Los besos, los abrazos; los fuchis, los
guácalas; los chanclazos de las mamás y las abuelitas no son una estrategia de
seguridad sino palabras vanas, burlonas e insultantes de un fanfarrón que de
esa manera justifica su ineptitud y su gran desconocimiento en la materia.
Su sonrisita socarrona sólo refleja su falta de
conocimientos para dirigir a un país, pero también son una mofa al dolor de los familiares de las más de 32 mil víctimas del
crimen organizado y desorganizado.
Justifica su incapacidad culpando a una añeja descomposición
social y a sus enemigos “imaginarios”, porque exigir soluciones en estos
tiempos es colocarse un letrero de adversario.
En lo que a mí respecta, jamás me ha decepcionado,
sabía perfectamente que no tenía ni la capacidad y mucho menos la menor idea de
dónde estaría parado. En ese mismo tenor se encuentran todos los que lo rodean.
Sus promesas de “pacificar el país” y cambiar
“balazos por abrazos”, solamente le sirvieron para ganar unas elecciones y millones
se fueron con la finta.
Hay algo que López Obrador no puede borrar con
su risita burlona y es el hecho de que su primer año de gobierno ha sido el más
violento de todos los tiempos. La violencia alcanzó cifras históricas con 100
muertos diarios
A pesar de que aseguró que en el primer momento
de que el llegara a la presidencia los índices de inseguridad bajarían como si fuera
un acto de fe o de magia también se puso plazos peligrosos para dar resultados,
la realidad es que México ha vivido las
semanas más sangrientas de todos los tiempos, según datos oficiales.
Los primeros 12 meses de su administración han
sido un montón de desaciertos que mantienen bajo el terror a amplias zonas del
país. Sus respuestas han sido tibias y frívolas, como cuando advirtió al narco
que dejaban de matar o avisaría a sus “madres”.