"Literatura Uruguaya" La ciudad de Mario Levrero

La narrativa del escritor uruguayo Mario Levrero (1940-2004) nunca fue fácil de catalogar. Ese empeño por encasillar sus obras en una corriente o generación hizo aguas desde sus primeras publicaciones. Una dificultad que le otorgó la denominación de «rara», calificativo que compartieron las obras de algunos de sus compatriotas como Felisberto Hernández o Armonía Somers, entre otros. Y es que la frontera elástica, casi que contorsionista, entre la realidad y lo fantástico que circunda sus historias, testimonia la imposibilidad de definir cuáles son los límites precisos que bordean la realidad.

 

. Ese empeño por encasillar sus obras en una corriente o generación hizo aguas desde sus primeras publicaciones. Una dificultad que le otorgó la denominación de «rara», calificativo que compartieron las obras de algunos de sus compatriotas como Felisberto Hernández o Armonía Somers, entre otros. Y es que la frontera elástica, casi que contorsionista, entre la realidad y lo fantástico que circunda sus historias, testimonia la imposibilidad de definir cuáles son los límites precisos que bordean la realidad.
Este hombre polifacético —fotógrafo, guionista, crucigramista, librero, humorista, creador de juegos de ordenador, parasicólogo, tallerista de escritura creativa y escritor— produjo La ciudad en 1966, novela publicada en 1970 que junto a El lugar y París formó parte de lo que él dio en llamar Trilogía Involuntaria. Y sin duda «involuntaria» es el adjetivo que mejor le calza a la conducta, a la actitud del protagonista ante los diferentes eventos que conforman esta historia. Aunque tal vez no del todo preciso, porque la falta de voluntad se confunde, se mezcla con el sometimiento de las circunstancias y, sobre todo, con el extrañamiento y hasta con lo absurdo.

Un hombre sale de la casa desolada que acaba de alquilar para buscar víveres, pero un aguacero y la oscuridad lo sorprenden en un lugar inexplorado y le borran todas las coordinadas que podían haberle ayudado a regresar. Busca refugio en el primer vehículo que se detiene: un camión conducido por un hombre en compañía de una mujer que, a los pocos metros transitados, reduce al protagonista a una atmósfera inquietante. Y el personaje narrador, ante la duda de cómo solventar esta situación —si protestar y exponerse a que lo devuelvan a la noche tempestuosa o callar—, opta por dormirse hasta despertar en una ruta desconocida que lo conduce a una ciudad muy singular donde experimenta unas situaciones, si no inverosímiles, sí llenas de extrañeza.

Página tras página una se va llenando de desconcierto, y sin embargo no puede dejar de avanzar en la lectura. Las decisiones del personaje parecen responder exclusivamente al azar; tal vez a intuiciones sensoriales. Huir y buscar se convierten en los verbos hegemónicos del relato. No existe un plan previo, solo la insistencia de una desviación incomprensible, incluso carente de lógica, al momento de tomar decisiones.

Casi parece un sueño, un territorio onírico con destellos de realidad en el que simultáneamente se explora lo externo, el lugar físico, el actuar —también chocante e infrecuente— de los otros y el mundo interno del personaje, de un narrador que asombra, que suscita perplejidad. El destino es incierto, el del personaje y el del texto. Solo cuenta el presente y lo inmediato, y lo único que tal vez subyace tras todo ese absurdo es la duda de si la realidad debe ser una sola y, por ende, qué es lo que verdaderamente la define.

La obra levreriana es hipnótica y a la vez lúdica. El escritor cuenta con la participación de unos lectores que difícilmente logran desprenderse de esa curiosidad que impele a seguir leyendo y que pareciera ser una representación de la propia búsqueda en la que el inconsciente juega un rol esencial.

UNETE



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