. El avión estaba demorado porque según nos explicaron
había una tormenta muy intensa en San Pablo y no sería posible atravesarla.
Allí en Rio, el día era soleado, algo nublado y cálido, tanto que me hacía
pensar si la tormenta no era una excusa para ocultar que el vuelo estaba
demorado.
Mientras esperábamos entré a comprar una mochila y cuando
estaba en la cola para pagar nos llamaron a embarcar. Nos acercamos a la puerta
de embarque y rápidamente entramos en el avión buscando los asientos, en pocos
minutos estábamos sentados, carreteando para levantar vuelo.
Ya arriba, se apagó el cartel de los cinturones y nos los
quitábamos cuando el avión comenzó a moverse primero con pequeños saltos,
después con fuertes sacudones y casi sin darnos cuenta bajábamos en picada a
gran velocidad. Muchos pasajeros gritaban, otros estábamos mudos, una chica
repetía “mamá me dijo que tenía un mal presentimiento”, las puertas del
equipaje de mano comenzaron a abrirse, caían algunos bolsos, las azafatas
buscaban donde sentarse, el pánico se apoderó de todos.
Afuera los rayos parecían atravesarnos. Pensé que en pocos
segundos el avión tocaría tierra vaya a saber dónde y a esa velocidad era muy
difícil sobrevivir. De todos modos busqué el cinturón y me lo puse y tuve la
sorpresa de sentir que el avión empezaba a subir a gran velocidad mientras se
estabilizaba y antes de entender lo que había pasado escuché una voz que decía:
“Les habla el comandante, caímos más de 1000 metros en picada, llegué a perder
el dominio del avión pero ya lo he recuperado. Volaremos dos horas más de lo
previsto, para salir de la tormenta atravesaremos las nubes”.
Ya más tranquilos, conversábamos sobre lo sucedido y
seguíamos atentos a los carteles de abróchense los cinturones que permanecían
encendidos a pesar de la calma. Las azafatas empezaron su rutina, armaron el
carro con bebidas, una fue al armario de la cocina y buscó los platos de comida
y unos ramos de uvas moradas que parecían preparados para una fotografía.
Comenzaron a servir y nosotros a disfrutar de este vuelo que
parecía haber recuperado la normalidad cuando nuevamente escuchamos la voz del
comandante que decía: “les habla otra vez el comandante, la situación se
mantiene estable pero tenemos un problema, no encuentro la ruta, tampoco puedo
comunicarme con ningún aeropuerto, y el avión se desliza sin intervención
alguna, es como si hubiéramos salido de la atmósfera.
Y así fue, sin saber como estábamos llegando a un lugar en
el espacio, la luna, otro planeta, o tal vez otra galaxia. Solo veíamos
estrellas, nubes y una esfera que cada vez era más grande, podría ser cualquier
lugar. Nos acercábamos muy lentamente, la esfera se iba transformando en un
suelo rocoso de colores fuertes y muy brillantes. Tocamos la superficie, el
comandante abrió la puerta del avión y encontramos un lugar diferente a lo
conocido hasta ese día y a lo lejos una
nave espacial.
Caminábamos en esa dirección cuando vimos una persona que
venía hacia nosotros. Se trataba de un astronauta, también terrícola. Había
llegado hacía mucho tiempo, no sabía cuándo porque ahí no se medía el tiempo,
tampoco hacía falta abrigarse ni comer. Su nave espacial llegó el día en el que
una tormenta lo desvío de su camino a Marte y nunca más pudo comunicarse con la
tierra. Parecía contento de vernos, de algún modo veníamos a cambiar su vida y
también la nuestra.
Ana Yacoel
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