Los
tiempos han cambiado en el mundo libre y la izquierda ya no
quiere hacer la revolución.
La época de la lucha contra el capitalismo ha
pasado a la historia, porque ahora hay entendimiento entre ambas
partes. Uno, ha tragado con los postulados sociales extraídos de la
época de la revolución burguesa y, la otra, ha aceptado los
términos de la moderna sociedad de consumo. A lo más que se aspiran
ambos es al cambio,
como requisito básico para que nada cambie, salvo el paso del
tiempo.
Es natural que los ánimos se sosieguen, visto que el capitalismo ha
ilusionado a los individuos con el bienestar. Aunque apegadas
a las viejas utopías, las aspiraciones de la muchedumbre
apunta hacia la consecución del bien-estar. Y es conocedora que esto
se puede alcanzar o cuanto menos acercar a través el consumo. Soñar
con ser rico no se le va de la cabeza a casi nadie, pero para ir
tirando basta con disponer de ciertos caprichos que procura la
sociedad actual a cambio de un poco de dinero, lo que permite calmar
los ánimos revolucionarios.
Por su parte, la elite de izquierdas está en lo mismo, pero a más
alto nivel. Han aprobado el examen para ejercer el poder y asoman la
cabeza en centros señalados. El que más o el que menos se ha
procurado un cargo, ya no vive en los suburbios y ocupa plaza en el
centro de la ciudad, con un chalet en urbanización de lujo a las
afueras para los fines de semana, dispone de coches de marcas
sonadas, buenos sueldos y alguna que otra cuenta en el extranjero
por si las cosas vienen mal dadas.
A
tenor del nivel de vida actual, ¿quién
puede pensar ahora en eso de la revolución?.
Está claro que la mayoría autoseñalada como de izquierdas no está
en disposición de realizar experimentos
serios.
Hay
algo fundamental en la nueva situación y es que a la izquierda se le
ha agotado la imaginación. Para subsistir con lo poco que queda
basta con pensar en cambios.
Un parche aquí y otro allá, aventados por la propaganda, al objeto
de obtener réditos en términos de poder y construir un discurso
minimalista para ganar seguidores y poder desempeñar algunos el
papel de elites. Hay que mantener actualizada la ideología.
Inicialmente basada en aquellas cosas de libertad, igualdad y
fraternidad, ahora se trata de enunciar derechos y libertades sin
cuento dentro de la jaula,
defender principios de justicia social que barren para casa o de una
solidaridad, en la que algunos creen, y otros practican porque da
prestigio. Muchas palabras y pocos hechos, pero basta para no
desalentar del todo ese viejo espíritu rebelde.
Causa del fracaso de la idea de revolución no es tanto el arraigo
del buen-vivir y el agotamiento de las ideologías como la fuerza
dominante del capitalismo, que ha impuesto su modelo de orden
ante el que no caben revoluciones. En todo caso, el argumento que
postula el sistema es convincente, y lo será en tanto haya consumo y
bien-estar garantizado entre las gentes. De ahí que la ruta a seguir
sea acercarse al capitalismo, porque circulando en sentido contrario
no hay futuro.
La
izquierda capitalista de
ahora, esa que ha acabado dando la espalda a la revolución
como principio y se conforma con abordar ciertos cambios,
ya es una realidad. No solo porque se ha entregado al consumo y al
bien-vivir como sucedáneos del bienestar propuesto por el
capitalismo, lo que demuestra la sensatez de sus miembros, sino que
aspira a mejorar ambos. En definitiva, se ha quedado sin
argumentos diferenciales.
Incluso ya flirtea con la derecha,
llegando a encontrar intereses comunes, y empieza a asumir el riesgo
de tener que aproximar discursos. Y no hay que olvidar que la derecha
siempre ha procurado ser políticamente fiel a los postulados del
capitalismo.
Visto así el panorama y los principios de la izquierda actual, como
entrega al sistema, bien-vivir, consumo, derechos y libertades para
todos, la afinidad con los planteamientos de la doctrina capitalista
es evidente. Con lo que cabe entender que ya caminan de la mano.