¿Nueva normalidad o una nueva sociedad?

Estamos ante un momento muy interesante, inquieto, incierto y profundo. Nuestra vida cambió repentinamente - nos apagaron la máquina- e intuimos que va a cambiar para siempre.

 

. Nuestra vida cambió repentinamente - nos apagaron la máquina- e intuimos que va a cambiar para siempre.
La realidad la creamos con el pensamiento y con el lenguaje comunicamos lo inteligible de esta realidad. Por esto las palabras son poderosas y los conceptos transcendentales, porque condensan la esencia del momento, son una imagen que se proyecta.

Sobre el new normal

Ante la duda en que estamos, se está instalando el concepto new normal o “nueva normalidad” para denominar lo que vendrá después del aislamiento, del contagio, del coronavirus… casi ni sabemos bien después de qué es que queremos una nueva normalidad. Y precisamente este no saber, esta verdad inestable y esta realidad paradójica es lo interesante de la coyuntura que vivimos: se abrieron posibilidades diversas de experimentar, de crear e intentar ante lo inédito. ¡Nos hacía falta la espontaneidad e imprevisibilidad!

New normal suena atractivo, fácil y cercano, un aliciente para la incertidumbre actual. Pero no tiene nada de nuevo y no estamos ante un panorama normal: pateamos el tablero de juego. Hay que recogerlo y decidir si reacomodamos las fichas para el mismo juego, intentamos una variante de éste o jugamos algo nuevo.

El new normal se popularizó en el marco del pensamiento de los operadores financieros e influenciadores del mercado, luego del shock y los cambios desencadenados por la crisis financiera de 2008 en la economía, los hogares, las instituciones y las políticas de gobierno. Un importante líder del mundo financiero, Mohamed El-Erian, escribió sobre el new normal en mayo de 2009 en su “Secular Outlook” como CEO de PIMPCO[1]. Este texto es la memoria del Foro Secular de la compañía, en el cual, con reconocidos líderes políticos, académicos y empresariales, analizan los factores que puedan afectar la economía global en los siguientes cinco años, para informar e influir la posición y estrategia de inversión a largo plazo de la firma.

Curiosamente, la columna de El-Erian empieza diciendo que fue un Foro difícil, no solo por la complicada situación económica y política del momento, sino además porque “los viajeros tuvieron que navegar por las preocupaciones relacionadas con el riesgo de una pandemia de gripe porcina” para llegar al Foro en California. Lo dice como una trivialidad, que hoy en día es nuestra realidad.

Conscientes de que estábamos ante una crisis del sistema global, no dentro del sistema global, con la economía en una recesión repentina y sabiendo que los cambios abruptos en el mercado no se iban a reversar fácilmente, era necesario pensar y proyectar la idea de que el mundo se dirigía hacia una nueva normalidad en la cual algunos factores y reglas cambiarían, pero no la esencia: la noción de progreso y la concepción lineal creciente del desarrollo soportada en la estructura capitalista.

La idea detrás del new normal, impulsada por un principio de precaución, era volver a una situación normal pero diferente donde los mercados retomaran sus promedios recientes y la economía una senda de crecimiento (debajo de la media), sin un cambio significativo en los enfoques políticos y económicos. Una idea que fue calando en los círculos de poder y se instaló. Entre los cambios que incorporaba el new normal estaban una mayor intervención del gobierno en la economía, una variación de la balanza entre lo público y lo privado, una cierta pérdida de confianza en el mercado y el enojo popular por la privatización de ganancias y socialización de perdidas.

La crisis como oportunidad

La economía mundial tuvo un periodo de crecimiento constante desde la II Guerra Mundial y los acuerdos de Bretton Woods (1944), en los cuales se estableció un nuevo orden económico mundial a través de un sistema monetario internacional basado en el patrón oro vinculado al dólar como moneda de referencia, que proporcionaba estabilidad. Pero en la década de los 70 esa estabilidad se desmoronó: la repentina subida del precio del petróleo, el alto déficit comercial de Estados Unidos en un contexto de estanflación mundial, y el desorden monetario por la especulación con el oro en el mercado financiero, trajeron consigo el abandono del patrón oro y dieron paso a un sistema de cambios flexibles donde las divisas fluctuarían libremente en los mercados.

Ante esta crisis, la ideología neoliberal con su seductora propuesta de desregulación, libre comercio y la supremacía del mercado sobre el Estado bajo la premisa del individuo consumidor, egoísta y competitivo, se erige como el modelo a seguir impulsado por los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Desde los 80s entramos a un periodo de globalización acelerada, deslocalización, desmantelamiento del Estado de bienestar y sofisticación de los mercados. Con la caída del muro de Berlín en 1989 se fortalece la idea del capitalismo como la mejor opción universal de organización socioeconómica y con las recetas del Consenso de Washington se transfiere el modelo neoliberal hacia los llamados países en desarrollo, para “sacarlos” de la crisis.

