Había una vez una reina muy bondadosa, cuyo anhelo era aliviar todas las tristezas que veía; pero cuanto más generosa se mostraba, más parecía crecer la necesidad de sus prójimos. Sus medios no alcanzaban para ayudar á los pobres; sus palabras no tenían el poder de librar á los tristes de sus pesadumbres, y sus manos no conseguían curar todas las enfermedades. La buena reina creía que era imposible que Dios quisiera las perversidades del mundo, y pensaba que si los hombres supieran arreglárselas mejor, llegarían á ser felices. Un día que iba pensando de esta manera, entró en un templo y murmuró una oración, cuya fuerza y cuyo atrevimiento no pudo calcular en aquel instante. Rezaba como lo hacen locamente la mayoría de los mortales, sin apreciar el alcance de su plegaria ni las consecuencias que tendría si fuesen escuchados.