"Literatura llevada al cine" “Cuento de Navidad” escrita por Charles Dickens y llevada al cine por Richard Donner

Si tuviéramos que relacionar la Navidad con algún autor literario, sin lugar a dudas, todos deberíamos pensar en Charles Dickens, y no solo porque haya escrito la obra navideña por antonomasia, Canción de Navidad —A Christmas Carol—, sino porque, como pocos, ha logrado plasmar en sus páginas los principios que ese mismo espíritu trata de inculcar y que, seamos realistas, hace mucho que parece que hemos olvidado (si alguna vez los tuvimos). Pero es que, además, todas sus obras están impregnadas de una humanidad que pocos han alcanzado, posicionándolo como uno de los autores más comprometidos y filantrópicos que puedo llegar a imaginar.

 

. Pero es que, además, todas sus obras están impregnadas de una humanidad que pocos han alcanzado, posicionándolo como uno de los autores más comprometidos y filantrópicos que puedo llegar a imaginar.
         La vida de Dickens fue bastante convulsa en sus orígenes. Este hecho unido a su voraz apetito por la lectura y a su colosal memoria fotográfica consiguieron dotar a sus páginas de un contenido que toca con sencillez la fibra del lector, si este no es un ser de acero o piedra (que también los hay, por supuesto).

         Hijo de John Dickens, un oficinista de la Pagaduría de la Armada, se vio obligado a vivir desde muy joven las catástrofes que las deudas económicas y el despilfarro descontrolado pueden acarrear —algo que se plasma de un modo dramático en casi todos sus libros— a las personas en una sociedad que ha relegado precisamente a estas a última posición.

         Dickens se formó de un modo autodidacta, pues la escasez de recursos lo obligaron a ponerse a trabajar, con 12 años y durante diez horas diarias, en una fábrica de betún para ganar seis chelines semanales. Estas vivencias lo convirtieron en un gran crítico y transcriptor de los males que, desde siempre, ha sufrido la clase proletaria. Precisamente, esa aparente falta de formación reglada se convirtió en uno de los principales argumentos que esgrimían sus críticos para reprocharle al bueno de Dickens que… bueno, que triunfara; —¡cosas de los críticos y de algunos escritores que ven el éxito en plumas ajenas!

         Pero Dickens no se detuvo ahí. En 1841, con escasos 29 años, y poseyendo ya un gran prestigio gracias a sus obras publicadas, viajó a EEUU, donde se ganó el rechazo de aquel pueblo gracias a las diferentes conferencias que iba ofreciendo, en la línea del contenido de la novela Notas de América. Y es que el bueno de Charles también se despachó a gusto con respecto a la esclavitud.

Sin embargo, este rechazo popular se vio aplacado tras la publicación de la obra de la que hoy voy a tratar: Canción de Navidad. Como podéis imaginaros, podríamos estar hablando de este hombre durante muchísimas horas; un hombre que demostró con actos su filantropía y su amor hacia el prójimo; y es que Dickens, aparte de ayudar a difundir obras de autores desconocidos, fue un acérrimo defensor de las prostitutas, del proletariado y también un gran crítico de la condena de pena de muerte (algo que se utilizaba como divertimento popular en el Londres de aquella época; ¡hace menos de 200 años…!). Curiosamente, las sombras del autor recaen sobre todo en su vida sentimental; y es que la separación de su esposa y algunos affaires extramatrimoniales lo pusieron en el blanco de plumas menos proclives a la ficción y más a lo que se conoce como prensa amarilla, rosa o color de excrementos.

Pero pasemos a hablar algo de la obra que hasta aquí nos ha traído.

No me cabe la menor duda de que aquellos de vosotros, mis lectores, que soléis disfrutar de los programas de radio —especialmente en estas fechas— ya habéis podido hacerlo de alguna adaptación en radioteatro de la inmortal obra de Dickens, cubiertos por vuestras mantas o nórdicos, con los auriculares bien sujetos en vuestras orejas y con los ojos cerrados en mitad de la oscuridad, dejando que las palabras vayan dibujando en vuestra mente los decorados y a los diferentes personajes que van contribuyendo a generar una de las más hermosas y esperanzadoras historias de Navidad. Si aún no habéis disfrutado de este acontecimiento, aquí os dejo una de las mejores adaptaciones emitida por Cadena Ser. Pero aguardad hasta que hayamos terminado esta breve columna, ¡por favor!

