. Una isla audaz y solitaria cuyo aire es un desafío de colores profundos y afortunados. A la mitad del siglo XIX, toda la tierra firme o flotante que hubo en aquel regazo pertenecía al estado de Yucatán. Las islas habían sido abandonadas por temor a los continuos ataques de los piratas que navegaban la paz de aquel mar y sus veinte azules. Sólo hasta después de 1847 volvieron los hombres a buscarlas.
La última rebelión de los mayas contra los blancos del territorio fue larga y sangrienta como pocas se han conocido en México. Unidos por el misterioso culto a una cruz que hablaba, usando machetes y rifles ingleses, los mayas se lanzaron contra todos los que habitaban la selva y las costas que habían señoreado sus antepasados. Para huir de ese horror que se llamó la guerra de castas, varias familias navegaron hasta la costa blanca y el verde corazón de la Isla de Mujeres.
No bien desembarcaron, sus nuevos moradores, criollos y mestizos, gente que descendía de viajeros encallados y de cruces azarosos, sin nada que defender aparte de sus vidas, acordaron que cada quien sería dueño de la tierra que fuese capaz de chapear. Y así, arrancando la hierba y las espinas, fue como los padres de Diego Sauri se hicieron de un pedazo de playa transparente y de una larga franja de tierra, en mitad de la cual plantaron la palapa bajo la que nacerían sus hijos.El primer color que vieron los ojos de Diego Sauri fue el azul, porque todo alrededor de su casa era azul o transparente como la gloria misma. Diego creció corriendo entre la selva y rodando sobre la invencible arena, acariciado por el agua de unas olas mansas, como un pez entre peces amarillos y violetas. Creció brillante, pulido, cubierto de sol y heredero de un afán sin explicaciones. Sus padres habían encontrado la paz en aquella isla, pero algo en él tenía una guerra pendiente fuera de ahí. Decía su abuela que sus antepasados habían llegado a la península en su propio bergantín, y varias veces él oyó a su padre responderle entre orgulloso y burlón: “Porque eran piratas”.(Mal de amores)Ángeles Mastretta nació el 9 de octubre de 1949 en Puebla, México, donde vivió hasta los diecisiete años en que se mudó a la capital, Ciudad de México, después del fallecimiento de su padre Carlos Mastretta.Estudió periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y obtuvo el título en Comunicaciones. Tiempo después, realizó colaboraciones para distintos periódicos y revistas como “Excélsior”, “Unomásuno”, “La Jornada” y “Proceso”. Sin embargo, fue el periódico “Ovaciones” donde inició formalmente su carrera periodística, a través de una columna escrita por ella bajo el título Del absurdo cotidiano.En 1974, Mastretta fue distinguida con una beca del Centro Mexicano de Escritores que le permitió participar de un taller literario al lado de escritores como Juan Rulfo y Salvador Elizondo. Por ese entonces, publicó una colección de poesía que fue titulada La pájara pinta.Mastretta participó, junto a Germán Dehesa, en el programa de televisión “La almohada”, dedicado a charlas y entrevistas (1998). Tiene un blog titulado Puerto libre y escribe regularmente en la revista Nexos, de cuyo Consejo Editorial es miembro. Su esposo, el escritor y analista político Héctor Aguilar Camín, dirigió esa publicación de 1983 a 1995. También colabora en periódicos s como Die Welt y El País.Cuando su hija menor, Catalina, enfermó inesperadamente, Mastretta se sentó cerca de la pequeña en el hospital y comenzó a contarle historias de interesantes y diferentes mujeres en su familia que fueron importantes en momentos críticos de su vida. Estas historias de mujeres que, decía, «decidieron sus propios destinos», fueron la inspiración para Mujeres de ojos grandes. La publicación —cuentos basados en la biografía de cada una de las mujeres— tenía como intención preservar las historias familiares para la posteridad.Es hermana de Daniel y Carlos Mastretta, creadores del automóvil Mastretta MXT. Su hija Catalina publicó en 2016 una novela titulada Todos los días son nuestros.Mastretta, que ha sido distinguida con importantes premios, siempre se ha caracterizado por ser una defensora del feminismo, lo que se refleja en la mayoría de sus obras. Además, ha fundado y organizado grupos tales como la Unión de Mujeres Antimachistas en el D.F.La escritora de niña quería ser cantante, una pasión que nunca abandonó -confiesa que cantaba en todas partes- y que alguna vez ha practicado en público, por ejemplo, al interpretar Arráncame la vida en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Arráncame la vida fue su primera novela que, además de haber sido traducida al italiano, inglés, alemán, francés y holandés, fue reconocida, en 1985, como Mejor Libro del Año con el Premio Mazatlán de Literatura. Años después, en 1997, su segunda novela (y cuarto libro), Mal de amores, obtuvo el Premio Rómulo Gallegos. Esta es la primera vez, en la historia del premio, que ha sido otorgado a una mujer. Anteriormente lo habían obtenido escritores como Fernando del Paso, Javier Marías, Carlos Fuentes y Mario Vargas LLosa, entre otros.La obra literaria de Ángeles Mastretta destaca primordialmente, una sucesiva contextualización del pensamiento feminista mexicano de los años setenta y ochenta. Mastretta formó parte integral de la generación de estos años, cuando el movimiento feminista en México mantenía una actividad de lucha febril, y se vio rodeada de gente que con sus trabajos de investigación y ensayos, problematizando la opresión de la mujer, brindaba ideas y temas que más tarde ella misma asumiría. Mastretta, por medio de una actitud de compromiso social ante los problemas que enfrenta la mujer mexicana, los presenta y contextualiza, a través de la experiencia auténtica y tangible, en su obra narrativa.Mujeres de ojos grandes, Puerto libre, El mundo iluminado, Ninguna eternidad como la mía, El cielo de los leones y Maridos, son otras de las obras de Ángeles Mastretta.