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POLÍTICOS,
EDUCACIÓN Y BUENAS MANERAS
Vicente
Adelantado Soriano
En
primer lugar habría que considerar de qué parte es la ética, y por
decirlo en pocas palabras parece no ser sino una parte de la
política. Pues en el terreno político no se puede actuar con
acierto sin ser de cierta índole, a saber: de la índole del hombre
de bien. De modo que, si se quiere intervenir en los asuntos
políticos, es preciso tener un carácter moralmente bueno.
Aristóteles,
Magna
moralia.
Contrastan
estas palabras de Aristóteles con la anécdota que se cuenta de
Crates, otro filósofo griego de la misma época. Este “cada noche
se dirigía a las encrucijadas e insultaba a las putas que esperaban
clientes; al parecer las respuestas de las “señoras” le servían
como entrenamiento para las disputas que sostenía en el ágora con
los otros filósofos”.
No debían de ser muy educados estos buenos hombres.
Recuerdo
que cuando leí el libro de De Crescenzo era joven. La anécdota de
Crates me hizo reír de buena gana. Esa risa me llevó a seguir
leyendo libros y artículos sobre los filósofos griegos. La anécdota
cratiana, sin embargo, poco a poco, fue perdiéndose en el recuerdo.
Comenzaron a interesarme otros asuntos. La recuperé al cabo de
muchos años. Una buena amiga me contó, angustiada, al borde del
llanto, el miedo y la vergüenza que había pasado pocos días antes.
Unos “señores” la habían acosado en una calle desierta. Temió
por su integridad. Se salvó por su agilidad.
Por
esos misteriosos saltos que da la memoria, me acordé, en esos
momentos, del juicio que sufre Tiresias ante Zeus y Hera. Los mitos
griegos son una verdadera joya. Tiresias, así se cuenta en la
mitología, iba un día caminando por el monte Citerión. Vio a dos
serpientes copulando. Mató a la hembra, y, automáticamente, quedó
convertido en mujer. Siete años después, caminando por el mismo
monte, vio a dos serpientes acoplándose. Tiresias intervino del
mismo modo. Recuperó entonces su primitivo sexo.
Zeus
y Hera, allá en el broncíneo Olimpo, se entregaron, un día, a una
agria discusión que sentaría precedentes: ¿quién disfruta más
con la cópula, el hombre o la mujer? Ni qué decir tiene que no se
pusieron de acuerdo entre ellos, pese a ser dioses. Recurrieron
entonces al sabio Tiresias. Este, como se sabe, había gozado del
privilegio de ser hombre y mujer, alternativamente. El sabio Tiresias
dijo, ante la tesitura, y ante los dioses, que si el goce del sexo se
compone de diez partes, la mujer se queda con nueve. Hera, siempre
Hera, se enfadó por esa respuesta, y castigó a Tiresias con la
ceguera. Zeus compensó el castigo dándole el don de la profecía,
un poco tarde, y concediéndole una luenga y oscura vida.
El
recuerdo me surgió porque mi amiga, al borde del llanto al contarme
el acoso que había sufrido, hizo varias preguntas retóricas:
“¿Estos hombres no tienen madres, o hermanas o hijas? ¿Les
gustaría a ellos que les hicieran lo que ellos me han hecho a mí?”
No contesté. Me distraje pensando que podía haber aparecido por
allí Hera, y haber castigado a estos “señores” convirtiéndolos
en señoras, y dejándolas, al mismo tiempo, en una calle oscura
donde brillaran ojos llenos de lascivia. Por desgracia, sólo
aprendemos de nuestras propias desdichas.
Para
mi amiga, y tal vez tenga razón, todo se reduce a un problema de
educación. Yo no lo veo tan claro. Pues ni aun así, con una buena
educación, se podrá evitar, nunca, este tipo de situaciones.
Siempre habrá monstruos y asesinos entre nosotros. Máxime cuando la
tropa que ocupa el poder, votados por unos inconsecuentes, como
ellos, dan pruebas de que tienen tanta educación como ideas o
proyectos. Alientan la violencia contra el rival.
Es
curioso porque, poco antes de que mi amiga sufriera este acoso,
estuve oyendo unas intervenciones en el parlamento español. Está
claro que en esta vida todo se degrada. Cuando yo era un niño,
llevar traje de chaqueta, camisa y corbata, era sinónimo de gente
poderosa y educada. En el parlamento español, oyendo a algunos
trajeados parlamentarios, y a alguna señora vistiendo a la última
moda, recordaba la fábula de aquella mona vestida de seda. Ni así
dejó de ser mona. A aquellas corbatas y trapitos no les cabía más
falta de respeto, de educación y de buenas maneras. Hay partido
político, además, que parece tener a gala organizar, entre los
suyos, concursos de sin sentidos, faltas de ética y de
comportamiento simiesco.
Visto
lo visto, tendrían que hacer, los parlamentarios de hoy en día, lo
que hizo Crates allá por siglo V a.C: pasarse por los barrios de las
chicas de la casa llana y lanzar algunos improperios. Así se
acostumbrarían a los propios, si esto les hace falta. Ahora bien,
igual se llevaban un chasco, y estas chicas o no les hacían caso, o
les contestaban con educación y moderación. ¿Por qué no? En esta
vida, las cosas tienden a compensarse, y cuando fallan unos,
responden de maravilla algunos otros.
