Esta crónica busca generar conversaciones sobre el
fondo de lo que está ocurriendo en Chile, tratando de explorar la emotividad
que convulsiona Chile y que rebasa fronteras con sentimientos avasallantes.
Expresar qué estamos sintiendo y por qué. Creo que la gente
ya está harta de descripciones racionales o de categorías académicas o pseudo
intelectuales que acotan la realidad a cápsulas y que llevan siempre una
intencionalidad, el sesgo de la especialidad del analista o la política
editorial del medio.
Por eso, quiero aportar, humildemente lo que siento detrás
de todos los hechos, de miles de situaciones dramáticas que han sacado lo mejor
y peor de las personas y nos reflejan como una sociedad enferma de brutalidad
policial y vandálica, de resentimiento, de rebeldía frente a la opresión, de bronca
acumulada, de codicia y soberbia, de sueños y esperanzas.
Los vándalos son una masa informe que es fruto de la
sociedad desigual, cruel e indolente que hemos construido. Recuerdo que en los
noventa escribí un ensayo sobre la responsabilidad de mi generación en la formación
de los hijos, personas nacidas la gran mayoría en los 80 y que crecieron en el
seno de parejas que, en medio de la sociedad de consumo, comenzaron a correr por
separado sus propias carreras, dedicando su mayor esfuerzo a ese “desarrollo
personal”. Ser candil de la calle y oscuridad de tu casa, pareció ser el mejor
refrán para describir lo que se vivió en los noventa, en medio del espejismo del
confort material, el consumismo, la desmovilización social y un arribismo
creciente, que impulsaba a las personas a una competencia despiadada, donde
llegar, pertenecer, tener éxito, era sinónimo de tenencia de bienes.
En ese clima, es verdad que en lo material Chile prosperó,
pero el costo fue elevadísimo y se plasmó en disoluciones matrimoniales, debilidad
en los afectos, despreocupación por los hijos, volatilidad de las relaciones
amorosas, hedonismo, formación de guetos con distintas motivaciones, video
juegos, hobbies; y un “presentismo” que es la idea obsesiva de vivir el aquí y
ahora, queriendo todo para ahora, sin propósitos de largo plazo. Estas
tendencias provocaron en los chilenos un alejamiento de los colectivos, de los
colegios profesionales, de los sindicatos o de los gremios. En el plano de
familia, significó el sacrificio de la conjunción de pareja, el clásico ser el
uno para el otro, el pensar en nosotros, por la prioridad del yo como una
constante, en una dinámica que formó seres individualistas, descreídos de todo,
encarnando en su vida escolar, familiar, de barrio o de trabajo, un sentimiento
de competencia salvaje. El sentido de familia se alejó del matrimonio heterosexual
e incorporó conceptos abiertos, como la unión de vida en pareja. Este cambio
cultural significó que en el debate político se incorporaran las demandas de las
minorías homosexuales y el feminismo, dándole al modelo un estilo más liberal
en estas materias que se llamaron valóricas, pero sin tocar lo estructural de
ninguna manera.
La globalización trocó el antiguo materialismo dialéctico de
los viejos revolucionarios por el materialismo neoliberal que procuraba el
éxito mediante el win-less -ganador-perdedor -, que se caricaturizó en la
expresión “y éste a quién le ganó”, lo que evidenciaba una actitud de vida
depredadora de los semejantes; premiando la audacia, la lucha constante, donde
la colaboración o la asociatividad era para los débiles, para aquellos que no
se la podían solos. Cundió un arribismo irracional por incorporarse al club de
los pudientes, copiar estilos de vida ajenos, olvidarse de formar a los hijos
como personas, transfiriendo a la educación pagada el trabajo formativo,
obviamente sin lograrlo, porque lo que no se entrega en el hogar no se compra
en el mercado. Demás está decir que la globalización y la tecnología disponible
fue generando brechas cognitivas en la sociedad, los que lograban estar en lo
global y los marginados que miraban la fiesta del consumo desde fuera. Se fue,
así, acrecentando la diferencia, la desigualdad en la cuna, la educación pre-básica,
hasta la educación superior, el acceso a empleos de más o menos categoría.
