"Literatura escrita por mujeres" la escritora Zelda Fitzgerald

9 de marzo de 1948,

 

.

Scott, estoy encerrada en este cuarto y en mis sentimientos. Hay una ventana, la cálida luz del cielo en Asheville choca contra la madera del piso, es mi pedacito de libertad, mi único refugio. Aquí el espacio es reducido, la cama incómoda y el resto de los muebles, destartalados. No me agrada esta habitación, no me agrada este lugar, ni esta vida; pero conoces de sobra mi condición, entro y salgo del hospital porque de lo contrario sufro alucinaciones, he llegado a charlar con Alejandro Magno y Cleopatra; a veces tengo ideas delirantes, me imagino que vienes conmigo y viajamos juntos a París, otras más sólo me golpea una tristeza tremenda y permanezco así durante días. Debes saber que te echo de menos, Scott. Es raro cómo las cosas adquieren un carácter nostálgico con el tiempo, incluso los malos momentos. Me gustaba tu tristeza, espero habértelo dicho alguna vez, es que me parecía tierna; no lamento nuestras discusiones porque ahora siento que nos mantenían unidos, al final de cada una, trataba de besarte y hacerte olvidar. 

(Carta de Zelda a su esposo)

“Literatura escrita por mujeres” por Mariángeles Salas.

Zelda Fitzgerald (apellido de soltera Sayre; Montgomery, Alabama; 24 de julio de 1900-Asheville, Carolina del Norte; 10 de marzo de 1948) fue una novelista, bailarina y celebridad estadounidense, esposa del escritor F. Scott Fitzgerald.

La familia descendía de los primeros colonizadores de Long Island, que se habían mudado a Alabama antes de la Guerra Civil. Para la época del nacimiento de Zelda, los Sayre eran una familia destacada del sur. Su tío abuelo, John Tyler Morgan, formó parte del Senado de los Estados Unidos durante seis legislaturas; su abuelo paterno editaba un periódico en Montgomery; y su abuela materna era Willis Benson Machen, que fungió durante un breve período como senadora de Kentucky.

De niña, Zelda era extremadamente activa. Bailaba, tomaba clases de ballet y disfrutaba de las actividades en el exterior. En 1914, comenzó a asistir a la escuela preparatoria Sidney Lanier. Era brillante pero no le interesaban mucho sus lecciones. Su gusto por el ballet continuó hasta la preparatoria, en donde tenía una vida social muy activa. Bebía, fumaba y pasaba gran parte de su tiempo con muchachos, convirtiéndose en líder de la vida social juvenil.

Zelda fue una de las primeras flappers de los locos años 20 en los Estados Unidos. Estas mujeres encabezaron toda una revolución al adoptar nuevos estilos estéticos y nuevas formas de vida.

Descartaron los corsés, se cortaron el pelo y acortaron también las faldas. Fumaban y bebían en público, asistían a salas de jazz y conducían sus propios vehículos. Fue una época muy significativa para las mujeres que empezaban a reclamar roles diferentes en la sociedad.

Fue una generación de mujeres que aspiraban a desarrollar sus propias carreras profesionales y tenían inquietudes más allá de formar una familia y seguir los roles más tradicionalmente femeninos. Zelda Fitzgerald fue un referente de aquellos tiempos y su vida es el reflejo de lo que estas mujeres perseguían. También es un ejemplo de las consecuencias de intentarlo en una sociedad que probablemente era solo tolerante con las apariencias.

​Desarrolló una necesidad de llamar la atención y desobedecer de manera ostensible las reglas, ya fuera bailando el Charlestón o usando trajes de baño ajustados y de color carne, para sembrar el rumor de que nadaba desnuda. La reputación de su padre le servía como una especie de red de seguridad, previniendo su ruina social. Sin embargo, en aquella época se esperaba que las mujeres del sur de Estados Unidos fueran delicadas, dóciles y complacientes.

En 1918, a los 18 años de edad, conoció al que sería el amor de su vida, una joven promesa de las letras, vividor y bebedor importante,  que al final se convirtió en su carcelero. Un joven cuya única ambición era ser famoso. Se llamaba F.Scott Fitzgerald y tenía 22 años.

Este joven se convertiría en uno de los escritores más afamados de los Estados Unidos: Francis Scott Fitzgerald. Scott estaba entonces escribiendo su primera novela, cuyo personaje principal estaba inspirado en Zelda. Cuando se publica se convierte en un éxito arrollador y es cuando Zelda viaja a Nueva York para casarse con él.

Se instalan allí donde Francis era ya una celebridad y ella no tardó en convertirse en otra. Fiestas, bebida, jazz, charlestón...No había un lugar donde los jóvenes Fitzgerald no fueran recibidos. Eran guapos, con dinero y ganas de gastarlo. Francis inició la escritura de su nuevo libro Hermosos y Malditos y, al poco tiempo, Zelda descubrió que estaba embarazada.

En 1921 nació su hija «Scottie». El escritor prestó demasiada atención  a lo que su mujer decía mientras se recuperaba de la anestesia y empleó este material en su libro El Gran Gastby, atribuyendo ciertas frases al personaje de Daisy que desea que su hija sea hermosa y tontita. El nacimiento de la niña no los detuvo, continuaron viviendo la vida al límite. Contrataron niñeras, cocineros y todo lo que hizo falta. Hermosos y Malditos estaba a punto de salir a la calle y también sería un éxito.

El nivel de fiestas y vida que llevaban los fue empobreciendo y el escritor sufrió una grave depresión. Pensaron que Europa les ayudaría a recomponerse y se mudaron a París confiando en recomponer su relación. No fue así. De la capital francesa pasaron a la Costa Azul y allí Zelda se enamoró de un piloto francés, Edouard Jozan, hasta el punto que después de seis semanas de relación le pidió el divorcio a su marido. Scott en vez de concedérselo, la encerró en casa hasta que desistió de su petición.