Luego de un quindenio de convergencia económica llega la crisis financiera de 2008 que obligó a los Estados a intervenir precipitadamente para salvar bancos, lo que parecía una señal del colapso del neoliberalismo. Ante el pánico financiero entró el new normal y la crisis no fue un punto de quiebre histórico, no produjo un cambio real, quizás porque no había ideas alternativas bien posicionadas. Se fortaleció el movimiento en contra del estatus quo: la Primavera Árabe, Occupy Wall Street, los Indignados, la plaza Syntagma, así como las protestas más recientes en Bolivia, Chile, Colombia, Francia, Hong Kong, Irak, Líbano y otros países, que ha forzado algunas reformas, pero no cambios estructurales.

Cuando el sistema financiero estaba saliendo del pico de la crisis global, en octubre de 2009, la Cancillería boliviana publicó el libro “El Vivir Bien como respuesta a la Crisis Global”. Un análisis sobre las diversas crisis que afrontamos que plantea posibles soluciones desde la propuesta del Vivir Bien como una alternativa al paradigma del desarrollo, buscando potenciar la energía comunal para generar cambios en la sociedad.

El texto propone algunos planteamientos desafiantes, en su momento casi radicales, y hoy en día muy actuales. Se presenta como un trabajo en construcción conjunta para ser utilizado, deconstruido, corregido y ampliado por cualquiera: una licencia común para ser compartida y generar conocimiento. Elabora la idea del Vivir Bien y la Cultura de la Vida como una propuesta alternativa a la noción del desarrollo y su vivir mejor. Vivir Bien se enfoca en la identidad, la armonía, la complementariedad y el consenso, y plantea un debate ideológico con opciones -diferentes a lo “normal”- sin estar en términos absolutistas, si no en una perspectiva de transición hacia una sociedad más sencilla, más local, con menos desigualdad y con más conciencia de la vida y el planeta.

Sugestivo que el libro esboza la necesidad de prestar atención a la salud y la importancia de tomar acción para enfrentar emergencias (en momentos de la gripe porcina), más allá de “medidas protectoras a cuerpos indefensos y enfermos como son los tapabocas inútiles y medidas de aislamiento e higiene”, si no promoviendo cambios en la forma de vida y en el pensamiento.

Transitamos la Gran Recesión y la década de 2010, sin reformas estructurales y amarrados a la bomba de tiempo de la desigualdad y el desempleo crecientes, en un planeta deteriorándose a un ritmo exponencial. Empezamos el 2020 con una aparente estabilidad que los terremotos en Puerto Rico y los incendios en Australia convertían en una “calma chicha”, hasta que surge el Covid-19, la pandemia y la crisis que ha ocasionado en el mundo entero.

Esta crisis de salud nos está mostrando lo vulnerables que somos como sociedad y como individuos. La evidente fragilidad ante el virus ha sacado a la superficie una serie de debilidades fundamentales de la civilización occidental actual: la política social, el individualismo, la falta de empatía y la degradación ambiental. Problemas estructurales de vieja data, que en la frenética realidad en que vivíamos se iban cubriendo con parches y remiendos, para mantener la hegemonía cultural, el modelo de crecimiento y la noción de desarrollo imperantes.

Estamos ante una lección de humildad para una sociedad pedante y engreída, tan segura de sí misma, de la ciencia y el progreso, que se desconectó de su entorno y ha ido erosionando su hábitat y los fundamentos de su arquitectura: la cultura y los derechos.

Y es bueno ver que somos vulnerables, tomar conciencia de la enfermedad es el primer paso para sanar, es un despertar. Estábamos en una senda voraz de producción y crecimiento casi ciega, obtusa, embebidos por la razón y la certeza de la meta, sin detenernos a reflexionar sobre el camino y lo devastador que éste ha sido. Un modo de vida incompatible con la vida misma, algo insostenible.

Estamos aislados, pero viviendo esto juntos (una de las palabras que más se repiten en estos días). En pocos momentos de la historia reciente personas de todos los continentes están pasando al mismo tiempo por una situación similar, enfrentados a problemas, dilemas y oportunidades afines, en contextos y realidades muy disímiles, desiguales. Es un momento ideal para reflexionar, para cuestionar la vida que llevábamos, y esos automatismos e inercias cotidianas que ahora se detuvieron, o al menos se ralentizaron. Esta reflexión individual puede generar una conciencia colectiva y despertar esa energía comunal que nos lleve a un cambio.

Tenemos una valiosa oportunidad para revalorar el bien común y su importancia. La realidad actual ha llevado a que se precipite la necesidad de los valores compartidos, de la cooperación y la responsabilidad social. Así mismo, empieza a revivir y aflorar el sentido común: un acuerdo natural derivado de la experiencia que consideramos lógico y válido, tan necesario en este momento y que teníamos extraviado. Ojalá esto nos lleve a una menor polarización a todo nivel en la sociedad, a una mayor comprensión del otro para sobre la base del respeto construir un espacio de debate sobre ética y política, sobre ideas y no sobre personas, procurando un mejor balance entre diversidad e identidad, entre resiliencia y eficiencia, entre lo local y la globalización.

