. No, no se debe a que la novela sea extremadamente compleja —aunque tampoco hablamos, por supuesto, de una obra trivial— o a su alto contenido histórico, sino porque lo hice con tan solo trece años. Dicho esto, la pregunta natural que surge es: ¿qué diantres hace un muchacho recién salido de la pubertad leyendo una obra tan madura y con cierto contenido filosófico? En realidad, el mérito de la respuesta a esta pregunta se lo debemos a un diseñador informático llamado Paco Menéndez (1965-1999) y a la vieja empresa Ópera Soft.
Corría el año 1988 cuando, estando yo en casa de unos amigos, descubrí en su fabuloso ordenador personal de 8 bits —aquel magnífico Amstrad CPC 464, a cassette, con pantalla monocromo verde— un videojuego extraordinario: “La Abadía del Crimen”. Fue tal el poder de absorción que aquel juego ejerció sobre mí, que no tardé en comenzar a indagar acerca de quién estaba detrás de todo aquel magnífico mundo —y no, por entonces no teníamos internet ni nada por el estilo; todo se basaba en ir a la biblioteca a rascar información en libros y revistas, y en realizar las llamadas telefónicas adecuadas—. Al fin, resultó que el auténtico creador de toda aquella vorágine era un tipo italiano llamado Umberto Eco.
Resulta que los programadores del equipo de Ópera, encabezados por el bueno de Paco, recibieron calabazas por parte del autor cuando le hablaron de la adaptación a un videojuego de la que hasta hoy ha sido su más conocida novela… ¡Hay que estar loco! ¿A quién se le ocurre, allá por el año 1986, hablarle de adaptación a un videojuego de una de sus novelas a un escritor como Eco? —¡Cómo han cambiado los tiempos, eh!—. Pese a este revés, los muchachos de Óperadecidieron continuar con su trabajo, camuflándolo bajo el nombre de “La Abadía del Crimen”… ¡Demos gracias! Pues bien… Ese fue el fundamental motivo por el cual me dediqué a leer esta obra… Y aunque recuerdo que me costó al principio, también sé que logré saborearla tanto como mis capacidades intelectuales de la época me lo permitieron.Pero hablemos algo de este libro… ¿Qué esconde entre sus páginas? En primer lugar, debemos decir que Umberto Eco estuvo familiarizándose con el ambiente medievo que abarcará toda la obra durante cerca de un año, leyendo, dibujando laberintos —dando lugar a una fantástica descripción de la biblioteca en la novela—, realizando diagramas… Así, se dedicó a buscar su propia voz, pues, como siempre dijo, sus novelas comienzan con una imagen en su mente… Y aquella aparición de un monje benedictino leyendo fue la responsable de que el autor gestara El Nombre de la Rosa. La novela no deja de ser una obra de misterio histórico, enmarcada en el norte de la Italia de principios del S.XIV, dentro de una abadía benedictina, y bajo el papado de Juan XXII. Su mérito, bajo mi punto de vista, entre otras muchas, muchísimas cosas, es que está realizada con un mimo y un cariño que la colocan, sin duda alguna, entre una de las mejores de su género. Pero entremos de lleno en la trama. Como trasfondo, un monje franciscano, de nombre Guillermo de Barkerville, maestro de nuestro protagonista, el joven Adso de Melk —supuestamente aquel que escribió la obra, y que permitió de este modo a nuestro querido Umberto dar inicio a la novela—, debe organizar una reunión entre los delegados del papa y los líderes de la orden franciscana para debatir acerca de la posible herejía existente en la doctrina de la pobreza de los apóstoles de Jesús, la cual es promovida y apoyada por la orden franciscana. Lo que ninguno sabe es que esta reunión va a verse amenazada a causa de unos siniestros asesinatos que se acometerán entre los muros de la abadía, en los que muchos monjes supersticiosos verán las señas del pasaje del Apocalipsis. La figura de Guillermo de Baskerville está basada en el personaje histórico Guillermo de Ockham, un pensador franciscano nominalista, de filosofía empirista y científica, que resume parte de la consolidación de sus pensamientos en lo que se ha conocido como “La navaja de Ockham”. Y precisamente esta manera de plantear la resolución de los