. Ayuda –si es que se puede resumir todo lo que te espera cuando empiezas la primera página– el sabio refranero español: es como las lentejas, si quieres las comes y si no las dejas.
Así es este evangelio de cerveza que se agarra al límite de la exageración para contar verdades como puños. Por eso, causa tanto aplauso como rechazo por tramos. Salem pasa totalmente del qué dirán y escribe lo que le sale del pañuelo. Y aunque es consciente de su irreverencia, considera que sólo cuenta la verdad. Al menos, la suya. Que no es poco para un mercado literario donde hay tanto valiente como hipócrita.
No encuentro la manera de empezar y ya se me han ido un par de párrafos sin contar nada. Pero insisto. Es difícil hacer una reseña cuando un libro provoca más reflexiones que ganas de contar su argumento.Y aún así, lo intentaré. Siéntense, porque si no conocen a Carlos Salem, deben saber que se adentran un mundo particular. Tan cabal como surrealista. Ustedes eligen con qué parte de quedan. Yo me quedo con la parte que más me gusta, aunque a la vuelta de la esquina me provoque un mohín de disgusto por retorcer hasta la extenuación las palabras que tan bien coloca, aunque sea para disgustar, a veces, de manera gratuita. Cuando algo no le gusta, lo deja claro, clarito desde el principio. Y aún así, machaca en el mismo clavo hasta reventar la idea, el argumento, la opinión o metáfora que toque en ese momento. A ver si en este párrafo soy ya capaz de resumir el argumento de esta novela que dicen negra, llena de humor y rellena de poesía. Porque está claro. Salem es poeta (vamos, que he descubierto la pólvora…) Con sus pequeños trazos en frases y párrafos me lo encontré en las redes. Primero por comentarios, después la curiosidad me llevó de manera irremediable a escuchar sus entrevistas, leer sus poemas y comentarios en el chivatazo permanente que suponen esas redes con las que al final, te atrapa. Sea para bien, o para mal. ¿Ven? Otro párrafo y aún esquivo la sinopsis. Y sin querer. Se lo puedo asegurar. Pero es que este hombre, novelista, poeta, periodista, sersinpelosenlalengua… genera opinión y sensaciones que luchan entre sí sin que sepa muy bien, qué es lo que prevalece. En todo caso, para qué voy a intentar convencerles de que no estoy confusa. Lo dije al principio y al final de este nuevo párrafo, queda claro que no tengo más remedio que contar el argumento de “En el cielo no hay cerveza”. Así que ahí va: ¿Se imaginan un friki que se llama Diosito, que dice ser el hijo pequeño de Dios y hermano del gran Jesús y que para vencer su complejo de inferioridad se lanza al mundo de la vomitiva prensa rosa y que como no le sale bien, se esconde porque todo apunta a que es el autor de las horrorosas muertes de los periodistas rosas (o lo que quiera que sean) que un día le humillaron? Bien. Pues este tarado-majara es a quien pretende salvar y proteger, Poe. Aunque para ello, tenga que hacer un recorrido por el sórdido elenco de excompañeros de la banda de rock del tal Diosito. Hay que tener estómago. Pero Poe tiene de sobra. Le ha entrado y salido a lo largo de su vida, todo lo que puede aceptar un estómago. ¿Y quién es Poe? Es un apellido-coña del protagonista que vive en la tierra plagada de cerveza, bourbon y demás sustancias ideales y divinas, hechas (¿por Dios?) para evadirse de esa realidad que le da tantas arcadas. Es tan válido con las letras como cafre en la vida. Pero parece estar dispuesto a no aprovechar las oportunidades o a desaprovecharlas a su gusto. Mientras tanto, se dedica a buscar a la desesperada a Diosito, su colega, compañero de piso en el pasado y que a pesar de todos los pesares (y mira que hay pegas hasta aburrir) conserva un halo de dignidad que Poe no ve en ninguna otra parte. De su mundo, claro. Puede que como en el de todos. Aunque eso, es una cuestión muy particular. Tan particular como el propio Salem y el enredo donde convive el entramado de polis e investigadores (llamémosles así) que de una u otra manera buscan a Diosito. Mientras tanto, nos vamos enterando (es un decir) de la calaña del personaje, que provoca vómitos y risas a ratos. En la proporción estará el gusto. Personalmente, mis tripas se han agitado e incluso convulsionado más de lo que me ha hecho reír el tal Diosito. Eso sí. Me encanta el universo de informadores-alimaña descrito por Salem. Vamos, no se inventa nada. Comparto el retorcimiento de bilis que causa el mundo de basura que llena la parrilla televisiva. No sé si causa más daño que la corrupción, como he oído en alguna entrevista a Carlos Salem, pero desde luego, en su –digamos– sector, es sin