“…Aparentando
lo que no son, viviendo en un mundo de pura ilusión, diciendo a su hijo de 5
años no juegues con niños de color extraño, ahogados en deudas para mantener su
estatus social en boda o cóctel”
Rubén Blades.
Siembra, canción: Plástico. 1978
A veces la labor docente
pareciera estar abrazada en su contexto por deseos sublimes de una sociedad
ideal, donde se combatan las deficiencias y se alcancen los sueños de quienes
la habitan, una forma de imprimirle subjetividad a lo que hacemos en aula
cuando interactuamos con aquellos que escuchan atentos (as) en un pupitre.
Y es que, en los tiempos de hoy,
siempre sale a flote la situación crítica que nos caracteriza como pueblo, no
hay momento en una clase que no se exclame la realidad como un vaso de agua
fría en nuestras caras cuando revisamos la teoría y lo que “debe ser” en
contraste con lo que “realmente es”.
Esa lucha filosófica entre lo
ontológico y lo deontológico, define muchas veces de qué lado estamos en
momentos de definir posturas, aquella parte de la clase inevitable para los
paradigmáticos, a quienes le retumba en sus pensamientos que la educación
no es ni neutral ni ajena a su entorno.
Pero quiero dedicarme en esta
ocasión a insistir en el camino que se observa por el reflejo de la pizarra,
pocos son los autores que se detienen en el sublime instante que aprecia un
docente cuando en un aula de clases, ve el dibujo de un posible escenario a
futuro con sus participantes.
¿Por qué no hablamos de ello?
realmente existe esa premonición o se trata de una visión espontanea en la cual
se avizora lo más inmediato que le ocupa a cada cual o en particular a algunos de ellos, si no se tratase de un hecho
premonitorio, ¿cómo puede el docente experimentado deducir que sus alumnos
aprobaran el bachillerato, cuando apenas cursan el primer año? Abandonen toda
explicación pseudocientífica en la cual tratan de calificar tal afirmación como
un resultado de su experiencia, que su intento, sigue insistiendo en sustentar
el análisis deductivo con que han sido formados (as), una visión clásica y
conservadora. ¡A veces son visiones del camino marcado en la pizarra!
La función docente siempre tiende
a enmarcarse en un modelo teórico que sustente su accionar, teorías del
aprendizaje son guías en los procesos formativos, es una forma de educar con la
razón y con el predominio de un hemisferio del cerebro humano, esa es la educación
positivista que nos formo y sigue formando, pero el olfato que pueda tener un
docente en el futuro inmediato de sus estudiantes, es dejado en un segundo
plano por no ser una consecuencia del pensamiento lógico al que estamos acostumbrados, aquel que marca las
reglas y define las conductas de los educadores y educandos.
Necesario se hace entonces
recorrer a la historia y aferrarse a ésta cuando personajes como Miguel Ángel
aparecen como ilustraciones de nuestros discursos, no hacemos referencia a éste
importante hombre de ciencia, como un personaje de la razón, por el contrario,
nos referimos como el ejemplo de la pasión, de aquella que persiste, que sueña
y cree, aquella que dibuja la utopía de las cosas. ¿Podemos poner en
cuestionamiento los trabajos de Miguel Ángel por sus manifestaciones utópicas
de descubrir nuevos horizontes?
Hablamos de insistencia en las
cosas y pensamos en él, esa insistencia que queremos muchas veces que nuestros
alumnos desarrollen, cuando a lo lejos o quizás más cerca, se vea potencial en
ellos (as), esa solicitud se hace sin preferencia alguna, una distinción
característica del docente, eso es debido precisamente a lo que podamos
observar, no siempre se ve camino marcado, no siempre hay camino decía Serrat
en sus letras. Quizás este escenario, se divorcie de la hipótesis que marca el
camino en las investigaciones científicas, donde las cosas parten de la
hipótesis para explicarse o desmentirse luego.
El tenor de estas letras surge en
la reflexión misma de lo que hacemos en aula, sobretodo, en el hoy, tan
golpeado por la economía y sus conflictos con la política, aquel momento cuando
cuestionamos el alcance de lo que hacemos, no por definir si está bien o mal pedagógicamente
hablando, si no por preguntarnos insistentemente si vale la pena o atinamos en
lo que hacemos o inculcamos. ¿Será posible servir de ejemplo a los estudiantes
en la utopía de un futuro inmediato mejor a lo que viven hoy? O, ¿debemos
abandonar la utopía y sentarnos en una realidad que requiere que cambiemos incluso
hasta los patrones de conducta que por años no han inculcado?
No podemos en mi humilde juicio,
continuar con las costumbres y modos que nos enseñaron, la sociedad que tenemos
no es aquella donde visitar a los amigos un domingo era el más sublime acto de
cortesía, la tecnología se ha rebelado contra su origen y en lugar de unir,
desune y separa a quienes la practican, ya el acto para retirar un título
universitario no supera la emoción de unos likes
en las redes sociales y por si fuera poco, ya el estudiante siente que lo que
estudio, no es lo que aplicara en el plano laboral.
No basta con ejemplos de Miguel
Ángel o conclusiones que otro haya expresado, hace falta en el hoy debatir lo
que hacemos y su pertinencia, ¿pueden los estudiantes afrontar la realidad con
las herramientas que les damos los docentes en aula o insistimos en una forma
de hacerlo que perdió vigencia y requiere ser revisada? A veces solo tomamos
una parte de lo que nos enseñan y la repetimos, la otra parte está allí,
esperando ser considerada, quizás por ser utópico llegó a cristalizar el Homo
Universalis, llegó a ser Polímata.
No insistas en repetir lo
repetido, recuerda el texto cuando borres la pizarra.