Las tecnologías de la
información y comunicación están llevando a la sociedad a un nuevo paradigma de
convivencia, donde lo virtual cada día gana terreno en todas las actividades
cotidianas, pasando por la ciencia, la política, el comercio electrónico, la
teleeducación y todos los sistemas de persuasión de masas nunca antes vistos.
El distanciamiento social y
la cuarentena a raíz de la pandemia del Covid-19 está imponiendo la llamada
“nueva normalidad”, que definitivamente implica que las viejas estructuras
mentales y sociales adquieren un ropaje donde todo pasa por la autopista de la
información y las nuevas tecnologías.
Tanto la economía, la
educación y la vida social es “virtual”. Tal como lo he sostenido en artículos
anteriores, el desarrollo, aplicación y uso de las nuevas tecnologías está
engendrando nuevas formas de esclavitud digital, que son parte del engranaje
económico y generan nuevos modos de producción y mecanismos de adaptación social
cada vez más refinados y sofisticados.
Hoy bajo el imperio del
Internet, muchos creen tener cierto poder desde su “smartphone”, que a la vez
es la punta de lanza para ser sometido. Nada más eficaz para el sistema de
trabajo que su autorreproducción en la psiquis y la mente de quienes lo
sustentan con su fuerza de trabajo y “el sudor de sus frentes”, es decir, con
la energía de sus propias vidas.
Actualmente, en el Perú se
habla con más fuerza del “teletrabajo”, “trabajo virtual”, “trabajo remoto” y
“trabajo on-line”. Si bien es cierto que la Internet facilita la comunicación y
permite que muchos puedan “trabajar desde casa”, hay otra cara de la moneda.
Pero también es evidente que ahora la tecnología es factor decisivo para la
perpetuación de un sistema basado en el sometimiento objetivo, pero con una
fuerte carga de control mental. Esto ya se veía venir con la llamada “cultura
de masas” que proponían con el auge de la radio y la televisión.
En este sentido, los
trabajadores-consumidores modernos, bajo los dictámenes del mercado laboral y
del consumismo digital, son conducidos en la totalidad de sus vidas por una
especie de “control remoto” y lejos de reconocer y romper su determinación
ajena, constituyen sin duda y “ocultos a plena vista”, la nueva esclavitud del
siglo XXI.
Parece que la esclavización
de la mente y por ende del comportamiento del ser humano ya ha alcanzado
niveles irreversibles, a causa de la doblegación mental y corporal que actúa
sin misericordia sobre sus víctimas para evitar que estas se rebelen contra un
orden social intrínsecamente inhumano y explotador.
Quienes cuestionamos estos
modos de esclavitud, seguiremos luchando en pos de la formación de una
conciencia global que contrarreste y acabe con todas formas de explotación económica,
doblegación, opresión política, discriminación social y alienación humana.
Pero los sistemas laborales
tienen como contrapartida las exigencias de una sociedad de consumo, ahora cada
vez más monetizada mediante el dinero electrónico y nuevas monedas digitales
como los “bitcoins”. La presión para comprar es fuerte. Parece que el mensaje
es: “Compra y se feliz”. Y el que no tiene para comprar, es marginado.
Hay una presión
sociocultural y social muy fuerte para comprar. Uno de los mercados en expansión
es el de nuevas tecnologías de la información y comunicación. Y la telefonía
celular es equivalente a conexión con el mundo. Y estar al día en comunicación
es imprescindible para poder tomar decisiones. Pero también, los aparatos se
renuevan a un ritmo vertiginoso, lo que acelera la obsolescencia de las
“novedades”. Lo que hoy es nuevo, mañana ya será un artefacto inservible, una
pieza de museo.
Parece que nos quieren
inocular la idea de que tener un teléfono de última generación es sintonizar
con el mundo actual y especialmente poder acceder a las redes sociales más
populares de Internet: Facebook, Messenger, WhatsApp, YouTube, Instagram,
TikTok, entre muchas otras. Son masivas las descargas de música, videos y otras
aplicaciones como por ejemplo para buscar taxi con seguridad, entre otras
“apps”.
Y ahora –a raíz de la
pandemia– están en auge las teleconferencias y hasta las reuniones sociales
digitales y ceremonias a través de la pantalla.
Existe un marketing agresivo
para convencer a los diversos sectores de que se pleguen a esta oleada, incluso
con la utopía de falsos liderazgos, grupos o “colectivos”, pero al fin de
cuentas todos sucumben al sistema.
El ser humano en una nueva
encrucijada, con el riesgo de una idiotización manejada desde “rankings de
popularidad”. Es una paradoja: muchos se desviven por un “like” o un “me gusta
en Facebook”, poniendo además su historial y privacidad en manos de esas
poderosas empresas que manejan las redes sociales.
Desde un teléfono en las
manos tenemos acceso a viajar por el mundo, navegando por el universo casi
infinito de la Internet, donde hay páginas web de información y de
entretenimiento, y especialmente buscadores potentes de información, ahora con
servicios “en la nube” para almacenamiento de fotos y archivos. En
contrapartida, los “hackers” o piratas informáticos cometen delitos usando la
vulnerabilidad del sistema.
Es una sociedad de consumo,
donde los intercambios comerciales dominan la escena, el acto de compra parece
que se va convirtiendo en la razón de ser del sistema. Es muy fuerte la presión
actual de producción y venta de teléfonos inteligentes.
Ya se sabe que la sociedad
humana cada día es más digital, y este fenómeno está afectando incluso el plano
económico, social y cultural, en campos diversos como la medicina, la
arquitectura, la industria, la ciencia y el arte. Estamos en la autopista de la
información, viajando a toda velocidad en el ciberespacio. ¿Sabemos hacia
dónde?