Un nuevo comienzo

El economista Milton Friedman, padre del neoliberalismo junto con Friedrich Hayek, decía en uno de los prefacios de su libro Capitalismo y Libertad:

“Solo una crisis -real o percibida- produce un cambio real. Cuando esta crisis ocurre, las acciones que se toman dependen de las ideas que están en el ambiente. Esa, creo, es nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable”.

Esta nueva crisis, a diferencia de la crisis de 2008 con su complejidad de hipotecas subprime, crisis de liquidez y rescate financiero, tiene la virtud de tener una causa clara y comprensible: el Covid-19, y un impacto directo en la vida cotidiana. Qué mejor escenario para generar un cambio real y hacer frente al estructural e histórico problema de las desigualdades: algo políticamente inevitable.

El Estado nuevamente debe hacer frente a la crisis como ultimo frente de contención, como rescatista, pero este rescate va a ser costoso y necesitará de mucha creatividad y liderazgo político. Ya no es salvar a los bancos y retomar algo de control público, es tomar el control, ejercer la función reguladora y salvar a las personas. Recursos en la economía hay suficientes, pero con las dinámicas de liberalización desde los 80 se traspasó gran parte de la propiedad de la riqueza del dominio público al privado, entonces ¿cómo va a financiar el Estado este rescate? Hay ideas alternativas disponibles en el ambiente y trabajadas desde una variedad de perspectivas y disciplinas.

Desde la misma economía, los análisis de Piketty, Milanović, Mazzucato, Saez y Zucman están a la orden del día. La famosa curva del elefante ilustra cómo entre 1980 y 2016 el 1% de los habitantes más ricos del planeta captaron más de dos veces (el 27%) del crecimiento de los ingresos reales que el 50% de la población más pobre (solo el 12%). La riqueza privada ha aumentado en las últimas décadas, pasando del 200 - 350% del ingreso nacional al 400 - 700% en la actualidad. Entre tanto, la riqueza pública neta (activos menos deuda pública) ha disminuido en prácticamente todos los países desde la década de los ochenta. Esta polarización de los ingresos ha contribuido a que la clase media recurra al endeudamiento para poder mantener su nivel de bienestar, mientras los más ricos aumentaron sus inversiones en activos financieros más que en inversiones productivas.

¿No sería justo, razonable y necesario, en un espíritu de solidaridad, cooperación y equilibrio, generar mecanismos realmente redistributivos que permitan al Estado proteger a los ciudadanos sin recurrir a un mayor endeudamiento?

En tiempos de emergencia, se requieren medidas de emergencia como un impuesto “pandemia” a los ultra-millonarios basado en la riqueza, no en el ingreso. Saez y Zucman estimaron que un impuesto progresivo de este tipo para Estados Unidos, gravando la riqueza por encima de 50 millones de dólares (0.1% de los hogares estadounidenses) a una tasa del 2% y con un recargo adicional del 1% por encima de 1 mil millones de dólares, recaudaría más de 200 mil millones de dólares anuales (estimando una tasa de evasión fiscal del 20%). Esta suma representa cerca del 1% del PIB de Estados Unidos en 2018. Aunque la comparación no es válida, solo por dimensionar el tema, el 1% del PIB de Colombia serían unos 3 mil millones de dólares (10 billones de pesos).

Con un volumen así de recursos transferidos al ámbito público para ser utilizados eficientemente y con las ideas que están en el ambiente, como la renta y los servicios básicos universales, es posible pensar en no volver a lo mismo y construir una nueva sociedad, no una nueva normalidad. El Nobel de Paz y emprendedor social Muhammad Yunus propone que ni siquiera deberíamos llamar lo que viene una “recuperación”, podemos llamarlo un programa de “reconstrucción” impulsado por la conciencia social y ambiental.

Nuestro mundo ya no será el mismo y las percepciones que tenemos de lo público, lo privado y la libertad se han afectado. La falta de tiempo se había convertido en una enfermedad cultural, pero podríamos intentar vivir más conforme al tiempo cíclico de la naturaleza y tener tiempo para la vida, cambiando nuestra cultura de excesos y complicaciones. Como dijo Gandhi, necesitamos vivir más sencillamente, para que los otros, sencillamente, puedan vivir.

El debate está abierto para una conversación honesta porque necesitamos construir y ensayar alternativas. Como en todo proceso de innovación, es importante conocer la historia, fracasar, aprender, entender dónde estamos y pensar el mundo que queremos con la ética, el sentido común y la creatividad como premisas. No volver a la normalidad sino más bien encaminarnos hacia el futuro de una manera responsable.

[1] Pacific Investment Management Company (PIMCO) es uno de los mayores administradores de activos de inversión globales, con más de USD $1.9 billones en activos. Esto es más que el PIB en 2018 de Brasil o Canadá (9° y 10° economías del mundo).

UNETE



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