Cuando nos referimos al termino cultura, éste puede tener una gran diversidad
de acepciones, las mismas que fueron dándose a través del tiempo, desde que se
acuño la palabra por primera vez en la Roma de Cicerón hasta nuestros días, en
que podemos definirla aceptablemente como el conjunto de conocimientos, ideas,
tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a
una época, etc.
También podemos acercarla más al punto de vista de las ciencias
sociales como un conjunto de ideas, comportamientos, símbolos y prácticas
sociales, aprendidos de generación en generación a través de la vida en
sociedad. Sería el patrimonio
social de la humanidad o, específicamente, una variante
particular del patrimonio
social.
Así y sin entrar en más disquisiciones y particularidades sobre
el termino cultura, este artículo trata sobre un aspecto que a todas luces
resulta ser fundamental, cual es incluir en la cultura de un pueblo, de una
nación, los conocimientos y conceptos propios de la Gestión del Riesgo de
Desastres, de tal manera que, hecho el esfuerzo, logremos que esta importante
temática sea parte de la practica social y como tal, termine siendo parte de
ese patrimonio cultural, que en definitiva caracteriza y marca diferencias
entre las sociedades, haciéndolas más resilientes, más seguras, más inclusivas.
¿Alguien podría dudar de que gestionar los riesgos de desastres
es realmente importante para una sociedad?
Me atrevería a aseverar que la sola mención a los riesgos y
desastres asociados al concepto mismo de cada uno de ellos, son suficientes
para poner en perspectiva esta temática, que cada vez cobra más vigencia, ya
que como casi todos sabemos, enfrentamos un desequilibrio planetario que nos
esta conduciendo a cambios significativos, cuyas consecuencias podemos imaginar pero no precisar, pues es probable
que la realidad supere nuestras expectativas, mayormente recubiertas de
esperanza, y debamos, nosotros y/o las siguientes generaciones enfrentar
problemas globales sumamente graves, que expondrán a la humanidad a grandes
riesgos con sus consecuencias derivadas
que se convertirán en desafíos locales, regionales, mundiales, obligando por
tanto a tomar decisiones de la misma magnitud.
Entrando un poco más en el tema de la Gestión del Riesgo de
Desastres (GRD), este tiene dos componentes fundamentales que lo sustentan, por
un lado, la prevención y reducción o mitigación de los riesgos y por otro la
reacción ante los desastres que surgen de la materialización de los riesgos.
Trataremos en primer lugar lo concerniente a la prevención y la reducción
de riesgos, que, en términos más elaborados, se le conoce correspondientemente
como la Gestión Prospectiva y la Gestión Correctiva de Riesgos de Desastres.
La gestión prospectiva (prevención), cuyo concepto de futuro
proviene de su definición como ciencia que se
dedica al estudio de las causas técnicas, científicas, económicas y sociales
que aceleran la evolución del mundo moderno, y la previsión de las situaciones
que podrían derivarse de sus influencias conjugadas, se
refiere a todas aquellas medidas, estructurales y no estructurales que se
implementan para evitar el riesgo de desastre, fundamentado en el conocimiento
científico, por ejemplo, del territorio, de la dinámica de los fenómenos
naturales que nos amenazan, de los peligros generados por el propio ser humano
(antrópicas), entre otros aspectos. La prevención busca, por ejemplo, evitar
que las personas se asienten en lugares peligrosos, como quebradas que pueden
activarse en épocas de lluvias intensas, en terrenos no consolidados geológicamente,
en las fajas marginales de los ríos, en zonas cercanas a volcanes o fallas
geológicas, entre otros casos, que como vemos, requieren del conocimiento
científico para determinar las zonas o lugares donde no se debe permitir que
las personas vivan.
Luego tenemos la gestión correctiva, entendida como la reducción
o mitigación de los riesgos existentes, para hacerlos, de ser posible,
aceptables a través de medidas estructurales y no estructurales y para lo cual
se requiere una vez mas apelar al conocimiento científico, sin el cual las
decisiones y acciones pueden resultar casi siempre insuficientes o incompletas.
Hemos llegado al punto, donde con cierta precisión hemos
definidos dos procesos fundamentales y diría yo, virtuosos, de la Gestión del
Riesgo de Desastres, pues éstos buscan evitar o reducir los riesgos y con ello
la ocurrencia de desastres. Para tener una idea, de lo que significan estos
procesos cuantificadamente, se puede decir que un sol, peso, dólar o la moneda
que sea, invertida en prevención o reducción de riesgos de desastres, evitará
incurrir en gastos de atención o respuesta ante el desastre, entre 8 y 20 veces
más.
