Dos jóvenes humildes trabajan en condiciones
infrahumanas: encerrados en un contenedor de sol a sol, adulterando bombillas
de luz eléctricas y ni siquiera pueden ir al baño porque deben hacer sus
necesidades en unos recipientes infectos de plásticos que sus empleadores les
dejan. Un día, la galería en donde trabajan se incendia y nadie se acuerda de
ellos. La televisión muestra las imágenes de unas manos desesperadas que piden
auxilio por los resquicios del contenedor. Mueren carbonizados y son noticia un
par de días. Presentadores con rostros compungidos que se enfrascan en inútiles
discusiones con abogados intrascendentes sobre leyes laborales y otras
estupideces. Mientras tanto, las madres y abuelas de estos chicos lloran su
impotencia, mastican el dolor de haber perdido a dos muchachos alegres,
trabajadores, llenos de vida y sueños que, en este país, no valen nada si no
tienes nada.
Cientos de jóvenes se divierten, un sábado en la
noche, en la discoteca de “moda”. Un show bizarro se sale de control y el lugar
arde en llamas. Presas del pánico, los asistentes, huyen, tratan de salvarse.
No todos lo logran y mueren carbonizados cerca de treinta jóvenes. La prensa,
los medios toman el caso por meses y años. Van presos los que menos
merecen-simples empleados- y los dueños, millonarios de rostros rosados,
escapan, se ríen. Los padres buscan justicia, tienen dinero, poder, contacto,
apellidos; motivos de sobra para que no los olviden, para que hablen de
ellos-incluso en el cine-.Son muertos de lujo.
Un joven fanático viene del estadio y ha visto a su
equipo. Regresa a su casa, camina en su barrio y una pandilla rival-equipo
contrario-lo intercepta. Discuten, pelean y el joven fanático acaba con un
cuchillo en el pecho y una bala en la panza. Los medios, la prensa minimizan
el hecho que merece una nota de dos, tres minutos o una columna de dos o tres
párrafos. Pasan los días y no pasa nada.
Nadie se acuerda del joven fanático. Total, vive en los conos.
Un joven fanático-de buena familia y con estudios-
está en el estadio viendo el partido de su equipo de fútbol. Pelea de barras y
dos desgraciados del equipo rival lo lanzan de la tribuna dándole horrible
muerte. La prensa, los medios toman el caso. El padre no cesa de buscar
justicia. Todos comentan, condenan, lamentan el futuro perdido de un joven
“brillante”… de La Molina.
Una muchacha soporta violencia, insultos, maltratos de
un padre borracho. Esta la veja, abusa, la viola. Ella busca a la autoridad y
recibe silencios, insultos, reproches-“¡Qué harías tú, pues!-. El padre
borracho la viola otra vez, abusa, maldice. Ella no aguanta y se quita la vida.
Nadie se entera su muerte no existe. Su madre la llora, también se lamenta
porque pudo hacer más. El caso se olvida, ella no importa. Total, vive tan
lejos…
Una muchacha de buena familia denuncia violencia en
fiesta nocturna. El sexo, las drogas, descontrol y dinero hacen su mezcla y
esto resulta. La prensa, los medios toman el caso e inundan portadas, revistas,
pantallas. La gente se indigna, censura, comenta, condena. Las chicas de pelos
pintados y axilas pobladas anuncian marchas, conciertos, protestas. La justicia
funciona en modo veloz si estas en la cima, si eres bonita o si estas en la
tele.
Tristes los tiempos y triste el país en el que el
valor de la persona lo determina no el fondo sino la forma; no el hecho sino el
rostro; no el crimen sino el poder; no el delito sino el dinero. Tristes los
tiempos en que esto sucede y triste el país que esto permite.