"Alicante es un libro" Las Torres de La Huerta por Miguel Ángel Pérez Oca

   Cuando uno se pasea por la antigua huerta de Alacant, hoy secarral ocupado por urbanizaciones de chalets adosados o torres de apartamentos en medio de alguna pequeña huerta residual y campos secos en vísperas de futuras construcciones, puede admirar, de trecho en trecho, unas torres de defensa que en pasados siglos servían de refugio a los campesinos ante ataques de los piratas berberiscos. La táctica de estos navegantes bandidos, venidos desde las costas del norte de África, era la de saquear las granjas y pueblos cercanos y, sobre todo, capturar a sus habitantes, que se llevaban a la Isla Plana, hoy Nueva Tabarca, y retenían allí prisioneros hasta que se les pagara un rescate. Y si no había rescate, se los llevaban a Argel y los vendían como esclavos.

 

. La táctica de estos navegantes bandidos, venidos desde las costas del norte de África, era la de saquear las granjas y pueblos cercanos y, sobre todo, capturar a sus habitantes, que se llevaban a la Isla Plana, hoy Nueva Tabarca, y retenían allí prisioneros hasta que se les pagara un rescate. Y si no había rescate, se los llevaban a Argel y los vendían como esclavos.
            En la costa, Campello, Santa Pola, había torres de vigía, generalmente cilíndricas o troncocónicas. Las de la huerta eran de planta cuadrada, con una puerta de entrada a varios metros de altura, a la que se accedía por una escalera de madera que se retiraba, garantizando el aislamiento. Y aunque muchas han caído de ruina o derribadas a posta por los constructores de chalets y apartamentos, aún quedan en pie unas cuantas, en mejor o peor estado, las conocidas como Sarrió, Boter, la Cadena, el Xiprer, Placia, Bosch, les Reixes que alberga un conocido restaurante y la más airosa y bien conservada, que forma parte del Monasterio de la Santa Faz. Cuando en los siglos XVI, XVII o incluso XVIII había “moros en la costa” (de ahí viene la frase) se daba la alarma con las campanas del monasterio o con el humo de hogueras, y los huertanos y las monjas corrían a refugiarse en la torre más cercana, mientras los piratas, armados de arcabuces, iban de casa en casa en busca de botín y prisioneros. Y así hasta que las fuerzas de la ciudad, a caballo, acudían a socorrer a los asustados habitantes y expulsar a los corsarios.

            Hubo muchos ataques de este tipo, algunos multitudinarios con características de verdadera invasión, y batallas entre cristianos y musulmanes en nuestra huerta y las cercanas poblaciones de San Juan y Muchamiel Una de las más célebres fue la que tuvo lugar el 24 de mayo de 1550, relatada por nuestro cronista Viravens. Estaba formada la flota pirata por 27 bajeles, capitaneados por el temible pirata  Dragut. Les hizo frente una tropa de caballería capitaneada por don Pere Bendicho, baile patrimonial del Concejo alicantino, que fue muerto de un arcabuzazo por un pirata rezagado, mientras huían sus compañeros hacia los barcos. Los otros caballeros mataron al atacante a lanzadas; y esas fueron las dos únicas bajas que se produjeron en la reyerta. Al día siguiente, la misma flota pirata atacó Cullera.

            El 8 de septiembre de  1557, una flota de 14 galeras y 24 carabos realizó una nueva invasión de la huerta; así como otras muchas menos numerosas, en otras fechas, sobresaltaron a nuestros huertanos con incursiones más modestas.

            En 1556 el Emperador Carlos V había abdicado en su hijo Felipe II, que se ocupó de culminar todas las obras de defensa e ingeniería que había proyectado su padre para favorecer a Alicante: Reforzó las murallas de la ciudad y su castillo y albacar; construyó el Pantano de Tibi, que aún hoy está en uso, para el riego de la huerta e hizo construir un fuerte en lo alto de la Sierra de Bernia, que sirviera de atalaya para vigilar las andanzas de los navíos piratas, y dar aviso de su proximidad, así como controlar la zona poblada por agricultores moriscos, para que no pudieran entrar en contacto con ellos.

            Hoy día se intenta restaurar y conservar las viejas torres de la huerta, vestigio de una época turbulenta de nuestra historia. Son nuestro patrimonio, huella de una de las muchas amenazas que ha sufrido Alacant a lo largo de la historia, como lo son también nuestros refugios antiaéreos, las huellas de cañonazos en los muros de Santa María y San Nicolás, o las almenas artilleras de nuestro castillo del Benacantil. Entre guerras y epidemias, pocos alicantinos se han librado de llevarse algún susto.

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