Hablamos con propiedad cuando mencionamos inversión en
prevención/reducción de riesgos y de gasto en la respuesta o atención del
desastre.
Como se sabe desde el punto de vista de la economía, la
inversión se enfoca en generar capacidades nuevas, mientras que el gasto
termina siendo una perdida irrecuperable, y eso lo sabemos perfectamente cuando
vemos las consecuencias dramáticas de un desastre, durante y posteriormente,
donde ingentes cantidades de recursos se utilizan para tratar de volver a la
situación anterior del mismo.
Pero hay un factor, que no podemos medir económicamente o al
menos no deberíamos, y me refiero a preservar la vida e integridad de las
personas de una sociedad, y no hay mejor forma, sin lugar a dudas, que no
exponiéndolas o exponiéndolas lo menos posible, cuando no hay otra alternativa viable,
a los peligros o amenazas, y eso solo se logra con prevención y/o reducción de
los riesgos.
Ahora bien, es necesario comprender que los desastres siempre
van a ocurrir, por la propia dinámica del planeta en su conjunto y de los seres
humanos como sociedad, por tanto no podemos dejar de mencionar y relevar que la
gestión reactiva es sumamente importante y vital, pues sin ella no estaríamos en
capacidad de responder ante el desastre, para lo cual es necesario tener toda
una organización preparada para ello, con profesionales y fuerzas capacitadas y
disponibles en todo momento y lugar, con una logística compuesta por
materiales, alimentos, medicinas, agua, abrigo, cobijo, etc., así como medios
de movilización de todo tipo que
permitan llevar la ayuda en la forma más rápida, ordenada y efectiva posible, a
fin de paliar los efectos del desastre y dar esperanza fundamentada a los
afectados.
Lo importante entonces es tratar la gestión del riesgo de
desastres como un todo, como un sistema funcional, transversal e integrado, que
permita anticipadamente evitar o reducir los riesgos, así como actuar oportuna
y efectivamente cuando ocurren. Esta forma de ver y comprender la gestión del
riesgo de desastres, se plasmo en el caso del Perú, en la promulgación de la
Ley N° 29664 y su Reglamento, mediante los cuales se crea el Sistema Nacional
de Gestión del Riesgo de Desastres (SINAGERD), con dos entidades técnicas
normativas, el Instituto Nacional de Defensa Civil (INDECI) a cargo de los
procesos de la gestión reactiva o de respuesta, y como algo novedoso, el Centro
Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres
(CENEPRED) a cargo de los procesos de la
gestión prospectiva y correctiva que hemos mencionado anteriormente.
Hay un aspecto, que es insustituible y fundamental para la
gestión del riesgo de desastres, y es el compromiso de la sociedad en su
conjunto, fíjense que no mencionó específicamente a las autoridades
competentes, cuerpos médicos, fuerzas armadas, ministerios, etc.; ellos
seguramente van a actuar en cumplimiento de sus funciones y de su deber, menciono a la sociedad, integralmente, como
conjunto y en forma individual, pues cada ciudadano tiene la obligación y el
deber de participar en la gestión del riesgo de desastres, lo cual es recogido
expresamente en la Ley y Reglamento antes mencionado, como en otros documentos
relacionados, y es que así como el desarrollo, la defensa, la seguridad y otros
conceptos eminentemente transversales no pueden darse sostenidamente sin la
participación integral de la sociedad, la gestión del riesgo de desastres
también requiere esta dimensión y dependiendo del grado de participación y
compromiso, se puede establecer en igual forma el nivel de resiliencia ante los
desastres.
¿Pero existe una cultura sobre la gestión del riesgo de
desastres que nos permita afirmar sin dudas que contamos con un patrimonio
social donde la prevención, mitigación y respuesta sean parte de nuestras
preocupaciones diarias, de nuestras motivaciones para actuar consecuentemente?
Creo y fundamento mi respuesta en una serie de encuestas
realizadas, que la cultura generada es incipiente y no claramente diferenciada
con otros conceptos fundamentales como lo relacionado a temas ambientales,
mediática y mundialmente mas difundidos y tratados.