Me
sigue llamando la atención, no obstante, que haya gente tan absurda,
tan hueca, tan vacía, que dediquen horas y horas a rodear la casa de
un político y lanzar gritos y más gritos en su contra. ¿No tienen
nada mejor que hacer? ¿Para qué sirven esas cosas? ¿No hay cauces
para discutir y dialogar? ¿Todo vale por parte de algunos con tal de
tumbar al gobierno que ocupa el lugar que creemos nos pertenece a
nosotros? Televisiones, radios, y varios medios informativos tendrían
mucho que decir al respecto. Pero el interés propio prima por encima
de todo. Y siempre hay gente dispuesta a plegarse a lo que le dicen
otros sin mirar más, sin cuestionarse nada. Y encima creen que están
realizando una gran labor.
Mi
amiga, la que sufrió el acoso, sigue insistiendo en que el problema,
el grave problema de esta sociedad, es la educación. La oigo con
escepticismo, y con un tanto de envidia y admiración: he perdido la
fe en eso llamado aulas, educación y demás. Hay algo más, algo más
importante, y que no sé de qué forma se puede cambiar, si ello es
factible.
Hace
unos días vi una película que me impactó, Las
inocentes, de
Anne Fontaine. Narra la terrible historia de un grupo de monjas,
violadas y embarazadas, por unos soldados del ejército rojo durante
la II Guerra Mundial. Todos los ejércitos son iguales, desde luego.
No se salva ni uno. La bestialidad humana se despliega por igual
debajo de cualquier insignia o bandera. No tiene prejuicios.
Los
soldados se van, desaparecen. Pero el problema que dejan tras de sí,
en el convento, es terrible. ¿Cuántas mujeres, a lo largo de la
historia, habrán sufrido semejantes humillaciones? ¿Cuántas
criaturas, como Edipo, habrán sido expuestas en bosques y
encrucijadas para tapar una supuesta vergüenza? Y pese a todo, esas
monjas conservan la fe, veinticuatro horas de desesperación y un
minuto de silencio, paz y tranquilidad. Algunas de ellas, no
obstante, no se recuperarán. Sólo la muerte les devolverá la paz y
tranquilidad que perdieron.
Es
tan difícil ver una película de estas características como oír un
cuarteto de Shostakovich, por ejemplo. Y a eso es a lo que me
refería: la educación no solo es cuestión de las aulas y de los
libros. En muchos periódicos, por ejemplo, siempre se está hablando
de esta o de la otra serie, producida por una cierta plataforma, y
que maldito el interés que tiene. Por regla general suelen ser
series o películas violentas, muy violentas, y tan violentas como
vacuas o vacías de sentido. No obstante, no he leído en ninguno de
esos periódicos que anuncien películas como Las
inocentes. Quizás
porque la distribuidora no paga por ello. Es una explicación. Ahora
bien, no deja de llamarme la atención que en muy raros medios
apareciera consignado el reciente fallecimiento del profesor
Francisco Rodríguez Adrados, un eminente intelectual, con infinidad
de libros escritos. La muerte de cualquier famosillo de tres al
cuarto, por el contrario, es vista, analizada y fotografiada por
todos los medios y periódicos habidos y por haber. Es significativo.
Muy significativo. Está claro que pocos son quienes se han leído
algún libro del profesor Adrados, y muchos los que ven y oyen a los
famosillos hablando de aquello que ni entienden, ni conocen, ni
saben.
Y
muchos quienes siguen, y seguirán, a esos maleducados, con corbata o
sin ella, que mienten y manipulan, falsean datos y lanzan bulos. Se
justifican y protegen estos hablando siempre de la bandera y de la
patria. Hemos tenido ocasión de volver a recordarlo. No hace mucho,
otro “señor”, político él, cómo no, insultó a una
congresista americana, de Estados Unidos. Con un lenguaje soez,
propio del que aquellas señoras griegas utilizaban contra Crates. Se
escudó, después, en lugar de pedir perdón, en su amor a Dios y a
la patria. No sabemos en qué dios creerá. No en el de las inocentes
monjas violadas, desde luego. Y con respecto a lo otro, como dijo un
compatriota suyo en una película titulada Senderos
de gloria, “la
patria es el último refugio de los cobardes.” Es esta, como se
sabe, una transposición de la frase del doctor Samuel Jhonson: “El
patriotismo es el último refugio de los canallas.”
Y
con canallas, lo opuesto a un hombre de bien que pedía Aristóteles,
no se puede hacer política. Estos canallas sirven a otros intereses,
que no a la patria que dicen amar. Es sabido y conocido. De ahí sus
insultos, sus descalificaciones, y el recuerdo de Crates. Y no hay
nada más que comentar.
Ahora
bien, como concluyó mi amiga, quien sufrió el acoso por parte de
aquellos descerebrados, los dioses tenían que castigarnos a los
humanos por esto mismo. No con guerras, pestes, hambrunas y diluvios
sino a ser la mitad de la vida hombres, y la otra mitad mujeres, como
Tiresias. Quizás así fuéramos un poco más humanos y solidarios.
La esperanza es lo último que se pierde, pero ver serpientes
copulando por aquí... Vale.
Aristóteles,
Magna moralia, Gredos,
Barcelona, 2020. Traducción de Teresa Martínez Manzano y Leonardo
Rodríguez Duplá. Libro I, 1181a
Luciano
De Crescenzo, Historia de la filosofía griega, segunda
parte. Barcelona, 1987, p.55. Traducción de Jorge Binaghi. Véase
también Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los
filósofos ilustres, libro VI,
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