. Fosforito, el protagonista de esta historia de Mauricio Rosencof, es uno de ellos. Un loco, se sentencia al saber que está internado en un nosocomio. Un rebelde, un soñador, se transige cuando al seguir el monólogo de este personaje tan singular se descubren esas semejanzas que tan bien representan a la condición humana.
Fosforito se considera un enviado, como primero lo fue Jesús y después Chaplin, tan necesario —dice—para desdramatizar lo grotesco y la crueldad con humor ingenioso y ternura. Pero Fosforito no es un enviado sectorial, sino uno universal que intenta explicar que en el amor y en el humor están las claves de la existencia; en estas dos emociones que se multiplican en tantas otras y en la búsqueda infatigable por entender y conocer.
Fosforito cuenta, le cuenta a Chola, una interna enmudecida que le despierta un amor profundo, sincero. Ella como él, y como el resto de los pasajeros de esa nave de locos, vive hacia adentro, en un rincón infranqueable e inexpugnable, que convierten en un reino propio para combatir la incomprensión del afuera, el dolor por el rechazo y la desaprobación no por lo hecho, sino por la sentencia de los otros.Y le comparte estas confidencias a este amor idealizado en un lugar en donde las nociones de locura y cordura están establecidas desde el dogmatismo racional y la frialdad de la indiferencia. Cuatro paredes en las que el sometimiento y el castigo impuesto por salirse de los raíles de la normalidad establecida simulan, a modo de metáfora, la vida misma.Las dicotomías sociales y existenciales cobran relevancia en este relato en el que el escritor uruguayo insta a reflexionar sobre la precariedad de la existencia humana y sus obsesiones por disolver cualquier atisbo de emociones y pensamientos que se animen a romper con lo convencional. Un aislamiento impuesto desde donde se aprende, como se puede, a construir un refugio que brinde la posibilidad de no darse por vencido, de evadir el derrotismo y no perder del todo el amor propio.El enviado del fuego es una novela llena de simbolismos, de personajes representativos que desvelan esa locura colectiva y tan actual que se empeña en proscribir la dignidad y todas esas emociones que destacan nuestra grandeza como seres humanos. Es un llamamiento para que no caiga en la desmemoria el verdadero sentido de la vida y la necesidad de soñar. Pero sobre todo para recordar que no hay verdades absolutas.