duda,una alegoría perfecta de lo que se traga la gente ante la caja tonta. Y eso, que todos dicen, que nadie lo ve. Me chiflan los nombres de los periolistas, sacados por Salem sin vergüenza alguna de la realidad. Me parto de risa. Si vamos ya a la satirización del satirizable mundo de la Iglesia y con mayúsculas, sigo partiéndome de la risa. Da para tanto dentro de la trama inventada por Salem, que no desaprovecha ni una ocasión para cargar las tintas contra el teatro que se montado la Iglesia (también con mayúscula) para adormecer al personal mientras el mundo intenta resolver las cosas importantes que le pasan. Volviendo a Poe, llama la atención que un ser tan asqueado y vuelto de todo, que contribuye a acabar con la reserva de alcohol sobre la tierra (por eso en el cielo no queda ni un botellín), se enamore. Increíble pero cierto. Hasta él mismo, como es lógico, está alucinado. La culpable de este desatino se llama Angélica. Por supuesto. Faltaba más. Ella también es un ángel sin alas que aparece en la vida y en la cama de Poe para hacerle un poco humano. Y aquí, cuando aludo a la primera mujer de las páginas de Salem, llega uno de esos momentos de rechazo hacia “En el cielo no hay cerveza”. Por mucha alegoría, hipérbole, sarcasmo, ironía que diga el autor que ha pretendido hacer con todo lo que represente al género femenino, no me lo creo. Estoy convencida de que será de esos hombres que prometen adorar a las mujeres. Pero en ese caso, ha conseguido el efecto contrario porque es difícil no encontrar más momentos a lo largo de tantas páginas para mencionar tan sólo, las partes del cuerpo más emblemáticas. Por supuesto, para el sexo. No es ñoñería. No me escandalizo. Para nada. El sexo está para practicarlo, recomendarlo (que buena falta hace, si es bueno, valga la redundancia) y respetar la manera en la que cada cual quiera integrarlo en su vida: como parte importante, menor, sobre todas las cosas, como un pequeño detalle, en fin… Es cuestión de posturas. Sí. Pero, en esta novela, las mujeres sirven para poco. Seguro que no ha pretendido hacer los chistes fáciles. Seguro. Pero le han venido muy bien dentro de su historia. A cada mención, alusión, comentario, descripción donde una fémina aparece en sus líneas, le sobra casi siempre, la mitad de los clásicos baratos de calle que tanto imperan en este mundo, aunque alardee de que los tiempos no han cambiado y de que el machismo va desapareciendo (blablablá) y todas estas cantinelas que quedan preciosos en un titular. Los aciertos de esta novela son muchos, a pesar de todo. Hay que ser valiente para escribir lo que te da la gana, porque tienes que encontrar un editor mucho más valiente que tú. Eso merece aplauso y hasta genuflexión en estos mundos de Dios (precisamente) en los que nos toca vivir. Lo importante, es cómo pegas caderazos o te enfrentas a pecho descubierto dentro de él y sus miserias. No obstante, pese a la basura real descrita por Salem, aunque peque de ingenua, tengo alguna que otra esperanza en este mundo con su mierda incluida que diría Salem, aunque a diario, respiremos cómo huele este mundo, donde está lo literario, lo periodístico, lo divino y lo humano. Y por supuesto. No es que se me olvide (es que la novela deja resaca y ralentiza la capacidad de centrarse) cómo escribe Carlos Salem, es que merece una reseña completa para abordar la cuestión, que en realidad es lo más importante. No es nada original, pero es verdad, por más que lo hayan repetido miles de personas: qué frases se marca Carlos Salem. No entiendo de poesía, pero la reconoces cuando le lees. Ya comentaba que antes de descubrirle en novela, le encontré hace tiempo por comentarios de lectores apabullados por su forma de escribir. Normal. Riza las palabras con facilidad y con un resultado aplastante de belleza. Maneja como un maestro la fuerza de las palabras y cuando les da la vuelta a su manera, sabes, sientes, que acabas de leer algo impactante. Algo que ya habías leído otras veces, pero nunca se había dicho de esa manera. Es difícil no repetirse cuando se habla de amor, sexo, todo junto, por separado, de auténtica pureza o de la bazofia más infame. Y Carlos Salem lo consigue. El esperpento es inmenso en “El cielo no hay cerveza” aunque la verdad pese toneladas en cada página. Te vuelves loco con Carlos Salem: para dejarlo o para amarlo, o para cogerlo aunque te alucine a ratos. Es como las lentejas, como decía al principio. Pero está claro, le cojas o le dejes, no te dejará sin pensar o sentir nada. Y eso, con el actual, complejo y retorcido mercado literario ante nuestros ojos, es mucho decir.