Huelga decir lo tantas veces dicho, respecto a la responsabilidad política de
quienes se sumaron al modelo y profitaron de él, porque lo que interesa es cómo
cambió el chileno medio, en sus expectativas y prioridades; también es ocioso
indicar que las instituciones que pudieron brindar soporte espiritual, como la
Iglesia, fueron alejándose de las comunidades, corrompidas en sus propios
vicios, la pederastia, la codicia y el afán de lucro, que distorsionó su misión
social. La orfandad de la generación de los noventa frente a los desvalores que
enmarcaban su entorno, ha llevado a la generación milenial, los hijos debutantes
de un siglo XXI, jóvenes maltratados o malcriados sin límites, exigiendo
siempre, sin respetar a sus padres por haber sido ausentes o complacientes. Una
generación que está en la calle y que refleja todas la variables formativas y
sociales vividas en los últimos veinte años. Creo que asumir la forma cruel
como el sistema ha impactado en el plano emocional en Chile significa lograr
empatía para entender lo que ocurre detrás del desquicio destructivo de turbas
juveniles, cuánto hay de maldad dirigida en ello y cuánta responsabilidad
nacional al ver el producto de omisiones, de dejar que la droga se tomara los
barrios, al no haber sido capaces de exigirle a nuestros políticos actuar en
función del bien común. Responsabilidad también para todos los que compraron la
abstención electoral, se marginaron y dejaron hacer a un grupúsculo que maneja
Chile, desde la política y la economía. Reconozcamos en las turbas, niños
abusados de SENAME a los cuales nunca se abrió una ventana para un trato
afectivo y han sido víctimas de una crueldad sistemática, que ha sido constante
durante los 30 años de pseudo democracia.
La explosión social que hemos vivido en estas dos últimas
semanas, tiene el antecedente de las movilizaciones de secundarios del 2005, de
las protestas universitarias del 2011 y ahora estallan el 2019, a partir de la
protesta valiente de secundarios conscientes que, en forma audaz saltaron los
torniquetes y llamaron a evadir el pasaje del Metro, por un alza de tarifas de
30 pesos; fue la gota que rebasó el vaso, como una represa que se ha roto
arrasando todo a su paso. Pero las fisuras que anunciaban esta convulsión
estuvieron visibilizadas en esas etapas mencionadas y la respuesta del sistema,
con responsabilidad de toda la clase política y los grupos empresariales, fue
dilatar, hacer cosmética, dividir para reinar, sin que jamás se tocara los
pilares absolutistas del neoliberalismo: el sistema previsional que le da
oxígeno financiero a los grupos económicos; la banca y el retail concentrando
poder con tasas de usura; el Estado Subsidiario, mutilado y con camisa de
fuerza para poder regular el mercado o fiscalizar; la mercantilización de todas
las necesidades básicas; la profundización de
un modelo extractivo, descontrolado y exfoliador de nuestros recursos
forestales, mineros, pesqueros; son todos elementos archi conocidos y ahora
estamos en una crisis terminal del modelo, tal como fuera concebido y
administrado. Cuando recién partía la movilización irrumpió la violencia, de
origen desconocido que se investiga, que incendió en forma simultánea más 30
estaciones del Metro y el centro de Valparaíso, en un accionar delictual que no
corresponde, por sentido común, a una acción de adolescentes sino de avezados delincuentes,
cuestión que talvez algún día se logre conocer.
El descreimiento frente a la institucionalidad es el efecto
de 30 años de abuso, mentiras y manipulación mediática. Eso es lo que se vino
abajo con la ira de los chilenos hastiados. La estafa gatopardista todos los
gobiernos desde los 90, ha tocado fondo,
pero está en la sociedad civil, en la asamblea de la civilidad, unión social o
fuerza social, el deber de conducir las negociaciones con los poderes del
Estado, para que no se llegue a otro gobierno de facto, sino que se profundice
una democracia real, gestada desde la base social por primera vez.
Repito, el modelo está tocando fondo, respecto a Salud,
Educación, endeudamiento de los trabajadores, precariedad laboral y, en medio
de esta explosión de ira y el terror asociado
con que se quiere extorsionar a la gran mayoría, es urgente y necesario mantener
el protagonismo de la unión social, colocando el objetivo que une como
prioridad: generar una nueva constitución, pero, paralelamente, exigir a los poderes del Estado medidas
profundas que signifiquen hacer tributar al 1% dueño de este país, eliminando los
pilares de capitalismo salvaje y concentrador, yendo a un sistema de reparto en lo
previsional, tal como lo han tenido las fuerzas de la Defensa, caminando razonablemente
a una economía mixta en la que sea el Estado el factor que dirija un desarrollo
económico a escala humana y sustentable, con concurrencia del sector
empresarial, pero sin abusos , privilegios ni corrupción a las instituciones
del Estado.
Aislemos como nación a ese sector tenebroso que se ha
infiltrado en las marchas ciudadanas y que sirve para justificar la represión
al movimiento social y criminalizarlo. Quedémonos con las frases que salieron
del corazón de multitudes y también de la rabia acumulada, pero démosle un
sentido de unidad porque estamos haciendo historia y el planeta lo siente:
“Chile Despertó”, “Los sueños son a prueba de balas, venceremos”, “No estamos
en guerra”, “No somos enemigos”.