Ha terminado el concierto y sales,
algo, aturdido por la magia del jazz que acabas de oír, por esos sonidos mágicos
que llenaron el auditorio de resonancias del Chicago de los años 20 y de la
Nueva Orleans de los 30. Bastó una guitarra y un saxofón y el milagro sucede:
disfrutaste, cada segundo, de la cadencia sensual del saxo y de la sobriedad
efectiva de la guitarra. Piensas en que bastan dos músicos eficientes-sin tanto
florilegio y artilugio técnico innecesario- para que el dolor, la angustia y la
esperanza de aquellos lejanos creadores vuelvan a la vida para transmitir la enigmática
belleza del género.
Fue un concierto breve-apenas una
hora-que sobrepasó tus expectativas. Por eso, la sonrisa y la convicción de que
aprendiste algo nuevo en esta jornada, nadie te la puede quitar. Termina el concierto
y, apenas sales del auditorio, unos sonidos de percusión inundan el ambiente. “Estarán
ensayando”, pensaste, pero aquella cadencia te estaba hechizando. Un ritmo de landó
flotaba firme, acompañando la procesión de espectadores hasta las afueras del
teatro. La sorpresa no tardaría en aparecer porque apenas saliste a la calle, a
unos pasos, encontraste a un músico callejero-percusionista-y entendiste el origen
del misterioso ritmo que llenaba el ambiente. Observaste al percusionista y sonreíste-asombrado-porque
no hacía música con un set profesional sino con un balde, una lata aplastada y
media botella de plástico. Tres objetos simples que unidos al talento hicieron
que por largos minutos disfrutaras-boquiabierto-del set del músico.
Un abrazo, un aplauso y unas
palabras de aliento al colega porque no es frecuente encontrar espectáculos así
en la calle. Descubres que es un muchacho tímido que se conmueve por la muestra
de aliento. Sonríes porque-una vez más- compruebas que el arte sale al
encuentro del mundo en el momento menos pensado, solo hay que estar atento al
bálsamo milagroso de la belleza para curar las heridas que el día a día en la
ciudad deja en la piel y en la sangre. Entiendes que el talento puede
expresarse ya sea con un saxo de primera calidad como con un humilde balde de
aceite. Sonríes porque has tenido la dicha de ser testigo del divino contraste.
Disfrutas la pasión de ser espectador en el primer teatro del país y también en
la simple acera ante un muchacho que despliega su enorme talento con la humildad
de un grande, con la ilusión de que su trabajo-algún día-pueda oírse en el teatro
del que acabas de salir. Sonríes, disfrutas, vives, respiras porque el arte-una
vez más-ha ganado la batalla. “¡Benditas sean derrotas así!”, piensas.