La pobreza
monetaria en los centros poblados y las zonas rurales dispersas se ubicó en el
36.1% para 2018 (DANE, 2019). Los estudios al respecto indican que uno de los
factores de peso detrás de esta realidad es la dificultad para generar ingresos
suficientes de la agricultura a través del mercado.
Esta dificultad,
entre tantas otras, puede derivarse de la poca asociatividad que se tiene en el
campo colombiano. Según el último Censo Nacional Agropecuario, de los 2
millones de unidades de producción agropecuarias que existen en el país,
alrededor del 9.8% pertenecen a alguna figura asociativa. Muy pocas para un
país que pretende fortalecer el campo.
De ante mano
sabemos que cuando un productor actúa de manera individual, asume los costos de
transar, ya sea para la compra de insumos, la comercialización, o la logística.
El modelo asociativo lo que permite es generar economías de escala dentro de la
cadena de valor, nivelar el pulso en las negociaciones, y trabajar por
objetivos específicos.
Sin embargo, la
gran mayoría de las organizaciones asociativas existentes tienen graves
problemas estructurales que no les permite ser competitivas. Y dentro de estos
problemas se puede identificar lo que alguien llamó “los mangos bajitos”,
queriendo decir con esto que estamos inclinados a aquello que no nos genere
mucho esfuerzo y que los resultados los tengamos a la mano. Adicionalmente a lo
anterior, el ¿cómo voy yo ahí?, no ha permitido un trabajo comunitario
cohesionado con miras a objetivos comunes.
A esto se le
suma que los proyectos que llegan a las regiones para el fortalecimiento del
desarrollo agropecuario, dentro de las metas planteadas están resaltadas las
victorias tempranas, lo que no permite tomarse el tiempo de entender los
contextos, la cultura, las personas.
En el trabajo
que realizamos para fortalecer empresarial y financieramente las organizaciones
asociativas agropecuarias hemos identificado que dependiendo del objeto por el
cual se asociaron, así es su trabajo en equipo y por ende su sostenibilidad y
competitividad dentro de la cadena de valor. Son muy conocidas las
organizaciones asociativas que se crearon obligadas para recibir un recurso, o
se crearon con un objetivo distinto al comercial. De igual manera se ha
identificado que existe un craso error en la manera cómo se abordan las
problemáticas y se cree que las soluciones son universales para todas,
olvidando el enfoque territorial.
Dentro de las
organizaciones se hace necesario formar en educación financiera, temas legales,
de mercados, y demás temas de las áreas empresariales. Aunque, así como lo
expresó Tagore, y lo retomó David Escobar Arango en unas de sus columnas, educar
únicamente en las ciencias y las técnicas es como dedicarse al contenedor y
dejar a un lado el alma. Por esta razón considero más que necesaria la
formación a través de una educación de la conciencia, del pensamiento crítico
que sea capaz de dirigir la toma de decisiones.
Para terminar,
si el motivo del fortalecimiento asociativo es la comercialización, entonces se
hace urgente integrar las organizaciones a las cadenas de valor, no solo vistos
como proveedores, si no como actores estratégicos para el sostenimiento de la
cadena y el desarrollo rural. Esta integración se puede nutrir si la formación
a los integrantes de las organizaciones asociativas se expande al Ser y al
pertenecer.