Un viejo avaro, desagradable y amargado, y de nombre Ebenezer Scrooge, es el protagonista de la obra. Carente de cualquier sentimiento empático, nada generoso y más bien ruin y déspota, está a punto de recibir la visita de tres fantasmas: los fantasmas de las Navidades del pasado, del presente y del futuro que, de seguir como hasta entonces, lo aguarda. El Espíritu Navideño —pues nadie más se preocuparía del porvenir de un fulano de tal calaña— envía a su antiguo socio y colega, Jacob Marley —un personaje tan despreciable como el mismo Scroonge, fallecido poco antes del inicio de la novela—, para advertirlo acerca de tan sorprendentes acontecimientos.

Así, a medida que estos fantasmas le van mostrando qué ha sido de su vida pasada, qué provoca su repulsiva usura actual y qué es lo que le aguarda si no cambia su forma de comportarse con los demás, Scroonge va reconociendo muchos de sus errores y sintiendo deseos de corregir y subsanar todo lo que su codicia provoca a su paso.

A estas alturas, pocos seréis los que desconocéis lo que sucede al final de la obra, pero por si acaso voy a guardar silencio.

No sé si alguno de vosotros estará de acuerdo conmigo, pero este argumento se revela bastante inspirador para una película que deberíais haber visto ya —y que es un clásico de las navidades en TVE—. En efecto, estoy hablando de ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra.

Al margen de comparativas, muchos catalogan la obra de Dickens como una crítica del Capitalismo Industrial del siglo XIX. Sin embargo, en el prefacio, el propio autor exponía:

“Con este fantasmal librito he procurado despertar al espíritu de una idea sin que provocara en mis lectores malestar consigo mismos, con los otros, con la temporada ni conmigo. Ojalá encante sus hogares y nadie sienta deseos de verle desaparecer.”

Como veis, el propio Charles Dickens adopta el rol de Espíritu Navideño.

En cuanto a las adaptaciones cinematográficas, ya podréis imaginaros que es vasta y extensa; desde un cortometraje mudo hasta el cine de animación, pasando por el descomunal trabajo del elenco que conforman los teleñecos —con un enorme Michael Caine en el papel de Ebenezer Scrooge— o por la animación en 3D. Desde luego, sea como sea, todas han logrado conservar la gracia, en mayor o menor medida, de la esencia de la obra: el auténtico Espíritu de la Navidad (muy lejos de las caravanas hasta los centros comerciales, de las largas colas en las tiendas para comprar turrones o de las colosales lucecitas que alumbran todas ciudades).

Por mi parte, hoy voy a hablar de una adaptación que traslada el cuento a la época moderna —no tanto, pues fue rodada en 1988 y dirigida por el fabuloso Richard Donner (La profecía, Superman, Los Goonies, Arma Letal, Maverick…)—. En efecto, vamos a hablar de Los fantasmas atacan al jefe (Scroonged, en su versión original).

Interpretada por el colosal Bill Murray, la obra, dotándola de cierto humor negro que hace amar y odiar al pérfido Francis Xavier Cross —el presidente de la empresa—, se centra en una importante cadena de televisión que pugna por acaparar el mayor número de espectadores en la Nochebuena. Para lograrlo, al genial señor Cross no se le ocurre otra cosa que emitir en directo un especial de la obra de Dickens. Lo que este neoliberal sin escrúpulos no se espera es que, así como al señor Scroonge, a él también le visiten los tres espectros de la Navidad.

Compartiendo plantel, nos encontramos con un genial Robert Mitchum, con un fantástico John Glover y con una encantadora Karen Allen, como la antigua novia de nuestro protagonista —una persona que, a diferencia de él, sí comprende a la perfección lo que es vivir el día a día y ver las desgracias que nuestro sistema acarrea a las personas que se descuelgan del mismo—. También nos encontramos con un divertido David Johansen y con una alocada Carol Kane, ambos en los papeles de los fantasmas del pasado y del presente, respectivamente.

Las dotes interpretativas de Bill Murray, el cual adopta el papel en su línea de caradura sinvergüenza, hacen que la película solo tenga un fallo: es excesivamente corta (101 minutos de metraje).

Por otro lado, no puedo dejar pasar la ocasión para mencionar al compositor encargado de la banda sonora: Danny Elfman; el cual aporta ese toque mágico que solo él es capaz de conseguir.

Desde luego, si no sabéis que ver en casa durante estas fechas tan señaladas, juntaos todos en el sofá, preparad vuestra ración de palomitas, y dejad que vuestros niños se aproximen a la obra de Dickens desde un punto de vista diferente, pero que mantiene la misma esencia. Y si no tenéis críos, dejad que el Espíritu de la Navidad os haga volver a vuestra infancia a través de esta obra.

¡Y cuidado…! Esta Nochebuena, si no sois buenos, el hecho de que Papá Noel no os traiga regalos puede ser el menor de vuestros problemas… Quizá os visiten tres fantasmas…

¡Buenas fiestas!

UNETE



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