25
ago. 2020 - 2:00 p. m. Después de un buen almuerzo con mi abuelo.
(El siguiente es un análisis del
panorama colombiano hasta la fecha).
Pocos somos
los jóvenes afortunados de convivir en nuestro entorno cotidiano con personas
que vivieron aquella realidad, esa que ni siquiera la bandera desteñida es
capaz de cubrir. Y no lo digo porque ahora las cabezas de las nuevas
generaciones se conviertan en cantidades de muertes cual contagios por COVID-19
se tratase. Sino que, ¿Qué mejor día para reflexionar cuán afortunados
deberíamos sentirnos por seguir de pie en la lucha? En un año donde la
incertidumbre reina, en el que cada mes ha venido con su regalito y lo único
seguro son las cifras de las pandemias en aumento. ¡Oiga, no ponga esa cara de
Duque cuando le preguntaban acerca de los bombardeos en el Caquetá el año
pasado! Usted ha leído bien, “las pandemias”. Pero espérese un momentico… No
nos desviemos, le contaba sobre el privilegio que tenemos los jóvenes de
escuchar las voces de la experiencia, el eco con olor a lamentaciones, los
susurros despojados de quienes nos entregan el país del mañana. Mi abuelo me decía
que tenía mucho tiempo de no ver en televisión anuncios y campañas de captura como
las que transmitieron a la hora del almuerzo, seguidamente me pregunté: ¿Cómo
carajos, si no hace dos semanas la justicia estaba condenando arresto
domiciliario al dueño del país? ¿Negligencia judicial? Suele pasar, aquí ya no
vale lo de los ratones que hacen fiesta cuando el gato no está, no vale si a
los ratones les gusta que el gato se los coma.
Hay gato
encerrado, pobrecito, toca que use tapabocas. ¡No! A este gato no se le puede
cerrar la boca; aquí es lo que el gato diga. ¿Le tiene miedo a los cuervos?
Tranquilo, no le van a sacar los ojos, ahora lo van a juzgar los chulos. ¿La
juventud está corrompida? ¡No hay problema! Más de 20 jóvenes muertos en menos
de una semana. ¿Tinto, aromática? ¿Qué le pasó al gatico, por qué ya no quiere
ser gato?
No se pise
la cola tratando de cazar al pajarito, mire que el pajarito todavía le canta
bonito. El pajarito puede volar, postrarse donde quiera a producir su
ensordecedor canto así el canto lo ensordezca a él. Le están gritando:
“¡Necesitamos al Estado!” y él responde: “¡Pronto tendrán su estadio!”. Al
pajarito le gustan las palabras que comienzan con <<h>>, todos los días las repite, están fijadas; de “Honorable
Persona” nunca baja el calificativo al gato (Lástima que no haya otra expresión
con las mismas iniciales que le designen mejor) Tiene el poder de arreglarlo
todo con su canto, “masacres” suena muy feo, mejor “homicidios colectivos”;
“orgía”, muy ordinario, mejor “apareamiento colectivo”. Y de esta manera va por
la vida, sumándole o restándole importancia con su canto a lo que le plazca.
Ya, en
serio. La cosa va más allá de gatos, pájaros y ratones, no hace falta ni
mencionarlos para identificar sus personalidades… ¿Por qué Nariño, Córdoba,
Norte de Santander, Cauca y Caldas? ¿Por qué Cali, Tumaco, Samaniego, Ricaurte,
Leiva, Catatumbo, Tambo, Arauca, Algeciras, Venecia, Norcasia, Guaduas? ¿Porque
allá crece lo que se cultive? Entonces la culpa es de la tierra, la culpa es de
El Dorado. Yo pensaba que ese
pensamiento inquisidor era cuestión de siglos pasados; hoy estamos en
retrospectiva, un gobierno que nos refresca la memoria haciéndonos vivir
sucesos iguales a antaño, con el mismo ciclo, con el mismo olor a sangre... La
cosa trata de los que enfrentan la desgracia con las uñas, del campesino que se
resiste a sembrar hoja de coca o marihuana aún con quince amenazas de muerte,
de los padres que mandan sus hijos a estudiar a las universidades y hasta la
seguridad de la misma les agrede, del hermano venezolano que se rebusca su sustento
diario para tener el pan y la Coca-Cola por la noche. De ellos se trata.