Retomaron su vida en común, él apoyándose en el alcohol y ella en las pastillas para dormir. Se cuenta que Zelda tomó una sobredosis en un intento frustrado de suicidio, su estabilidad mental se resentía notablemente. En 1925 Scott conoció a Ernest Hemingway y se hicieron grandes amigos, pero Zelda no lo soportaba. Fue una fobia a primera vista. Pensaba que él era un machista, que empleaba una personalidad dominante como una pose y lo acusó de ser homosexual y de tener una relación con su marido. Hemingway dejo claro que pensaba que estaba loca. Tampoco Scott ayudaba a que se llevaran bien, pues cada vez que podía recordaba la historia de amor de su mujer y el militar francés para martirizarla. Las discusiones estaban al orden del día.

Zelda Fitzgerald recibió algunas ofertas para escribir sus propios libros y artículos. Ella escribía relatos autobiográficos, pero los editores empezaron a rechazarlos porque les parecían plagios del trabajo de su marido. Su marido no veía con buenos ojos que su esposa empezará a convertirse en algo más que su musa y no consentía bajo ningún concepto que Zelda usase sus propias vivencias para escribir porque eran la fuente de inspiración de Scott. Esto fue motivo de numerosas y violentas discusiones. Para entonces Scott se había convertido ya en un alcohólico, sus infidelidades estaban a la orden del día y gastaba más de lo que ganaba.

Pero Zelda no había nacido para ser la simple esposa de un escritor famoso. El papel de mujer florero no era lo suyo y tal como lo dejó ver en una entrevista para un recopilatorio de “Recetas favoritas de las mujeres famosas”, el  mundo del hogar no le interesaba en lo más mínimo. Pero su marido Scott no estaba de acuerdo con la parte artística de su mujer; de hecho, cuando ella finalizó su primera novela, él le prohibió que siguiera escribiendo, pues la consideraba una simple amateur que nunca podría superar al genio de su figura.

El carácter de Zelda se vuelve errático. Scott no pierde oportunidad de ridiculizarla públicamente y de hacerle la vida imposible. Sienta a sus amantes a la mesa con su mujer y su hija, y su extraña y muy especial amistad con Ernest Hemingway hace las cosas aún más difíciles.

Tras su fracaso como bailarina, Zelda cae en una depresión. Consigue publicar su libro Save me the waltz (Resérvame el vals) y esto enfurece a Scott.

La acusa de haber usado material biográfico de Zelda que él tenía reservado para su propio libro. Nada más publicarse el libro, Scott encierra a Zelda en una carísima institución mental donde es diagnosticada con esquizofrenia y donde se la trata en numerosas ocasiones con la novedosa técnica del electroshock. Zelda no volvió a recuperar jamás su vida. Scott se niega durante años a que su esposa reciba el alta médica.

Fitzgerald la sumió en la indiferencia: acusó a las obras escritas por su mujer de ser plagios, describió sus coqueteos con el ballet como pasos ridículos y sus pinturas como mediocres. En 1928, el sistema nervioso de Zelda colapsó, vivía sumergida en un frenético ritmo de ensayos de 10 horas, clases de pintura y la convivencia con un marido misógino no ayudaba demasiado.

En 1929 fue ingresada en un hospital psiquiátrico con el objetivo de recibir una terapia que la reeducara para que se convirtiera en la esposa ideal. Entre las paredes del sanatorio escribió de manera ininterrumpida para reivindicar la necesidad de que la mujer pudiera trabajar fuera de casa y así ser independiente.

En 1943, ingresó de nuevo en el Hospital Higland y como en otras ocasiones no dejó de escribir. Sin embargo, el 10 de marzo de 1948 un incendio comenzó en la cocina del centro y ella, encerrada en un cuarto mientras esperaba su terapia de electrochoques, murió junto a otras nueve mujeres, la última Belleza del Sur.

Muchos médicos y biógrafos defienden que Zelda no padeció esquizofrenia. Algunos hablan de trastorno bipolar, otros de personalidad límite. Lo cierto es que la vida que Zelda llevaba junto a su marido, alcohólico y mujeriego, las presiones constantes como celebridades y la incapacidad profesional a la que Scott la abocó eran motivos suficientes para poner a cualquiera en una verdadera montaña rusa emocional.

La obra de Zelda se ha ido apagando y olvidando con el tiempo. Sus cuentos, su novela Save me the waltz, o Resérvame este baile, sus artículos, su obra de teatro, sus pinturas tienen momentos brillantes, pero no han pasado el examen del tiempo (su personaje sí).

Sin embargo RBA reeditó un libro que reúne cuentos de ambos, Pizcas de paraíso. Algunos aparecieron firmados por Scott, aunque en realidad son obra de Zelda o de los dos.

Los  Fitzgerald eran  figuras fantasmales que surgían de una era que había desaparecido, pero su impacto en la imaginación de Estados Unidos se ha mantenido", escribe Nancy Milford en Zelda. A biography, publicada por primera vez en 1970 y que, además de convertirse en un best seller y de ser finalista del Pulitzer, rescató la figura de Zelda de la larga sombra de Scott.

Hasta 1975, los Fitzgerald, no serían enterrados en la misma tumba, en Rockville (Maryland), por expreso deseo de su única hija.  Su epitafio es el final de El gran Gatsby: Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado.

UNETE



Compartir
Tu nombre:

E-mail amigo:
Enviar
PDF

  • linkedin facebook twitter
  • ©reeditor.com
  • Todos los derechos reservados
  • Avisos Legales