enigmas que lo rodean es lo que revolucionará la trama principal y hará que no nos despeguemos de las páginas hasta el final.Pero bueno, aquí hemos venido a hablar de la adaptación cinematográfica, ¿no?Si hubo por aquel entonces una película que más veces vi empezar y que, sin embargo, tuve que dejar en el mismo punto —la tercera noche; la noche en la que el hermano Berengario de Arundel roba el libro del scriptorium (y no digo más, para no chafar la obra a todas aquellas personas que no la hayan disfrutado todavía); o, con mayor claridad, la noche en la que Adso se rinde a los placeres carnales con la muchacha plebeya que pulula por la abadía—, esa fue ‘El Nombre de la Rosa’. ¡Y doy gracias!, pues así pude disfrutar el libro desconociendo su final, o la variante de la adaptación cinematográfica… Por cierto, como inciso, ¿recordáis los dos rombos? ¡Je! Es la variante de antaño del ‘ding-dong con numerito’ actual… Chascarrillos aparte, la película se rodó en la réplica de un monasterio, alzada sobre una colina romana, convirtiéndola así en una de las más monumentales recreaciones del cine. Sin mentar el hecho de que la preproducción se alargó durante cerca de cinco años…Para interpretar a Guillermo de Baskerville, el director de la cinta, Jean-Jacques Annaud, tenía en mente al inmenso Robert DeNiro. Sin embargo, el italoamericano —gracias al cual, sin lugar a dudas, la taquilla se habría visto notoriamente engrosada— tenía sus propias ideas para el final de la cinta: un duelo de esgrima con Bernardo Gui (F. Murray Abraham). Evidentemente, Annaud le dijo que podía hacer sus maletas e irse con viento fresco (¡y menos mal!).Annaud, temiendo que el público relacionara demasiado a Sean Connery con su otro gran personaje hasta la fecha, James Bond, restando así solemnidad a la obra (y también por las presiones que el estudio estadounidense estuvo ejerciendo contra la selección de este, por considerar su carrera ya terminada), barajó otros nombres previamente; nombres como Michael Caine, Paul Newman, Jack Nicholson o incluso Marlon Brando. Lo realmente sorprendente es que ninguno de estos actorazos convenció a Annaud, y, para más inri, Connery lo enamoró cuando comenzó a leer el guión… ¡Bravo por Sean!, y adiós al estudio de los EEUU…Pero, al margen de decorados, de trama, de puesta en escena, de iluminación y de nombres de ilustres actores, estoy convencido de que no habéis pasado cierto detalle por alto… ¡Pues sí!, la película es una película de feos. De hecho, el propio director ordenó a los responsables de cásting que, para seleccionar a los personajes secundarios, estos debían ser feos, pero no solo feos, sino lo más feos posibles, y cuanto más, mejor.Pero ¿por qué quiso representar esa fealdad en la película? En primer lugar, porque pensó que así transmitiría mejor la miseria del medievo, a la par que incrementaría la lobreguez del film. Y, en segundo, porque la ambientación le recordaba a Darveil, pueblo natal del propio Annaud… Parece ser que sus paisanos no se lo tomaron demasiado bien, sobre todo cuando este no se mordió la lengua en el momento en el que, en una de sus visitas, le preguntaron al respecto —algo así como si en realidad los veía tan feos…—. ¡Genio y figura, este Annaud! Sin embargo, lo indiscreto no es la respuesta, sino la pregunta.En definitiva, nos encontramos ante una asombrosa adaptación de una magnífica novela, la cual logró grandes críticas en Europa, críticas que, por contra, no fueron tan buenas en EEUU, cabe decir.Personalmente, y sin lugar a dudas, Jean-Jacques Annaud logró transmitir en la obra un mensaje memorable: el enfrentamiento entre el abuso de la religión y el uso de la razón; y esto está encarnado a la perfección en la escena en la cual fray Guillermo, en el juicio inquisitorial contra Remigio da Varagine, falla como miembro del jurado. ¡Magistral!En definitiva, tanto la novela como la película son dos obras sobresalientes. Si alguna de ellas se os ha escapado, aprovechad un momento para devorarla (más aún si son las dos versiones). Si no, siempre es un buen momento para volver a disfrutarlas…