Por tanto, la necesidad de generar una cultura nacional sobre la
participación social, sin distingo alguno, en el Sistema Nacional de Gestión
del Riesgo de Desastres, se convierte en una necesidad impostergable, que debe
ser atendida desde varios frentes, con especial mención del sistema educativo,
cuyo valor para generar cambios culturales generacionales es ampliamente
reconocido.
La forma de hacerlo, es incluir esta temática, debidamente
tratada, a través de los diversos
instrumentos que utiliza la educación para lograr sus propósitos, como el
currículo nacional, los libros de enseñanza, seminarios, campañas de
sensibilización y difusión etc.
Concentrándonos
en el currículo nacional, que es el instrumento oficial del Estado, que de
mejor forma puede lograr un cambio cultural como el esperado, ya que este
documento:
·
Muestra
la visión de la educación que queremos para nuestros estudiantes. En ese
sentido, contiene los aprendizajes y las orientaciones para su formación, con
la finalidad de que los estudiantes se desenvuelvan en su vida presente y
futura.
·
Es
una de las columnas básicas de la educación, pues es clave para indicar hacia
qué aprendizajes deben orientarse los esfuerzos del Estado y de los diversos
actores de la comunidad educativa.
·
Debe
cumplir una función pedagógica que acompañe al docente en su labor cotidiana.
Bajo esta premisa y
conociendo el gran valor del currículo nacional, es necesario incluir en él
aquellos aspectos relevantes de la Gestión del Riesgo de Desastres, por niveles
educativos, es decir, desde los inicios de la educación para que los niños
primero y los jóvenes después, comprendan e interioricen todo lo relacionado
con la Gestión del Riesgo de Desastres, la importancia de su participación como
individuos para hacer mas resiliente a la sociedad donde viven, para que la
mayor de las veces y en todo tipo de actividad que emprendan, tengan una mirada
preventiva para evitar riesgos o sean capaces de adoptar las medidas de mitigación que los
reduzcan y cuando ocurran circunstancias que deriven en desastres, puedan
actuar consecuentemente, promoviendo en primer la autoayuda y luego la ayuda
hacia los demás.
Hay sociedades donde
existe una solida cultura de gestión del riesgo de desastres y ese hecho, que a
muchos podría parecerle lejano y no tan importante, relativizándolo, marca la
diferencia entre la capacidad de subsistencia de esa sociedad y aquellas otras
más expuestas que deben sufrir las consecuencias de un desastre de manera más directa
y dramática.
La activa e
insustituible participación del sector educación en la formación de la cultura
nacional relacionada a la gestión del riesgo de desastres ha sido amplia y
claramente recogida en la Ley del SINAGERD y su Reglamento así como en el Plan
Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (PLANAGERD), asignándole a tan
importante sector tareas especificas al respecto, solo falta que se cumplan a
cabalidad, para poder generar en serio, una verdadera cultura nacional en esta
importante temática, que se traducirá, sin lugar a dudas, en la construcción de
una sociedad más segura, más inclusiva, en definitiva en una sociedad
resiliente, entendida y comprendida esta como la suma de la resiliencia de cada
uno de sus individuos, ya que ésta constituye una competencia personal imprescindible para afrontar con éxito las
situaciones y experiencias dolorosas y problemáticas, al integrar procesos
cognitivos, afectivos, relacionales y conductuales que hacen posible el
desarrollo con éxito de actuaciones de prevención y de intervención ante las
situaciones de riesgo y las consecuencias que éstos puedan tener.
Ahora si bien, hemos
abordado la inclusión en el currículo escolar, la Universidad no puede estar
ajena a este propósito cultural, donde se deben reforzar los conocimientos
adquiridos en la escuela, propiciar la participación a manera de voluntariado, en
procesos de prevención, reducción y de respuesta ante desastres, así como la investigación científica en esta temática
que abarca el campo de muchas de las profesiones que hoy se ejercen, entre
otras formas de participación activa y competente.
¿Cultura en gestión de
riesgos de desastres?
Por supuesto, es
urgentemente necesario e imprescindible, para pasar de ser un país que hace
esfuerzos, muchas veces aislados y desarticulados, a uno que se precie de haber
logrado incluir en su patrimonio social algo tan importante como la actitud de
prevención, de reducción de riesgos y de preparación constante para afrontar los desastres, ello con
seguridad hará la diferencia entre un país resiliente con futuro y otro cuyo futuro dependerá de la ocurrencia o
no de los desastres, que como hemos mencionado siempre ocurrirán.