSPERIDAD
MATERIAL Y EL ESPLENDOR ESPIRITUAL, LA SABIDURÍA HEREDITARIA QUE OPERA
INCONSCIENTEMENTE, LA RECTITUD MORAL, LA JUSTICIA, LA AMISTAD, LA FELICIDAD, LA
VIRTUD Y EL HEROISMO DE LAS VIDAS INDIVIDUALES DE LOS MIEMBROS INTEGRANTES DEL
CUERPO POLÍTICO. EN LA MEDIDA EN QUE TODAS ESTAS COSAS SON -EN CIERTO
MODO- COMUNICABLES Y REVIERTEN SOBRE CADA MIEMBRO AYUDÁNDOLE A
PERFECCIONAR SU VIDA Y SU LIBERTAD COMO PERSONA, CONSTITUYEN EL BIEN DE LA VIDA
HUMANA DE LA MULTITUD".
Claro está que para un filósofo tomista no es lo mismo
ser persona que ser un individuo. La persona es un ser espiritual, capaz de
amar, de crear, de pensar, de elevarse, de buscar la verdad, de comunicarse con
Dios, e incluso sacrificar su vida por el bien de otros y de su país.
En cambio el individuo es solo un ente biológico que
simplemente busca su propio bienestar de modo egoista, al servicio de sus
peores instintos, sin llegar jamás a descubrir que lleva en su interior LA
IMAGO DEI, en sintonía con la cual sería verdadera persona. Normalmente el que
lucha obsesivamente sólo por sus derechos y no mira a sus deberes en la vida,
es sólo un individuo, tal vez inteligente, pero no sabio, pues la persona de
verdad sabe interiormente que los deberes mandan por sobre los derechos. Eso
dice el Cristianismo, el Hinduismo, el Budismo, el Judaismo y el Islam.
Por eso es que las doctrinas religiosas son verdaderas
fuerzas personalizantes de la vida comunitaria y son una parte insustituible y
esencial del Bien Común. Y por lo tanto no se puede construir la vida personal
ni la civilización humana sin tomar en cuenta sus valores y principios.
De allí que debemos elegir si queremos vivir en una
selva de meros individuos ciegos o en una comunidad de personas abiertas a lo
trascendente y que viven la ley de Dios inscrita en sus corazones y en los
libros sagrados.